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“… informo que desmonté hoy la exposición. Por decisiones tomadas por gentes que no conozco, la pieza fue cambiada de lugar a un segundo piso y no la puedo mostrar allí ya que el audio se adaptó para el auditorio que había sido asignado en un principio. La decisión del cambio de lugar me fue informada hoy y hoy retiré mi trabajo. Lamento mucho lo sucedido.”

Milena Bonilla, obra presente en el boceto de exposición Un informe para una academia, ensayado en la Cámara de Comercio de Bogotá, Sede Chapinero (Bogotá).

Milena Bonilla trajo a Bogotá un proyecto que se mostró en dos etapas. La primera, en un Salón de la Universidad de Los Andes entre el 23 y el 24 de agosto (ocho simulacros de ponencia académica bajo el título Desaprender el futuro). La segunda, una presentación que ocupaba la sala de exposiciones y uno de los muchos auditorios genéricos de una empresa que existe porque hay empresas, prevista entre el 26 de agosto y el 30 de septiembre.

En la sala de exposiciones podía verse un video en cámara rápida de semillas floreciendo, creciendo, pudriéndose; una mesa con folletos de impresión uniandinista (papel bond, letras serifadas, blanco y negro); una grabadora con extractos de bandas sonoras de películas donde el animal siempre pierde porque es el malo, y junto a ella un helecho muerto inclinado que giraba en torno a su eje. En el auditorio se presentaba la puesta en escena de una grabación acompañada por dos plantas iluminadas dramáticamente, que también giraban, y donde un humano con voz de humano elegante (pero nasal) recitaba el cuento Un informa para una academia, dividido en 11 cortes.

Hay que decirlo, la muestra no fue 100% exitosa. Pero, a pesar de los evidentes errores del audio en el escenario (lectura mecánica de un texto cuyo fondo exigía esfuerzo histriónico, saltos en el archivo digital, volumen inestable de la música a causa de una equivocada ecualización), esta parte de la exposición no se merecía el trato que recibió a los nueve días de haber sido inaugurada. Según comenta la artista en el site de la exposición en la red social más cara del universo:

“… informo que desmonté hoy la exposición. Por decisiones tomadas por gentes que no conozco, la pieza fue cambiada de lugar a un segundo piso y no la puedo mostrar allí ya que el audio se adaptó para el auditorio que había sido asignado en un principio. La decisión del cambio de lugar me fue informada hoy y hoy retiré mi trabajo. Lamento mucho lo sucedido.”

Y las razones que hay no son de mucho peso. Es decir, no para quien le dedique tiempo a dejar algo en un sitio a la espera de que siga ahí luego de un mes. Parece que el audio tampoco fue satisfactorio para el exigente gusto melódico de “alguien” (con todo lo kafkiano que suene) que decidió meter un seminario de emprendimiento de algo que no tenía que ver ni con arte, no con Los Andes, ni con simios, ni con impresos aburridos (bueno, aburridos sí, pero con color), ni con plantas que bailaban en el mismo lugar donde se presentaba la instrumentación del cuento. Esto, en principio no es nada grave (ya se sabe que existe una tendencia a creer que l@s artistas son ultraversátiles al momento de resolver problemas logísticos). De hecho, no es nada. O mejor, no es nada si lo que se recibe es limosna, en este caso, expositiva.

Es algo más bien aburrido: si alguien arrima su exposición a una galería y hace que muestra pero procurando que no le pidan que saque sus cosas, de pronto se queda hasta que lo echen y quizá acepte ser echado. Es parte de la inestabilidad que no negoció. Pero si a una artista la invitan bajo ciertas condiciones (ya sean pírricas, como las de la Cámara de Comercio de Bogotá o las de otros sitios donde gente que no existe ni hace arte manda cartas quejándose) y su evento se lanza diciendo, entre otras cosas, que durará un mes, seguramente nadie esperaría que a la semana debiera volver a montar la exposición. Es decir, un artista, quedado económicamente y todo, tiene una vida para no pasársela metido en el lugar donde inauguró siete días antes (bueno, esto si no hace un performance de resistencia o algo así). De pronto quiera ir a perder su tiempo en otro lado, sin preocuparse por el buen término de su trabajo. Según le escuché a alguien así es como funcionan los artistas trotamundos que van a la saga de los curadores trotamundos montando obras en todo lado: van, negocian la exposición, montan, inauguran. Luego, se van a negociar en otra comarca, montar, inaugurar, etc.

Aquí, no. No en este lugar, ni con este trabajo. Que mal. Quizá por eso es que en Bogotá no hay Bienales de arte (es decir, si se come el cuento de que la de Venecia de Franklin Aguirre es un evento colectivo): no se valoran los acuerdos previos a una exposición. Pero, bueno, para terminar con una sonrisa en los labios y un pensamiento proactivo, va una recomendación a los entes que organizan arte: respeten.

 

Guillermo Vanegas