Dos caricaturas (tan efímeras como los hechos)

Hay que ver la historia a partir de la mirada de los caricaturistas, la importancia de esta óptica radica en que la caricatura “carga” la historia de manera diferente a como lo hace el periodismo y la academia. Cuando Colmenares se refiere a «opinión pública” señala el origen de donde brotan las ideas a las que da forma la caricatura: usa como material desde los comentarios “malévolos y vergajos”…

Cuenta Beatriz González en su ensayo Visiones paródicas: risas, demonios, jocosidades y caricaturas que la palabra caricatura fue impresa por primera vez después de la muerte de su inventor, Annibale Carracci (1560-1609). González muestra como Carracci y sus hermanos después de trabajar arduamente en las imágenes que les exigía el arte por encargo que le hacían a la causa de la Contrarreforma, usaban su tiempo libre para salir a la calle a dibujar las figuras que veían en la esfera pública. Carracci encontraba gran motivo de placer en los dibujos ociosos que rayaba, todos esos mamarrachos en que las figuras sufrían una “alteración de su forma por medio de la acumulación de defectos, sin quitar nada de su parecido”.


González menciona que la raíz de la palabra caricatura en italiano es “caricare”, es decir “cargar”, y reflexiona “¿Qué se carga? Se carga la fealdad sobre la belleza.”. A la vez, en su ensayo hace un recorrido por la caricatura en Colombia para terminar con tono escéptico en una pérdida de fe en la acción que ejerce este medio sobre la opinión pública; cita a Adolfo Samper, que enfrentó al poder conservador en la década de 1940 y que consideró que esta expresión gráfica era “tan efímera como los hechos”. Para probar la convivencia actual donde a gran parte de la fauna del poder no le importa copular abiertamente con el descaro, González menciona el caso de un político colombiano al que le preguntaron, “¿Qué es lo que más falta le va a hacer del poder?” y contestó sin titubear: “Las caricaturas de Osuna”.


Sobre Osuna no solo se pronuncian políticos, también lo hacen otro tipo de personajes, por ejemplo, el editorialista y columnista de El Tiempo, Enrique Santos, en la última edición de la Revista Credencial, que incluye un especial sobre el caricaturista, dice: “Osuna me dibuja muy bien, pero muy feo. En realidad nunca me ha molestado: hay que entender que los caricaturistas son por esencia malévolos y vergajos. Él es el mejor y mordaz, aunque a veces es demasiado sutil. Hay que estar tan informado como él para entenderlo mejor”. A Santos le importa si lo dibujan feo, que se cargue de fealdad su “belleza”, tal vez por eso, en alguna entrevista, otro caricaturista, Antonio Caballero, definió a este periodista como “un tipo muy inteligente y muy frívolo”.

Santos también tiene algo de razón al decir que Osuna es demasiado sutil, sus caricaturas, además de ser una causa de placer, son cápsulas de información que requieren algo de contexto para ser entendidas; pero tampoco son jeroglíficos, basta con hojear los dos libros antológicos de Osuna y leer las breves leyendas que acompañan sus “rasgos y rasguños” para tener un panorama completo de la historia de Colombia desde 1954 hasta la actualidad; no sobra, si se quiere tener un visión del siglo XX, empatar el ejercicio de Osuna con el de otros caricaturístas, en especial con el de Ricardo Rendón cuyas obras han sido bien compiladas en la antología hecha por Germán Colmenares titulada “Ricardo Rendón, una fuente para la historia de la opinión pública”.

Hay que ver la historia a partir de la mirada de los caricaturistas, la importancia de esta óptica radica en que la caricatura “carga” la historia de manera diferente a como lo hace el periodismo y la academia. Cuando Colmenares se refiere a «opinión pública” señala el origen de donde brotan las ideas a las que da forma la caricatura: usa como material desde los comentarios “malévolos y vergajos” hasta el aspecto físico de los protagonistas; el académico y el periodista no pueden hacer uso de estas fuentes públicas, de hacerlo deberán responder ante la ley por injuria, ante sus pares por falta de rigor y sus señalamientos serán clasificados como “ataques personales”. Pero es precisamente este el espacio donde actúa la caricatura que por vía del arte —del dibujo y la literatura— adopta una forma bufonesca para cargar de fealdad la belleza del retrato oficial. La caricatura usa anécdotas y figuras para hacer visible un situación crítica, general, pero furtiva, es por eso que años después de sucedido un incidente la exposición de los hechos hecha por un buen caricaturista resultará fundamental para contar todo aquello que el informe periodístico y el tratado académico omitieron. Detalles que, por carecer de fundamento o que por corrección y coacción política se quedaron por fuera la historia, son convertidos por el caricaturista en íconos que permanecen, monumentos al ridículo que reciben primero una ofrenda repetida, la risa, y que luego de este jovial anzuelo pueden ser leídas a contrapelo para esculcar en la gaveta de la historia lo que se quedó por decir. La caricatura, en estos casos, es la venganza de la verdad.

Para la muestra dos caricaturas de Osuna, tan efímeras como los hechos:

1.
La libertad de impresión

14 de octubre de 2009

José Obdulio Gaviría  azuza a Roberto Pombo, editor de El Tiempo, para que despida del periódico a la columnista Claudia López. El señor Gaviria, en su columna “Quien les va a creer”, publicada en ese mismo periódico el día miércoles 16 de septiembre, lo había pedido: “¿Por qué, para hablar de EL TIEMPO de ayer, por ejemplo, una señora cuya sabiduría es repetir agravios, tiene espacio preferencial semanal, mientras que Saúl Hernández, un analista que roza la genialidad, sólo merece espacio marginal y quincenal?”. Su sugerencia fue oída y dos semanas después se hizo efectiva con una nota de la dirección, añadida al final de la columna de López, en la que le comunicaban su despido. Es importante señalar que uno de los argumentos de Pombo para despedir a la columnista fue que las afirmaciones López en su última columna eran “falsas, malintencionadas y calumniosas” y que descalificaban el trabajo periodístico de esa casa editorial. También, en una carta dirigida a López, con un tono sentido, como de bolero, Pombo le escribió lo siguiente: “…a mi juicio, tu columna no fue una crítica al manejo que le dio El Tiempo a determinada información ni una invitación a reflexionar sobre los conflictos de interés. Fue una bárbara descalificación ética de todos los periodistas que trabajamos aquí, redactores y directivos, bajo el señalamiento reiterado de fabricar información con el fin de obtener beneficios políticos para algunos socios y económicos para los accionistas mayoritarios. Esta y no otra es la razón del rompimiento, y tiene que ver con los mínimos sentimientos comunes que debe haber entre compañeros de viaje. Si piensas que somos lo que tu dices, no tiene sentido que sigamos juntos. Lamento mucho que haya sucedido de esta manera y te agradezco haber expresado todo este tiempo tu pensamiento independiente en estas páginas.”

Sin embargo, revisando las páginas editoriales, el columnista Gaviria sería alguien más cercano a incurrir en afirmaciones “falsas, malintencionadas y calumniosas” y a no compartir “los mínimos sentimientos comunes que debe haber entre compañeros de viaje”, cuando en su columna del mes de septiembre se refiere a Rodrigo Pardo, director de la Revista Cambio (también suscrita a la Casa Editorial El Tiempo)  como “líder actual de la bigornia” (el diccionario define esta palabra como “gente pendenciera que anda en cuadrilla para hacerse temer”). Lo raro es que la dirección de El Tiempo sí se indignó con las afirmaciones de la columna de López,  muchas de ellas bien sustentadas, pero las de Gaviría las ha dejado pasar sin más ni más. Pombo ha dicho que “no son cosas comparables”, que lo que describió López en su columna, la fabricación de una noticia por parte del periódico, no es “la descripción de un comportamiento periodístico criticable” sino “una sindicación de algo que es delito”, “una bárbara descalificación”. Lo gracioso es que Pombo, con sus declaraciones, se caricaturiza a sí mismo como delincuente y se descalifica como editor, pues los argumentos expuestos por López no pudieron ser refutados por el periódico y son el modus operandi con que se hacen muchas de las noticias que ahí se publican: “la fabricación sesgada empezó con una pregunta en un foro en el tiempo.com, siguió con una nota que destacaba lo dicho por los foristas y concluyó con un supuesto artículo de análisis”, dijo López en su columna. Tal vez por esos giros de sofista es que Osuna le dibuja a Pombo al lado de la pantalla del computador, no un crucifijo sino la imagen de Hernando Santos, director fallecido del periódico: es una estampita gordinfleta, medio hombre y medio trompo, que gira  y cambia de dirección: redacta las notas de dirección al compás que le marca el gobierno de turno.

2.
La estrella del planetario
4 de noviembre de 2009

A la izquierda aparecen tres jueces de la Corte Suprema de Justicia que son interpelados por el presidente Alvaro Uribe para que no se ensañen con su asesor, y ahora “periodista” estelar de El Tiempo, José Obdulio Gaviria. Al novel “periodista” lo dibuja como un impúber, con traje de escolar y parado sobre una página que da cuenta de su repentina intelectualidad, la Wikipedia. Osuna reproduce el mote caricaturesco con que Uribe se ha referido a la Corte Suprema de Justicia; “Sepulcros” los llama, para invocar la voz de Jesús en el Evangelio de San Mateo en sus invectivas contra los escribas y los fariseos: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre!” El burro hablando de orejas, podría decir uno para pasar del salmo bíblico a la metáfora rural, un contrapunto afín al lenguaje de predicador chalán que usa Uribe en su estrategia de comunicación.

La defensa que hace Uribe de su acólito se debió a una noticia fabricada en la página de Internet de la emisora La W: “Columnistas denuncian abusos por parte de la Corte Suprema de Justicia contra la libertad de prensa”. Se informaba ahí que en una reunión en El Tiempo “El presidente de la Corte Suprema de Justicia , Augusto Ibáñez y sus acompañantes reclamaron por los escritos del ex asesor presidencial José Obdulio Gaviria, el ex ministro Fernando Londoño Hoyos, Mauricio Vargas y María Isabel Rueda”, y se afirmaba que el “interés de los magistrados era lograr que el periódico retirara las columnas del ex asesor José Obdulio Gaviria y al parecer las de los periodistas María Isabel Rueda y Mauricio Vargas”. Las conclusiones de la noticia fueron desmentidas tanto por los miembros de la Corte Suprema de Justicia como por El Tiempo. Los jueces afirmaron que habían asistido al periódico invitados por el medio para analizar “cómo veían la información que se publicaba sobre la Corte”, y que al final un comentario de uno de ellos, sobre la extrañeza que le causó el despido de Claudia López en relación a las afirmaciones desmedidas que hacía José Obdulio Gaviria, fue lo que produjo el chisme, recogido con prontitud por los columnistas Rueda, Vargas para vindicarse como víctimas a luz de un ataque que resultó infundado. Al final solo quedó en evidencia la extraña intención que hubo tras la publicación de esta nota quince días después de sucedida la reunión, y que le permitió a Uribe, como lo muestra Osuna, una nueva invectiva contra las instituciones, esta vez como defensor de la libertad de prensa: “No es admisible que jueces de la República vayan a las direcciones de los periódicos a pedir que descabecen periodistas, porque esos periodistas son críticos de decisiones de jueces de la República”. Otra vez el burro hablando de orejas, basta cambiar jueces por Presidente de la República y ver como salen a relucir las calificaciones y afirmaciones de Uribe en relación a los periodistas y críticos de su gobierno, ( “cómplices del terrorismo”, “cobardes”, “mentirosos”, “canallas” , “difamadores profesionales”, “comunistas camuflados”, los ha llamado).

Presidente y novel “periodista” están parados ante la puerta giratoria del periódico El Tiempo: una representación literal de la poca firmeza de esa casa editorial que afirmó enfáticamente que los miembros de la familia Santos que abandonaran el periodismo por la política no podrían volver a entrar por la puerta del periódico. Osuna usa la puerta giratoria no solo para mostrar la política giratoria editorial puesta al servicio de la política sino para mostrar como el nombre del periódico es una veleta que presta su franquicia al mejor postor: el Grupo editorial español Planeta que adquirió el 55% del periódico (en la caricatura, José Obdulio Gaviria podría estar vestido con la ropa prestada de su hijo, Juan José Gaviria, que trabaja para Planeta como director editorial). Un par de zapaticos de tacón, uno de ellos volando, es lo único que queda de Claudia López en El Tiempo, cuyo despido intempestivo pudo ser producto de una orden superior venida desde España, pues en su última columna mencionó lo inmencionable: uno de los negocios más importantes que busca concretar el Grupo Planeta en Colombia, ganar la licitación de un canal de televisión. Dice Claudia López: “La calidad periodística de EL TIEMPO está cada vez más comprometida por el creciente conflicto de interés entre sus propósitos comerciales (ganarse el tercer canal) y políticos (cubrir al Gobierno que otorga el canal y a su socio en campaña) y sus deberes periodísticos.”

Al fondo de la escena, Roberto Pombo sonríe con astucia, un gesto extraño en él que casi siempre posa en las fotos con una cara solemne y de aletargada benevolencia, la caricatura deja ver el orgullo que siente el editor al poder impartir una lección bien aprendida: uno no muerde la mano que lo alimenta.

Lucas Ospina
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