El artista y su público

La cara visible de Parlamentos es Felipe Botero, que se planta sobre una escalerita en el medio de la calle, como si estuviese en el Speaker´s Corner, y reflexiona en alto sobre las cuestiones que le plantean dudas (dudas que han sido previamente discutidas y preparadas entre Iregui y Botero). Nos cuenta Jaime Iregui via mail que “más que seguir un guión predeterminado o representar una posición, la idea es presentarla, es decir, desarrollar argumentos, preguntas, e invitar al diálogo. En ocasiones este diálogo es verbal, la más de las veces con miradas que muchas veces dicen y expresan más que la relación discursiva”.

Escribió el crítico de arte y pintor inglés Adrian Stokes que el arte contemporáneo, el arte típico de nuestros días (decía) “es la jerga del arte en su conjunto”, que la relación de éste con los viejos maestros es “análoga a la que tiene el argot con el idioma ordinario”. Pero todavía esta jerga ofrecía, al menos en los años ochenta, la posibilidad de resultar “elíptica, juguetona, subversiva, grosera, informal, aguda, imprevisible, impertinente, brusca, arbitraria y rica en puyazos burlones contra las filigranas de los mandarines”. Al menos esto último es lo que opinaba otro crítico de arte inglés: David Sylvester. Pero estas cosas se decían en la segunda mitad de los años ochenta y, además, esto último lo escribió Sylvester pensando nada menos que en Picasso. Sin embargo, esa jerga no sólo no ha desaparecido sino que se ha vuelto prácticamente incomprensible. Esto es, al menos, lo que opinan David Levine y Alix Rule, que el año pasado publicaron en la revista Triple Canopy el ensayo International Art English, en el que vienen a demostrar cómo la jerga que se utiliza en el mundo del arte (especialmente en las notas de prensa digitales de las galerías) sirve para el único propósito de la satisfacción de cierto estatus, un lenguaje que sirve para crear, promover, vender y entender el arte contemporáneo. Un lenguaje cuya máxima ambición es que sea únicamente útil para los iniciados. En suma: un lenguaje que deja afuera a la gente común. Es decir, al público.

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Parlamentos, proyecto de Jaime Iregui

Levine y Rule dicen que el lenguaje que se utiliza hoy para escribir sobre arte es pornográfico. Dicen, además, que cuando nos sentimos en presencia de algo que es serio y relativo al arte involuntariamente nos agarramos a las frases subordinadas. ¿Por qué acabamos escribiendo -se preguntan- en una suerte de francés torpe, como traducido burdamente? La razón que se les ocurre a Levine y Rule es que desde los años de la revista October (que fue la que propició el comienzo de este International Art English gracias a su adopción en América de las teorías post-estructuralistas francesas) no han aparecido nuevas metodologías dominantes para interpretar el arte. Así, queda el sedimento de las metodologías pasadas; su espíritu, más bien.

De esta manera, el propósito de cualquiera que se dirige a la comunidad del arte contemporáneo es el de sonar serio y dar la impresión de que su discurso valga la pena (artistas, críticos, galerías, museos, etc). Y la manera más directa de conseguirlo es sirviéndose de esa suerte de lengua extranjera que es el International Art English. Un lenguaje las más de las veces críptico y las menos anodino o hueco: retórico.

Por ello no nos debe extrañar que, según la economía especulativa se ha ido insertando en el mundo del arte (y no sólo en el lenguaje, sino en su praxis toda), el público ha ido reculando, desapareciendo poco a poco. Y es que las obras ya no se hacen pensando en el público sino en los coleccionistas y compradores. Pero para que tales obras se puedan vender y entren a formar parte del circuito del arte, necesitan de una valoración crítica, de un lenguaje particular que las ponga en valor. Y ahí es donde entran en juego las notas de prensa, los catálogos y los textos informativos de las exposiciones. Textos que sirven de apoyo, pero que no se leen.

Un flujo de lenguaje que sirve para la legitimación, como un marca, por así decir, una marca cuyo valor único reconocen los propios miembros de la comunidad del arte o bien aquellos que desean integrarse en ella. Pero, ¿y el público?

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Eso es precisamente lo que se pregunta Parlamentos, el último proyecto de Jaime Iregui, auspiciado por el Comité de Investigación y Creación de la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes (Colombia). Un intento de propiciar el diálogo y la reflexión desde el arte en el espacio público. Ese espacio entendido a “modo de escenario, donde [cada ciudadano] representa un papel, donde la ciudad se representa en reglas, símbolos, imágenes y, por supuesto, en las observaciones y experiencias con las que cada ciudadano la refleja y recorre” (1).

Parlamentos tiene lugar en el cruce de la Avenida Jiménez con carrera Séptima, en el centro de Bogotá, un lugar históricamente clave en tanto que espacio de encuentro e intercambio.  Y se vincula íntimamente con un proyecto anterior de Iregui, el Museo fuera de lugar, desarrollado en el mismo sector de la ciudad entre 2005 y 2010 y en el que se entendía la idea de museo como fórum, como lugar de encuentro y diálogo entre losviajeros de la ciudad, al modo de los studiolos y gallerías durante el siglo XVI en Italia.

Parlamentos ambiciona precisamente dar voz a los ciudadanos, a ese público amplio que no habla el código críptico que es lenguaje internacional del arte. Y se pregunta Parlamentos qué es lo que falla en ese diálogo entre el artista plástico y su público: ¿Por qué se desoyen mutuamente? ¿Es que al artista no le interesa el público sino solamente satisfacer a sus potenciales clientes (museos, galeristas, coleccionistas)? ¿Es que al público no le interesa el arte contemporáneo o es que se siente “fuera de lugar” en el contexto artístico?

La cara visible de Parlamentos es Felipe Botero, que se planta sobre una escalerita en el medio de la calle, como si estuviese en el Speaker´s Corner, y reflexiona en alto sobre las cuestiones que le plantean dudas (dudas que han sido previamente discutidas y preparadas entre Iregui y Botero). Nos cuenta Jaime Iregui via mail que “más que seguir un guión predeterminado o representar una posición, la idea es presentarla, es decir, desarrollar argumentos, preguntas, e invitar al diálogo. En ocasiones este diálogo es verbal, la más de las veces con miradas que muchas veces dicen y expresan más que la relación discursiva”.

La primera de estas ideas que han sido ya presentadas al público bogotano es una muy sencilla, “una pregunta pendeja”, dice Botero desde encima de su escalerita: ¿Por qué los medios de comunicación cada vez le dedican menos espacio a la cultura?

Una pregunta sencilla de respuestas quizá nada fáciles, ¿o sí?

En las próximas semanas Iregui y Botero tienen planeado ir realizando más acciones en la misma esquina de Bogotá (Avenida Jiménez con Carrera Séptima) y prometen ir subiendo los vídeos puntualmente a la web con los resultados de las acciones.

Así que estén atentos.

 

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publicado por Artishock

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(1) Jaime Iregui, “Los espacios del espacio público”.  Zehar, nº 62, 2007, págs. 82-87.

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Parlamentos (www.parlamentos.net) es un proyecto de Jaime Iregui que se realiza con el apoyo del Comité de Investigación y Creación de la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes y cuenta con la colaboración de Felipe Botero. La cámara y la edición están a cargo de Andrés Vergara. El diseño del portal y su administración es de Luis Antonio Silva.