Cuatro consideraciones sobre el affaire Sorzano

¿No es acaso la exposición en su misma medida innovadora al presentar en físico y ante el público las obras? Especialmente porque la plataforma en que evidenció Herrera su trabajo fue una publicación de carácter especializado, mientras que la exposición de El Dorado es una muestra abierta al público, dos escenarios distintos y por tanto dos tipos de guiones y presentaciones disímiles. Y al constituirse esto mismo en un aporte, entonces, en ese orden de ideas la lógica es que en su próximo texto de Sorzano, Herrera cite a Contreras, muy especialmente ante la irrefutable prueba de que Contreras si le reconoció su trabajo.

1. Hace unos años recibí la invitación del Museo Nacional para dictar una conferencia de tema libre insertada en el marco de una exposición de arte latinoamericano que se organizó allí. Opté por hacer una panorámica general a un tema que empezaba a abordar y que se convertiría pronto en mi investigación doctoral. En el tema, así como otros cientos de referentes se mencionaba un punto que de manera transversal también había abordado un colega argentino, y al enterarse con interés de mi ponencia, y ante su imposibilidad de asistir por vivir fuera de Colombia, envió a algún cercano suyo a que asistiera a la charla y le grabara todo el asunto. Pocos días después el colega me escribió molesto porque nunca había mencionado su nombre y su investigación, lo que me causó extrañeza porque

1. El tema en que coincido con él me tomó unos pocos segundos en el marco general de la charla

2. No se trataba de una propuesta historiográfica donde describiera los aportes de cada investigación a un tema sino una panorámica general.

Y, 3. El evento no se desarrollaba en un marco académico y el público podía ser o no especializado, por lo cual preferí describir de una forma básica el tema.

Le expliqué detenidamente estas ideas pero, eso sí, le aseguré tranquilizándolo que cuando esto fuera trabajado de una manera más extensa y en el marco de una publicación académica por supuesto incluiría su mención. No tenía ni que prometérselo. Esa una obviedad que dada la circunstancia debía mencionar, no hacerlo hablaría menos de mi investigación.

El primer hecho a tener en cuenta en el caso Sorzano es que la defendida y mencionada historiadora María Mercedes Herrera antecede con creces la investigación sobre cierto tema pero desiste a participar de la invitación que le hacen para llevar a cabo la materialización de su investigación en El Dorado.  Primer error si es que después uno va a reclamar la autoría. Segundo, ¿qué es lo que se reclama entonces? ¿No se le dio reconocimiento? Hasta donde se puede ver en el texto presentado por William Contreras, curador de la exposición «Gustavo Sorzano: Partituras mentales» claramente dice:

«Una posición muy especial en el estudio del artista la ocupa el libro Gustavo Sorzano: pionero del arte conceptual en Colombia, escrito por la investigadora María Mercedes Herrera y publicado en el año 2013. La extensa y profunda investigación de Herrera, que comprende desde las primeras experimentaciones plásticas en los años 60 hasta su distanciamiento de la escena artística a mediados de los años 80, ha sido definitivo para el renovado interés que la escena colombiana ha vertido sobre su obra».

Desde Partituras mentales, en espacioeldorado

Fin de la discusión. El texto está tanto en la página web de la institución como en los documentos que acompañaron la exposición.  Da la impresión de que quienes defienden ciegamente la denuncia a la falta de créditos no han visto la exposición. ¿Qué más se exige entonces? El papel de coautoría. Antes de seguir con ese punto que elaboraré a manera de #2 me gustaría dejar a la discusión unos nuevos interrogantes:

¿Es realmente el mismo abordaje el que propone Contreras? O solo por recordar el título de un capítulo del libro de Herrera, que a su vez debe el nombre al trabajo de Sorzano debe citarse a Herrera ¿citarse adónde? ¿Cada vez que se hable de Sorzano de acá en adelante debe pasarse por el conducto burocrático de mencionar a Herrera como su descubridora? Pues eso es lo que explícitamente sugiere Herrera:

“Desde ya manifiesto mi interés en curar las siguientes exposiciones relacionadas con Sorzano, de lo contrario, me temo que serán tomados uno a uno los capítulos de mi libro, y esto sería una burla a mi investigación.”

¿No es acaso la exposición en su misma medida innovadora al presentar en físico y ante el público las obras? Especialmente porque la plataforma en que evidenció Herrera su trabajo fue una publicación de carácter especializado, mientras que la exposición de El Dorado es una muestra abierta al público, dos escenarios distintos y por tanto dos tipos de guiones y presentaciones disímiles. Y al constituirse esto mismo en un aporte, entonces, en ese orden de ideas la lógica es que en su próximo texto de Sorzano, Herrera cite a Contreras, muy especialmente ante la irrefutable prueba de que Contreras si le reconoció su trabajo. En fin, Herrera se arrepiente de no haberla hecho. Pero, regla uno de las derrotas amorosas y de todas las demás experiencias de la vida: el que no las hace las ve hacer.

En todo caso, visto desde una perspectiva que nadie ha comentado, una exposición por la que se produce una polémica por atribuirse la autoría no puede ser menos que una excelente exposición, especialmente reconociendo que se trata de dos autores e investigadores serios como lo son Herrera y Contreras, o Contreras y Herrera. Si fuera una mala exposición Herrera no reclamaría autoría, y si Sorzano, descubierto o no, fuera un mal artista tampoco tanto alboroto estaría pasando. Punto para la exposición.

2. En 2006 tuve el enorme placer de leer «El crimen del siglo» de Miguel Torres, una novela que espectacularmente sobreponía el papel de Juan Roa Sierra por encima del de Gaitán. Subvirtiendo el orden imaginado, lo convertía en un trágico protagonista -y al caudillo en un personaje secundario!!- y con una dinámica escritura se encargaba sin esfuerzo de recrear en la mente del lector la Bogotá de 1948 justo antes de la destrucción. El libro me desvelo por semanas y no pude sacarme de la cabeza el carácter cinematográfico que inmediatamente me incitó a un reto que yo para ese entonces (tampoco ahora) estaba preparado. Me aventuré a escribir un guión basado en el libro, semanas de escritura, tutoriales de YouTube, consulta de libros sobre guión y consultas sobre cómo gestionar recursos para cine. En fin, tenía 22 años. Entre una cosa y otra, la supervivencia las deudas y otras cosas el proyecto se quedó en cosa de fines de semana hasta que en 2013 fue el acabose. Andy Baiz sacaba una superpelícula titulada «Roa» con guión suya y una hermosa cinematografía. Asistí con una envidia de malaleche a ver la película, y al verla tal como me la imaginaba (en unas partes más que en otras), e incluso repitiendo el guión de memoria como me lo había aprendido transcribiendo del libro, maldije a Baiz por robarme mi película y por hacerla igual que la mía. Sí, porque era la misma. Solo que hasta hoy lo digo fuera de mi cabeza, esa película era igualita a la mía, es como un robo. Aun la muestro en clase con algo de envidia cochina, especialmente la parte que Baiz me copió mejor telepáticamente: Roa a punto de lanzarse desde la Piedra de los suicidas en el Tequendama mientras aparece un fotógrafo a presentarle sus servicios fotográficos para mandarle una fotico a la familia antes del acabose. Siempre la uso como contexto de Los suicidas del Sisga en mis clases y la veo aun con algo de rencor.

Asumir la coautoría de una exposición es distinto a exigir reconocimiento. Herrera por su parte entonces lo exige atribuyéndose una suerte de plagio por parte de Contreras. Por su parte Ricardo Arcos exige el reconocimiento a Herrera, dos cosas distintas. Sin embargo, ya se demostró 1. Que el reconocimiento si se le hizo, y 2. Que Herrera rechazo en principio la posibilidad de la autoría.

Descubrí la obra experimental, radical y vanguardista de Gustavo Sorzano a través de las investigaciones recientes de María Mercedes Herrera hace unos años, y como jurado de ella, reconocí en su momento el trabajo de Herrera y celebré su candidatura a ser premio de ensayo de historia del arte colombiano. Incluso (más por voluntad de la institución de la que fungí como jurado que por voluntad de la autora) incluí una breve introducción a manera de prólogo en la que reconocí el trabajo de investigación de Herrera y la audacia de la obra de Sorzano, opacada por un monopolio de teóricos y curadores que la misma Herrera atacó. Pero ahora, Herrera se pasó del lado que denunció. El de los que se llevan los méritos de poner el ojo en el lugar adecuado a la hora perfecta. El de los que se vanagloriaban de haber escrito la historia correcta. Me desinflan los argumentos y defensa con que se ha llegado a apropiar y monopolizar la producción de un artista (a pesar de la misma posición y voluntad del artista, de lo que hablaré en el punto #3). Asumir que la curaduría es un ejercicio inalámbrico y extrasensorial -lo hice sin estar ahí- pone a Herrera en el campo de una suerte de espiritismo artístico, que como todo espiritismo es poco creíble, cuestionable e inverificable. Lamento el desconocimiento que revela del campo curatorial estas aseveraciones envidiosas -que las conozco de sobra y a las que también me enfrente de corrillo el año pasado con la exposición de Botero, a quien le salieron varios curadores y críticos que la hubieran hecho mejor-, y lamento la defensa de lo indefendible.  Mi maestro Álvaro Medina escribió en algún momento que precisar y comprender la historia es como construir ciudades, y que este esfuerzo, con humildad, solo se logra a partir de relevos generacionales, disidencia y otras miradas que alimenten, propongan, continúen o interpelen. A Herrera a quien le reconocí su habilidad por desenmascarar a quienes se autohistoriaban y autoproclamaban pioneros hoy le retiro la ventaja que había evidenciado y que ahora traicionó su propio ego.

Así que yo también «desde ya manifiesto mi interés en curar las siguientes exposiciones relacionadas con Sorzano», de lo contrario que difusión y reconocimiento le esperarán. No le hace ningún favor a la obra de Sorzano creerse de un discurso unívoco y cerrado. No le hace ningún favor a una producción tan radical e irreverente (tanto que ni la entendieron en su tiempo) quedar sumisa ante la propiedad histórica de alguien. No le hace ningún favor a Sorzano representar su voz a través de un solo mediador, y no le hace ningún favor a Herrera monopolizar un tema. Si en tiempos de la muerte del autor a duras penas es el creador dueño de su obra, menos lo va a ser alguien que habla de ella.

3. A sonido de reguetón Ricardo Arcos presentó la obra de Sorzano como el lugar donde le corresponde -el diván de Herrera-. Se ha venido hablando indistintamente de Sorzano como si fuera una cosa, una marca o alguien muerto. Pero el artista también tiene voz y ha hablado. ¿Y acaso él dice que ese es el lugar que le corresponde?

No, dijo todo lo contrario.

“Y QUIERO SER CONTUNDENTE: ES GUSTAVO SORZANO Y MI ICONOCLASTA OBRA LO que es IMPORTANTE NO solamente las investigaciones, escritos, catálogos y libros anteriores que se han escrito sobre mi trabajo. NO LO OLVIDEN. Se necesita humildad para dar con generosidad a los demás el trabajo que cada uno de nosotros hacemos, en la CONSTRUCCIÓN de una sociedad mejor para todos.”

(Las mayúsculas son de Sorzano)

Desde, Y sí, nos atrevemos. Valentina Gutiérrez, en Esfera Pública

Fin de la discusión 2. Por qué llevarle la contraria al protagonista que las dos partes reconocen que es motivo de este debate.  ¿Si no basta con atacar a El Dorado pues porque no atacan a Sorzano y sus propias aseveraciones? Si Sorzano lo dice, dejen sano a Sorzano.

4. Disminuir a la contraparte con condescendencias como desconocer su trabajo, o invalidar la disidencia como por ejemplo señalándome de «faldero» son incongruencias e hipocresías ante esa idea de «libre rienda a las interpretaciones» que Ricardo expresa. Asumir arbitrariamente la verdad subvalorando el criterio de otros colegas niega la libertad de que habla y asume una posición dictatorial de la cultura. Por la amistad que nos ha unido desde hace años y el respeto que le debo, lejos de las calenturas del altercado, debo exigirle a Ricardo Arcos que reconozca mi independencia y disidencia a sus ideas, y asimismo, que reconozca mi lugar que he ganado en el campo del arte colombiano con distinciones libros, exposiciones internacionales y reconocimiento académicos.

Si como él dice «las discusiones sobre el mundo del arte sólo los agentes del mundo del arte podemos darla» sea lo que sea que eso quiera decir (¿?) pues considero mi voz y mi criterio tan idóneo y respetable como el suyo.

Aunque no comparta sus planteamientos ni el gusto musical así como tantas otras cosas, me niego a que mi intención de plantear una conversación de altura sea desdeñada irrespetuosamente.  No me victimizaré pidiendo excusas pero hago acá un vehemente recordatorio del respeto a que deben estas discusiones entre contrapartes e ideologías incompatibles. Ni faldero uno ni curadorsito el otro. Acá se debe reconocer el valor del debate entre pares antagónicos.

Por eso mismo, dejo estas consideraciones a buen resguardo, en un lugar de debate inteligente como esferapublica para que lejos del corrillo y la imposibilidad de bloqueos se le dé a la circunstancias las justas proporciones que ameritan, o si no amerita, que como todo se pulvericen y olviden.

 

Christian Padilla
Historiador de arte y curador
Doctorando en Sociedad y Cultura de la Universidad de Barcelona

1 comentario

Y para que saber que el autor del artículo fue «jurado» de la historiadora? Guerra de egos… no parece ser un buen negocio.