Despolitizarlo todo (a propósito del debate en torno a la obra de Tania Bruguera)

Reducir el debate al registro moral como se viene haciendo, entre la correción y la incorrección, el bien y el mal (o entre el ‘buen’ y el ‘mal arte’ para algunos administradores de la estética) es esencializante. En su ceguera y autismo autocomplaciente lo que logra es precisamente aniquilar lo político…

Luego de estar cinco días en Cali, y un aterrizaje rápido en Bogotá cerca del mediodía el pasado sábado 29 de agosto, me dirigí a la Universidad Nacional donde se iban a realizar las últimas dos mesas de discusión como parte del programa del Encuentro Hemisférico de Performance y Política. La primera de ellas era quizá la que generaba más expectativas porque en la mesa se encontraba la artista cubana Tania Bruguera, cuya reciente performance había desatado no pocos enfados y discusiones. La mesa titulada ‘Artistas de Performance’ incluía a los artistas Wilson Díaz, Guillermo Gómez Peña, la mencionada Bruguera y Rocio Boliver, moderada por Mariene Ramirez Cancio. Sin la ambición de reseñar la mesa de discusión, y menos aún la performance de Bruguera que no alcancé a ver, me remitiré a lo visto y oído en el debate del sábado en la Universidad Nacional, y lo leído posteriormente en torno al tema.

Las presentaciones fueron todas apuradas. Bajo el esquema burocrático de ponencias cortas “para dejar lugar al debate” el panel no pudo estimular una adecuada articulación de ideas: Wilson Díaz algo desordenado y errático no pudo culminar solventemente de atar cabos sobre sus imágenes e ideas; la mexicana Rocio Boliver que subida sobre la mesa y amarrando sus piernas con una de las ayudantes planteo una lectura crítica y hedonista en torno a su trabajo -que no conozco, por otra parte-; Tania Bruguera, quien parecía tener el discurso más políticamente armado, tuvo que interrumpir su lectura por el límite de tiempo; y Guillermo Gomez Peña apelando al cansino chiste multicultural y al spanglish bufonesco consiguió arrancar algunas sonrisas del parte de los asistentes.

Pero era obvio que los ingredientes más significativos del debate no iban a venir del lado de los ponentes. La primera reacción fue de una activista, periodista, artista colombiana, quien tomó el micrófono para comentar lo “absolutamente ofendida” que estaba con la acción de Bruguera. No era una ofensa por la presencia de la coca, como señalaba visiblemente molesta y con la voz alzada, sino por ese “E! True Hollywood Story”, en el cual la performance de Tania comenzaba cuando sus “dólares” empezaban a circular por tierras colombianas y donde ella, desde un avión rumbo a “Miami” bebiendo un mojito, no sabría nunca si esos “dólares” iban a servir para comprar una pistola para matar a un amigo artista, para desplazar un campesino, o para concretar un negocio de un político corrupto.

Probablemente aquella primera intervención, entre la ofuscación y la indignación, pueda resumir adecuadamente el tono de la discusión que seguiría aquel sábado, y que me recordó la infeliz figura del tribunal de la moral iniciando un proceso público de sentencia sobre la pobre cubana que había venido a profanar la colombianidad de la violencia y sus símbolos más insignes. Más aún, otras opiniones en paralelo -varías publicadas entonces en esferapública- parecían recalcarle lo poco “informada” que estaba en la materia, su “falta de rigor”, el hecho de estar apostando a un recurso facilista. “Que piense”!!! (María Estrada Fuentes dixit). Como si el agotar toda la “literatura seria” o el saber suficiente (¿qué carajos es eso?) asegurara la pertinencia de alguna posible acción artística -a ver entonces si abrimos posgrados en conflicto, narcotráfico y drogadicción con mención en performance, después del show, las cabezas del Instituto Hemisférico estarán más que interesados-.

Pero la situación del sábado fue profundamente incómoda por un motivo particular: la despolitización absoluta a la cual era llevada la discusión en la valoración moral del acto. La conversión permanente del debate en un juicio en busca de culpables, poco faltó -si es que no se insinuó ya- el imperativo sobre la artista cubana de una rendición pública de disculpas, de su total arrepentimiento.

No deja tampoco de pasmar que otros indignados comentadores (ver algunos links del post anterior), aunque parecen tener el tiempo para masticar lo acontecido, lo único que intentan es reafirmar su posición de superioridad humanista condenando la acción con fuertes e intensas dosis de nacionalismo y moralismo, mezclado con un poco de sensiblería despolitizada, domesticando a ciegas toda la dimensión conflictiva del asunto. Un aluvión de condenas, cuyas posiciones más conservadoras y reaccionarias provinieron sintomáticamente de gente joven -al menos en el debate del sábado-. La política convertida en policía, desgranándose en identificar significados, protagonistas, inmoralidades, nuevamente cada uno en su lugar para la tranquilidad del bienpensante.

Sin embargo, lo político no puede ser reducido a la operación racional de cálculo moral como se pretende. Todo lo contrario: lo político opera allí en la tensión que ejerce sobre eso moral, impugnando una y otra vez sus fundamentos y poniendo en movimiento los antagonismos que habían sido sublimados en ese ejercicio de corrección de lo público. En alguna medida, el acto en sí mismo en Bogotá -ya sea performance o cualquier otra categorización normalizante que queramos imponerle- no se distancia demasiado de la acción realizada por la propia Bruguera en última bienal de La Habana, propiciando una deliberada puesta en escena que desestructura la aquiescencia de todo aquello que aparece en un momento anterior como no-negociable. Obligando con ello incluso a que se tome posición.

Reducir el debate al registro moral como se viene haciendo, entre la corrección y la incorrección, el bien y el mal (o entre el ‘buen’ y el ‘mal arte’ para algunos administradores de la estética) es esencializante. En su ceguera y autismo autocomplaciente lo que logra es precisamente aniquilar lo político, construyendo una relación jerárquica donde se sobredetermina qué es posible de tratar y qué no, qué cuerpos pueden hacerlo y de qué formas, consolidando en esa distribución de lugares y funciones las nuevas fuerzas del orden, la baja policía que dispone y predispone el régimen de las artes. Su Ley.

Un muy reciente comentario parece afirmar que el error de Bruguera, al margen de cualquier otro detalle, fue su incapacidad de “dar cuenta del conflicto colombiano”, contando así con los dedos de la mano derecha los allí convocados para señalar que ellos lo “no representaban” cabalmente. Sin duda algo de esa pretensión de realismo socialista de lo efímero parece rezumbar en gran parte de los reproches emitidos, desbordándose ansiosamente uno a uno por reivindicar los modos legítimos de hablar del conflicto. En este debate lo que sale a flote en abundancia son los escribanos del nuevo dogma de la corrección nacional, precisamente allí donde en medio de tanto pavoneo lo político ha sido completamente extinguido.

:

Miguel López

Originalmente en Arte Nuevo

2 comentarios

He seguido el debate sobre el perfomance de Bruguera a través de Internet y lo que logro leer de todas y cada una de las participaciones allí presentadas es intentar lavarse las manos y ocultar lo evidente. No asumir la responsabilidad ciudadana por un conflicto que efectivamente genera controversia desde donde se le mire.

Es de esperar que una situación como estas no trascienda los niveles de la comunidad artistica y académica, qué lástima. Porque a mi parecer es desde estos lugares donde se podrían problematizar otros aspectos políticos y sociales que tienen mucho que ver con el conflicto armado presente en Colombia. Esa es la propuesta del espacio de posibles que el arte genera.
El hecho de haber realizado el perfomance en la manera en que se hizo abre cuestionamientos no solo en el campo artistico sino en el campo social y académico. La reflexión que se ha generado a través de este medio virtual es más enriquecedora de lo que podría verse en un noticiero común y corriente de noticias que siempre repiten lo mismo y se centrar en deificar o victimizar a los actores.

Para mí, la presentación de Tania ha logrado que todos nos sintamos actores, que todos queramos comentar sobre la situación-independientemente de si está inmerso en el plano académico, político, cultural o simplemente cotidiano- como simple ciudadano que también cuestiona los procesos sociales y culturales y los alcances políticos y académicos que obras y trabajos como estos pueden estar generando.

De hecho, hablar de política hoy en día no creo que sea posible si no se hace desde espacios que permitan la multiplicidad de miradas, basadas siempre en el respeto y la argumentación. Reitero, eso es lo bello del arte. Ese es el conocimiento que nos deja el arte en la posmodernidad: lo podemos cuestionar y no es necesario sentir el saber universalisante porque simplemente se abren las posibilidades a conocer las verdades de los demás. Eso es democrático y eso lleva a contemplar puntos de vista que, sin que tengan que ser apropiados ni impuestos a la fuerza, sí logran cautivar el pensamiento de los individuos y generar conocimiento político por fuera de oficinas de mandatarios y medios masivos que no son tan responsables como deberían ser.