Crisis en la Tadeo

Natalia Ávila intenta graduarse hace tres años, tal cual queda consignado en la exhaustiva documentación de su blog (que recomiendo consultar a todo el que aún no lo haya hecho, pues allí hay una verdadera exhibición de atrocidades que violenta incluso la categoría «Poder Institucional», tan presente en todos los debates que giran en la plataforma de Esfera Pública). Su caso no es particularmente sorprendente en el entorno de la carrera de Bellas Artes en la Tadeo, salvo por el hecho de que se atrevió a hacerlo público. Como muestra de ello me gustaría que se considerara el hecho de que, durante los últimos dos años, sólo seis estudiantes de la carrera se han graduado (me encantaría afirmar que esta ausencia de graduandos se debe a un intento por el elevar el nivel académico de los proyectos presentados por los estudiantes, pero no es ese el caso) y que un alto porcentaje de la planta docente ha desertado, ha sido despedida sin explicación o simplemente ha encontrado de un momento a otro su cátedra ocupada por un nuevo profesor…

Natalia Ávila, sobre el Estado de Excepción Académica, el crédito y la muerte de la tesis

Natalia Ávila intenta graduarse hace tres años, tal cual queda consignado en la exhaustiva documentación de su blog (que recomiendo consultar a todo el que aún no lo haya hecho, pues allí hay una verdadera exhibición de atrocidades que violenta incluso la categoría «Poder Institucional», tan presente en todos los debates que giran en la plataforma de Esfera Pública). Su caso no es particularmente sorprendente en el entorno de la carrera de Bellas Artes en la Tadeo, salvo por el hecho de que se atrevió a hacerlo público. Como muestra de ello me gustaría que se considerara el hecho de que, durante los últimos dos años, sólo seis estudiantes de la carrera se han graduado (me encantaría afirmar que esta ausencia de graduandos se debe a un intento por el elevar el nivel académico de los proyectos presentados por los estudiantes, pero no es ese el caso) y que un alto porcentaje de la planta docente ha desertado, ha sido despedida sin explicación o simplemente ha encontrado de un momento a otro su cátedra ocupada por un nuevo profesor.

Estos hechos, en boca de todos y en papel de ninguno, señalan una crisis a la que nadie ha querido prestar atención a pesar de todas las voces que, de forma ciertamente ahogada, se han levantado en escenarios más bien informales, y de la desarticulación de una comunidad académica estable y crítica arrasada por voluntad administrativa. No sobraría aquí preguntarse dónde están los funcionarios del Consejo Nacional de Acreditación para hacerle un seguimiento riguroso a las irregularidades que la Facultad sigue cometiendo y de las cuales siguen siendo presas los estudiantes.

De hecho, el inicio de esta crisis podría situarse en el momento de la acreditación del plan de estudios de la Carrera, a partir del cual, como ocurre en general cada vez que un programa se acredita, deja de considerar a la educación como un derecho inalienable para transformarse en un servicio «a crédito» y del cual hay que dar crédito. Algo que el estudiante, en tanto debe (porque siempre se trata de «créditos»), nunca puede tener. A partir de ese momento, incluso el perfil de los primíparos aceptados a la carrera empezó a cambiar, y un cierto matiz de desadaptación difusa que caracterizaba a los estudiantes fue poco a poco reemplazado por niñas bien vestidas, educadas y desganadamente sonrientes que no tenían, a fuerza de ascepcia, ninguna intención de llevar la contraria a nadie. O por lo menos a nadie con el suficiente poder como para decir que en el ejercicio de la contradicción había diversas clases de crítica y no una crítica de clase.

Así que el asunto con respecto a Natalia Ávila empezó a complicarse en ese momento. Su primer proyecto de grado, una investigación sobre arte y narcotráfico en Colombia, fue abiertamente censurado por la decana de la Facultad, Sylvia Escobar, a quien el tema le parecía demasiado escabroso, y por Juan Manuel Caballero, el vicerrector académico de la universidad, quien, como consta en todos los documentos anexados por Natalia en el blog, fue la palanca institucional que validó todas las desafortunadas actuaciones académicas y administrativas de Escobar. Sin contar claro, que veamos la firma de los rectores Jaime pinzón y José Fernando Isaza una y otra vez puesta en los documentos, lo que nos deja entrever la dimensión de los hechos. Sobra decir que ninguna de estas negativas fue estructurada con argumentos, teorías o debates sino con memorandos y razones dejadas en contestadores automáticos, con llamadas de secretarias y sellos de vicerrectoría.

Tras este primer traspié (que no es el primero en tanto ya habían pasado meses de incertidumbre sobre los procedimientos para trabajos de grado, nunca definidos por la Facultad), Natalia intentó presentar un ejercicio de gestión cultural en torno a El Bodegón (espacio del que hace parte), el cual no fue aceptado por ser propuesto de forma colectiva (lo cual nunca antes había sido considerado un impedimento) y así, finalmente, se vio abocada a plantearse un proyecto como el que finalmente llevó a cabo: Punto de tensión.

La idea del trabajo se sustentaba sobre una acción de desgaste en la cual Natalia se propuso, con disciplina inquebrantable, no hacer nada, aunque esa nada estuvo recubierta de un matiz perverso que era un golpe en la cara de la institución académica: permaneció entre las 9 am y el momento del cierre, día a día entre el 1º y el 31 de diciembre de 2006 (es decir, en medio del frenesí navideño), en las instalaciones del centro comercial Salitre Plaza. Cada día sin excepción llegaba para ver abrir las tiendas, y sólo se iba cuando ya todo estaba cerrando.

Su acción no tenía que ver con ninguna crítica a la sociedad de consumo, no planteaba una oposición a cualquier forma de capitalismo o a la desintegración de la familia por el mercado y, ni siquiera podía ser vista como una rendición al mundo de las formas. Si de algo se trataba era, precisamente, de que su tiempo (entendamos «su vida») se consumiera durante un mes completo en la pasividad del estar. Forzar el ritual de la propia presencia en un espacio para el que la existencia particular de un individuo resulta completamente asignificante, y hacerlo a modo de trabajo de grado, es decir como mecanismo de «acreditación académica», ya implica una serie de conclusiones que, de haber sido evaluadas de forma medianamente acertada por la universidad, la facultad, y los jurados (entre los que se contaba, como es la norma, la decana Escobar), habrían puesto a tambalear el sustrato académico que lo permitió. Porque, digámoslo abiertamente, el mes que Natalia Ávila pasó en silencio, inactiva, echada en un sofá del centro comercial o ante una vitrina, tras años de infructuosos intentos de tesis, y que no fue ocupado en ninguna clase de investigación, ni en la producción de ningún trabajo o la profundización de cualquier aprendizaje, son responsabilidad de una estructura burocrática totalmente ciega a los procesos pedagógicos que está administrando. Es decir, que si hoy no tenemos sobre la mesa los resultados, por modestos que pudieran ser, de una necesaria investigación sobre los narcos y el arte en Colombia, ni una hipótesis sobre la existencia y funcionamiento de los espacios artísticos independientes en Bogotá, se lo debemos a las actuaciones arbitrarias de una Facultad para quienes sus estudiantes ni siquiera son clientes, en tanto no se les concede siquiera el beneficio de la duda pues de razón ni hablar.

Por el contrario, la Universidad se blindó una y otra vez acusando a Natalia tras cada uno de sus más que justos reclamos; la Facultad, en cabeza de Sylvia o extendida en la persona de sus subalternos enredó, esquivó y complotó para, una vez más echar por tierra el proyecto tras una sustentación en la que, tal cual consta en la transcripción, no hubo un solo comentario de fondo o una crítica al trabajo.

Leyendo los motivos por los cuales el proyecto se rechazó, puede verse la trama de una arbitrariedad convertida en metodología establecida, por la cual una tesis termina reprobándose porque, supuestamente, no dio respuesta a preguntas que, de hecho, nunca se plantearon y porque, la mala elección de los evaluadores, ignorantes del contexto en el cual se inscribía el proyecto, nunca pudieron crear un entorno propicio para hacerse un sinnúmero de valiosas preguntas implícitas en la materialización del ejercicio de tesis y que fueron torpe o, quizás, hábilmente esquivadas por el jurado. Que una tesis sea reprobada porque no da respuesta a la precariedad de una pregunta del estilo: «y para ti, ¿qué es el ocio?», cuando jamás se planteó el ocio como un componente argumental del trabajo, es como quitarle la corona de señorita Colombia a una candidata porque no puede explicar la evolución histórica del performance de desgaste y el modo en que ha sido usado por Marina Abramovic durante casi tres décadas.

No hablo desde una perspectiva desapegada en tanto, desde el comienzo, he sido interlocutor académico de Natalia en el desarrollo de sus proyectos y, por lo tanto, he podido ver la evolución de una situación que pasó de ser simplemente arbitraria a totalmente surrealista. Por supuesto que tampoco soy imparcial en tanto mi historia dentro de la Tadeo hace parte de la diáspora inducida por la administración de Sylvia Escobar y de la cual podrían dar cuenta desde Manuel Santana hasta Fernando Escobar, Fernando Uhía, Mario Opazo, Miler Lagos y un etcétera tan largo que me da pereza recordar. Ni siquiera puedo considerarme contestatario en tanto me vi victimizado por la situación y perdí incluso la distancia crítica. Sin embargo, puedo hablar desde ese umbral en que permanece quien no está fuera ni adentro y, por ello mismo, como frontera entre institución y persona, privado de voz y de sustancia, alejado de toda posibilidad práctica de reconfigurar un contexto que me era familiar y que terminó siendo simplemente siniestro.

Y es este siniestro, precisamente, del que habla Natalia Ávila, y son su silencio y su negativa de hacer, la única voz que podría elevarse para que los fantasmas digan lo que ocurrió a una generación cegada por una creencia demasiado cómoda en las formas de una institución académica en que se empeñaron en permanecer. Así pues, más allá de un trabajo sobre narcos, o de un proyecto para hacer un sitio de exposiciones de arte sin vocación comercial, o de un performance largo, aburrido e insignificante, de lo que se trata es de una compleja historia institucional en la que se replican, en el seno de una pequeña comunidad académica, formas oscuras de administración del poder: censuras, silencios, omisiones, respuestas amañadas, víctimas sin rostro y decisiones sin soporte que nos recuerdan constantemente las figuras del Estado de Excepción y de la naturaleza Biopolítica de todo ejercicio de poder en el que, una anónima y bastante mediocre figura administrativa puede decidir sobre la vida y la muerte, en este caso académica, de un miembro, por cierto siempre destacado, de su comunidad.

Ya Derrida había planteado el momento de la tesis como un escenario de muerte para el estudiante, en tanto sale muerto como discípulo en la contestación de sus maestros, entregado a la locura de la decisión por la cual rompe el reflejo y se da a hablar. Pero tristemente aquí, esa ruptura nunca se dio frente a ningún maestro (empezando porque ya no trabajan en la Tadeo) sino tras el funcionario. Silenciada por una fuerza de ley que la constriñe y ahoga, la muerte de esta estudiante, de la que espero podamos conservar el nombre Natalia Ávila, es un caso más entre aquellos que expiran en medio de un estruendoso silencio académico y sin que nunca se aclaren los motivos de su supresión ni, mucho menos, se haga responsables a los culpables.

Víctor Albarracín

De la firma al amaneramiento: un texto sobre mi facultad

Estamos en un proceso (si lo podemos llamar así) de transformación de sociedad, una especie de limbo desafortunado que se manifiesta como un engendro metastásico que actúa como un deformador universal. La crisis es generalizada, las sociedades disciplinarias o de encierro como la familia, la escuela, la universidad, la fabrica, el hospital, la prisión, anuncian reformas sustanciales, se advierte un sistema inconsistente, abierto, que promueve la empresa, la recompensa al “merito”, la formación (educación improvisada) permanente, la evaluación reiterativa. Todo esto se traduce en rivalidad y el aislamiento de los individuos. Es una maraña más del capitalismo por controlar más que distanciar.

El caso de Natalia Ávila Leubro estudiante de la Tadeo cuyo proceso de tesis fue reprobado, es un desafortunado caballo de Troya que tocó altas instancias burocráticas tadeistas para exigir respuestas idóneas que le permitieran dar solución a lo que según su facultad era un proceso artístico incoherente. “Te apoyamos Natalia, sigue adelante con fuerza” es lo que decimos sus compañeros, y al final cuando toca poner la cara, solo está ella. Pero así funcionan las cosas en un sistema inconsistente y de individuos fraccionados donde no hay consenso ni certeza y lo único definido es el control, la firma como ejercicio de poder autocrático y de territorio que anula y excluye cualquier intento que la amenace como institución.
Tanto tiempo y esfuerzo invertido, tantas cartas, derechos de petición, reiteraciones, excusas, preguntas, aclaraciones redundantes, respuestas pendejas, resultan tan ridículas, tan vergonzosas que se convierten en una fina e inteligente mofa. Natalia nos dice: Señores, mi facultad funciona así… miren lo que tengo que hacer y ante quienes me expongo para solucionar mi proyecto de tesis.
La verdad es que aquí el problema ya no es de índole artística, no se están evaluando los conceptos ni los criterios del proyecto de tesis, es un problema de territorio, de dominio. Natalia, al ejercer el derecho de revisión de su proyecto de tesis ya reprobado, está confrontando la idoneidad del jurado de tesis, está exigiendo que se siga un debido proceso de evaluación y que se le califique como a los demás*. Su desafortunado e infructuoso esfuerzo se ve ilustrado en la imagen adjunta.
En conclusión, esta es una piedra lanzada con fuerza hacia la nada con el rotulo de odio y desespero. Un gran esfuerzo de formación y materialización de un proyecto de tesis que desde un principio fue fallido, sesgado y manoseado por la empresa, aquella que deviene en burocracia, numero de créditos y horas clase, en profesores baratos e ingenuos (porque los buenos se fueron), en alumnos cada vez mas “vale huevo” y mucho tiempo libre desperdiciado. Natalia es solo una víctima al igual que otros tantos tesistas inconformes (entre los cuales me cuento) con este limbo en el cual se encuentra la universidad Jorge Tadeo Lozano y claro, su facultad de artes.

Edwin Sánchez

Representante académico 2007

Facultad de Artes

Universidad Jorge Tadeo Lozano

Código 10554

*con el afán de activar los procesos de tesis estancados durante dos años por el proceso de acreditación, la facultad tuvo que dar facilidades o privilegios a ciertos estudiantes.

La redacción

El Departamento de Arte de la Universidad de Wütendes (Viena) sustentó su programa académico ante las autoridades educativas del estado austriaco con la redacción de un documento oficial donde la frase «formar a un estudiante crítico» fue usada una y otra vez. El grupo de profesores de planta, que estaba encargado de la tarea de redacción del documento, encontró en la frase «formar a un estudiante crítico» un motivo conductor útil al momento de articular los propósitos, metas, logros, contenidos y objetivos del Departamento de Arte de la Universidad de Wütendes. La frase «formar a un estudiante crítico» —y la totalidad del documento de sustentación del programa académico— fueron revisados, aprobados y acreditados por las autoridades educativas del estado austriaco.

En la Universidad de Wütendes circula semanalmente una hoja donde se publican textos de miembros del Departamento de Arte. La mayoría de éstos textos han sido escritos por estudiantes del Departamento de Arte; algunos de esos textos han sido críticas escritas a la luz de problemas específicos del Departamento de Arte: ninguna de éstas críticas ha sido respondida por alguno de los profesores de planta del Departamento de Arte de la Universidad de Wütendes y menos aún por aquellos profesores que —encargados de redactar el documento oficial con que se sustentó la existencia del Departamento de Arte ante las autoridades académicas del estado austriaco— encontraron en la frase «formar a un estudiante crítico» una forma útil de redacción. Los estudiantes, ante la falta de respuesta a sus críticas, escriben poco y poca es la crítica que se forma en el Departamento de Arte de la Universidad de Wütendes.

—Lucas Ospina

 

Bajos instintos

No tanto como para hacerle un blog, pero casi…

Me refiero a lo que tendría yo que ver con el caso reciente reportado con elocuencia a través de esta esfera por Víctor Albarracin y Edwin Sánchez. El sintomático caso Natalia Avila vs Tadeo. Y sí, lo que me interesa es «hecharle leña al fuego», tratar de redundar con otro ejemplo concreto acerca de la situación decadente que se viene presentando desde hace ya un buen tiempo, y de la que he sido testigo directo primero, y a una mayor distancia luego: desde cuando me retiré como profesor de Artes en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, después de 9 años de lo que llaman «servicio laboral remunerado». Una experiencia, esta última, interesante, emocional y muy compleja. Incluyendo, claro está, su particular desenlace: la serie de hechos en los que estuve involucrado y que me ayudaron a entender cómo y hasta qué punto actúan ciertas fuerzas, digamos «ocultas», sobre otras mejor intencionadas.

Como el incidente lo tengo registrado en una carta abierta y un par de pequeños documentos, lo más práctico es comenzar por ofrecer lo que fue mi respuesta o reacción inmediata:

Bogotá, diciembre 11 del 2000

Universidad Jorge Tadeo Lozano
Facultad de Artes Plásticas

Decana Silvia Escobar, «honorables miembros del jurado»:

La presente, como dicen, simplemente para manifestar mi inconformidad con lo sucedido durante el proceso de homologación académica a que están aspirando un grupo de profesores de la facultad como «Maestros en Artes Plásticas». Proceso en el cual, según lo acordado, presenté un dossier correspondiente a los más o menos 25 años de trayectoria artística que cargo en el morral.

Después de una primera sesión, en la cual mostré y expliqué obras, manifestaciones y actitudes de diversa índole relacionadas con la actividad en cuestión, y conviniendo que en mi caso particular se hacía necesaria una segunda sesión dado no sólo el volúmen sino la peculiaridad de mi trabajo como artista independiente -lo que no deja de ser una expresión redundante-, recibí esta tarde una llamada telefónica de la decana en la que me comunicaba que había recibido una carta firmada por tres de los dos jurados que se hicieron presentes en esa ocasión (el primero no fue porque dizque ya conocía mi trabajo…).

En la tal carta, me dijo la decana que decían, mi trabajo artístico -que consiste en dibujos, obra gráfica, pinturas, objetos, ensamblajes, instalaciones, performance, y manejo de información entendida como «nuevo material» tal y como propongo en mi diplomado de Artes de Comunicación, y una que otra cosa-, les parecía a los jurados «teórico».  Y que por lo tanto no daba como para «diploma en Artes Plásticas», ignorando olímpica y tendenciosamente un dossier con mas de 360 diapositivas (para no hablar de otros documentos) que demuestran exactamente lo contrario.

Este extraño y simplificador dictámen surge, obviamente, de algún prejuicio generalizado que obnubila su capacidad de percepción. Decir «teórico» frente a una diversidad evidente de manifestaciones de orden plástico (de Plastos: modelado. Sustancia blanda que se deja modelar fácilmente) es reducir el ejercicio artístico, entendido en toda su posibilidad y amplitud, y caer en la actitud esquizoide que ubica la acción material por un lado y el pensamiento por el otro. División característica en el medio artístico con la cual nunca he estado de acuerdo, y que se traduce en una caricatura laboral en donde el artista hace y el critico o el curador piensa -lo cual no es más que un reflejo de aquella noción especialista de la «repartición del trabajo». No parece por lo visto que les pueda caber en la cabeza que una actividad artística (integrada) pueda darse en una persona como uno, llevándolos a ignorar descaradamente lo que para ellos es una de las partes.

Ante la estrecha definición de «artes plásticas», en la cual se basa toda su objeción, no queda más que ofrecer la sencilla y depurada frase de Gombrich que utilicé como declaración de entrada en exeomo, mi página web:

«Arte: habilidad o maestria. La habilidad siempre se aplica a una tarea en particular. En el siglo XVII la gente admiraba las pinturas y las esculturas, pero nadie hablaba de arte como tal. Para Leonardo, el arte era una destreza, un saber hacer aplicado tanto a sus experimentos científicos como a sus pinturas. El Arte como tal no existe, sólo los artistas».

Queda claro entonces porque lo mío no califica como para «Diploma en Artes Plásticas».  A Leonardo le hubiera pasado lo mismo…

Por otra parte, me parece curioso que se atrevan a-firmar esto «a mis espaldas», en un acto evidente de cobardía intelectual, sobretodo cuando en esa primera sesión se mostraron más bien entusiastas. Recuerdo frases como, «que interesante poder hacer algo así con todos los aspirantes que se presenten a la facultad» o «que bueno ver las cosas en contexto (…) permite entenderlas mejor», etcétera. Hasta el punto en que acordamos determinar una segunda sesión para continuar (sí, continuar) no sólo evaluando, sino informándose detalladamente al respecto.

Ahora, lo que me parece verdaderamente delicado desde el punto de vista ético de sus conclusiones, es que alcanzamos apenas a llegar a 1981 en la muy zigzagueante línea de mi cronología «profesional» quedando pendientes, apenas, unos 19 años de variaciones y fugas de muy diverso calibre. ¿No resulta entonces tendencioso que se atrevan a emitir un pre-juicio cuando lo que tenían que hacer era simplemente tratar de informarse y comprender, hasta donde les fuera posible, la totalidad del proceso? Sobretodo cuando habíamos determinado, como ya dije, una segunda sesión que nos pusiera a marchar sobre los rieles inteligibles de muchas otras cosas. Pero no, Procesus interruptus.

Con todos estos antecedentes a mano, me atrevo entonces a evaluar la actitud (por parcial) de los tres devaluadores:

Primero, si alguien quiere enterarse de algo para saber cómo es, pues que vaya, y mire.

Mario Opazo, uno de los jurados, seguramente víctima de pequeñas y acumuladas envidias, no se tomó la molestia de asistir porque dizque «ya conocía mi trabajo», y como cualquier congresista, estampó en cambio su clarividente veredicto (les encanta firmar) no sin antes comentar en un desliz calculado de telenovela, que mi enseñanza le parecía «peligrosa». (Ay ! Sócrates… Peligrosa tal vez porque pudiera inducir algún gérmen de criterio o reflexión que pudiera devolvérsele algún día sobre la inconsistencia de su propio trabajo? Más peligrosa, digamos, que ciertas conductas extracurriculares donde se propicia el nivelamiento por lo bajo de los participantes? (y aquí no voy a entrar en detalles). Lo único que queda claro es que «de alguna manera», como dice el maestro con su particular estilo argumental, mis ideas le parecen «peligrosas».

Fernando Escobar, otro de los miembros del jurado, después de mirar parcialmente mis discursos y no leer para nada mis obras (como todo filósofo, un tanto cegatón), me dió la impresión que, obedeciendo a un espíritu práctico, esencialmente parroquial, redujo todo lo que no lograba asimilar a un simple diagnóstico en el que el aspirante que era yo resultaba aquejado de la mas profunda «neurosis». Enfermedad genérica si las hay, especie de joker que se utiliza negativamente de la misma manera que se utiliza positivamente el término «interesante» en las conversaciones que carecen de interés. Además, con qué legitimidad queda este profesor (ese si, teórico cual más) al interior de una facultad de arte que se define estrechamente a partir de su «plasticidad»?

La tercera del jurado, Beatriz Eugenia Daza, tuvo tal vez, a mi modo de ver, una de esas fallas inocentes de personalidad al dejarse arrastrar por el riachuelo del lugar común promulgado telepáticamente por los alter-señores, firmando la epístola con el mismo entusiasmo con que me oía discurrir ese día acerca de las «aventuras poéticas» de mi obra, convencida de haber cumplido con el muy honorable servicio social de desenmascarar a impostores artistas «teóricos» como yo.

Ante esta lamentable naturaleza muerta dispuesta sobre la mesa del salón de profesores, me parece que la decana, por su parte, no sólo nombró o permitió que nombraran personas poco idóneas para el ejercicio ponderado e inteligente de la evaluación (me refiero al criterio relativo que pueda desprenderse de sus respectivas hojas de vida), sino que se dejó arrastrar por el mismo riachuelo de lugares comunes que mantiene a algunos bajo el convencimiento de que están haciendo lo correcto cuando sólo están bajo el efecto hechizante de seguridad que suelen dar las convenciones. Es decir, oscilando, como en la historia de Jeckyll & Hyde, entre los mandatos y caprichos que el poder institucional dictamina y la función referente, en primera persona, que su posición como decana hace suponer.

Si tuviera que resumir -pasando por encima de los detalles de esta reveladora circunstancia- diría que el problema de fondo consiste en la discrepancia o antinomia natural que existe entre el orden institucional y el pensamiento creativo. Aquel, por definición, conservador, siempre dos o tres pasos atrás; tal y como sucede con los ministerios de cultura y su perpetua discrepancia entre Patrimonio y Creación. Por lo que siempre sostuve que una facultad de Artes no podía sostenerse legítimamente al interior de una universidad a no ser que estuviera dotada de la autonomía suficiente como para permitirle actuar de acuerdo a su naturaleza; en una palabra, creativamente.

No se trata entonces, como pudiera malpensarse, de reaccionar simplemente a la negativa de ser incluido en la lista de aspirantes al grado. Que quede claro, yo nunca he sido sabueso del hueso (enrollado) del diploma. Conveniente y necesario documento para acreditar suficiencia en actividades funcionales, pero, en arte?…
Siempre me ha gustado creer que es sobretodo al artista a quien le corresponde, por naturaleza, el acto de legitimación. Alguien ha oído hablar, acaso, de los diplomas que han «hecho» a los artistas? Como bien dijo un francés: «La innovacion artística no asumirá el sentido de una nueva cualidad hasta que sea evaluada a posteriori por medio de los criterios mismos que ella habrá instituido».  Yo veía entonces el diploma más bien como el resultado de un gesto amistoso propuesto por el rector anterior. Reconocimiento, digamos, a los nueve años de estar almorzando en la cafetería de esta universidad y no como el acto notarial capaz de autenticar el sentido de mis propias experiencias.

Como le decía esta tarde a mi ex-decana por teléfono: si la facultad se demuestra incapaz de reconocer el nivel esencialmente artístico de mis «actividades», como pongo en el curriculum, no queda más que colgar los hábitos académicos de alguna otra puntilla en la pared. Que las posibilidades son amplias es algo que queda suficientemente demostrado en mi hoja de vida.

Será que algún día a las facultades de arte les da por asumir la contemporánea paradoja de enseñar un «oficio posible»? Oficio sobre el que tanta cantaleta he venido dando a lo largo de estos nueve años de estar almorzando en el desierto sin espejos de esta facultad.

Mauricio Cruz

Cuando publiqué esta carta abierta en la Facultad (con exhibición en cartelera y copias al rector y a la decana, así como a cada uno de los «honorables miembros del jurado») había omitido, por lo obvio que resultaban en esa circunstancia, los nombres de los mismos.  Si lo hago ahora, es entre otras para disolver el enigma de identidades que pudiera desprenderse de algunos cambios de contexto. Debo aclarar igualmente que la única persona que puso la cara en ese momento fue Beatriz Eugenia Diaz por medio de una aclaración personal por correo (que adjunto) y que consideré, en lo que me corresponde, satisfactoria.

La aclaración de Beatriz Eugenia Diaz:

Subject: Re: [HOMOLOGACION]
Date: Thu, 14 dec 2000 23:19 EST
From: mauricio cruz illico@netscape.net
To: «Beatriz Eugenia DIAZ» < bediaz7@hotmail.com

«BeatrizEugenia DIAZ» <bediaz7@hotmail.com> wrote:

Mauricio Cruz Arango:

Lamento mucho que haya actuado precipitadamente al escribir una carta basada
en su interpretación de los hechos y no en los hechos.

UNA carta firmada por TRES jurados, NO EXISTE.

Hasta la fecha, 14 de Diciembre del año 2000, no he firmado ninguna carta en
la que esté consignado algún fallo frente al proceso de homologación de
Mauricio Cruz Arango.

Existen sí, unas observaciones firmadas por mí, en ningún caso afirmativas,
en ningún caso planteando cerrar el proceso y en algunos casos nacidas de la
rigidez que impone cualquier proceso académico. Sé que existen, también, dos
cartas de los otros dos jurados nombrados, declarándose impedidos por
razones que ellos defienden.

Puedo pensar que el contenido de estos tres documentos puso en consideración
el hecho de otorgar un Título Académico.

Respeto cualquier resolución que tome la Facultad.

Siempre he pensado que sólo hay dos caminos a tomar: o se es artesano o se
es artista en la vida. No me cabe la menor duda de que Mauricio Cruz Arango
eligió el camino de los artistas. La cuestión aquí es dar o no un Título
Académico. Nunca he cuestionado el hecho de que usted sea un artista.

Beatriz  Eugenia DÍAZ

Mi respuesta:

… No le digo, Beatriz Eugenia, el problema también es de comunicación. Silvia
me dijo que habia recibido una carta firmada por los tres y claro, yo le creí.
Pero ahora, después de su aclaración, también le creo a usted. Sea como hayan
sido los detalles del caso, para mí el punto de la discusión se mantiene y me
sigue pareciendo una tonteria. Sólo que usted ha tenido el detalle de poner la
cara y esto se lo reconozco. No problem, usted queda, en lo que a mi
concierne, por fuera de la confrontación.

Un saludo, Mauricio.

También es cierto que la decana, en calidad de su cargo y uso de su voluntad, pudo haber decidido el asunto por encima de la trinidad de opiniones; a no ser, claro está, que impedimentos y razones más poderosas -tanto en lo íntimo como en lo institucional- se hayan interpuesto. Sea como sea, la inconsistencia palpable evidenciada por las directivas y algunos profesores de la Tadeo en este proceso, no se debe a otra cosa que a mezquindades personales y a las políticas de control y censura (a la «rigidez que impone cualquier proceso académico», como bien dice la profesora) que una mentalidad temerosa, y poco ilustrada, se aplica a sí misma hasta el punto de su propio desprestigio y decadencia.

Por otra parte, no deja de ser curioso que Albarracín, en su detallada relación del caso Natalia vs Tadeo, incluya en la «diáspora» de profesores de la facultad a dos de mis antiguos jurados, y que terminaran siendo víctimas (hoy mártires) del mismo ambiente «siniestro» del que participaron en ese entonces con gran naturalidad.

Mauricio Cruz (bis)

PD- Quince años antes de este incidente, en el 85 cuando vivía en Francia, las autoridades oficiales de ese país no tuvieron en cambio ningún inconveniente en reconocerme como «artiste professionel». Resulta que para poderse inscribir en la seguridad social, diligencia obligatoria, uno tenía que demostrar su estatus como artista a partir de un dossier. Dicho y hecho. Presenté mi entonces exigua pero suficiente hoja de vida a las autoridades encargadas y al cabo de unos días recibí un carnet en que la aiap (association international d’arts plastiques, con sede en la Unesco) me acreditaba, internacionalmente, como tal. Las autoridades colombianas, en su defecto, una universidad, no lograron por su parte convencerse que el suscrito, genética, temperamental y operativamente (lo que tuvieron que haber notado a través de nueve años de verme caminar) pertenece sin remedio a esa raza inconveniente de «artista» cuyo nombre sólo se deja pronunciar en posterioridad.

Contratos

“Yo no creo en la enseñanza del arte y tengo que reconocerlo. Ya sé que resulta muy duro y que algunos lo pueden tomar muy mal, pero ¿qué le puedo hacer?”

Escritos

—Eduardo Chillida

Me acuerdo de uno de los programas de una serie de televisión que se llamaba “Paper Chase”. La serie trataba de la vida académica de unos estudiantes de derecho en una universidad. El programa se emitía en los años ochenta cuando todavía había cierta demanda para este tipo de seriados: se pensaba que la televisión podía ser algo más que historias de buenos y malos, y bellos y feos.

En el programa que recuerdo pasaba lo siguiente: Charles W. Kingsfield Jr., uno de los protagonistas de la serie, que era un profesor serio, viejo, competente y agudo —pero a quien su solemnidad no lo privaba de usar, en dosis homeopáticas, un fino sentido del humor—, les asignaba, dando un plazo de dos días, un dispendioso trabajo de investigación sobre el área de contratos a los alumnos de una clase. Los estudiantes debían hacer grupos y venir a la clase del día siguiente con un anteproyecto; el profesor revisaría la propuesta de cada grupo y si la investigación preliminar era consistente, los grupos podrían trabajar en una versión final que sería entregada en la próxima clase.

Al terminar la sesión, los alumnos salieron inmediatamente hacia la biblioteca de derecho pues para poder cubrir el área de estudio que el profesor había señalado les esperaba una larga noche de lectura. Al otro día, a la clase que iba a estar dedicada a revisar el anteproyecto de cada grupo, el profesor no asistió. Todos los estudiantes estaban perplejos. Charles W. Kingsfield Jr. nunca en su vida había faltado a una clase, ni siquiera cuando se estaba recuperando de una operación de apendicitis o el día después de que  su esposa había dado a luz. Tampoco lo había detenido la Gran Tormenta de Nieve del año 76 o la huelga de profesores de la universidad: el profesor siempre había asistido cumplidamente a dictar sus clases. Llamaron a su oficina y la secretaria del profesor se alarmó; la secretaria llamó a su casa y el portero del edificio lo había visto salir, como era usual, a la misma hora de la mañana (inclusive la regularidad de Charles W. Kingsfield Jr. le había servido esta vez, como muchas otras veces, para notar que el reloj de la recepción seguía, a pesar de los arreglos, descuadrado). Ante la falta de un motivo que justificara la ausencia del profesor, la mayoría de los alumnos de la clase se sintieron decepcionados y hasta indignados: sentían que la noche de desvelo y que la premura en la escritura del anteproyecto habían sido en vano; muchos de los que no habían logrado hacer una investigación consistente se sintieron aliviados, ahora contaban con un día más para elaborar mejor sus planteamientos y de esa manera poder asumir en una mejor condición la batalla que siempre significaba sustentar una idea ante una mente tan inquisitiva como la Charles W. Kingsfield Jr. A medida que estas escenas se sucedían, en el programa se insertaban secuencias de Charles W. Kingsfield Jr. paseando, en un día soleado, por la ciudad: visitaba una biblioteca a la que no iba desde sus años de estudiante, se tomaba un café, recorría el barrio donde había pasado su infancia o se sentaba en un parque y hablaba con una madre que miraba como jugaba su hija; para él todo parecía estar dentro de lo normal, una leve sonrisa  y una manera de caminar reposada así lo confirmaban.

Al otro día, antes de la clase, había ruido en el salón: los estudiantes estaban a la expectativa sobre el regreso del profesor y especulaban sobre las razones que daría para justificar su ausencia. La puerta lateral del salón de clase se abrió y Charles W. Kingsfield Jr. entró a la hora señalada y comenzó a dictar la lección que estaba programada para ese día. Su lección de cátedra fue interrumpida por un estudiante que le preguntó sobre si hoy se iba a reemplazar la asesoraría que estaba programada para el día anterior. Charles W. Kingsfield Jr. dijo, sin inmutarse, que no haría ninguna asesoría y que todos los grupos debían entregar el trabajo asignado al final de la clase. No bien termino de decir esto cuando se formó una gran discusión entre los alumnos, la mayoría protestaba ante lo que consideraban una inmensa injusticia, el profesor los miraba con la misma calma de siempre; los dejó hablar por un rato y luego pidió silencio para poder hacer una pregunta: “¿Qué grupo tiene el trabajo final listo para ser entregado?”. Todos se miraron perplejos ante la obstinación y terquedad que revelaba la pregunta y las protestas no se hicieron esperar, pero nuevamente se hizo un silencio pues alguien, entre los estudiantes, había alzado la mano para responder afirmativamente a la pregunta del profesor. Era James T. Hart, otro de los protagonistas del programa. A continuación, el profesor Charles W. Kingsfield Jr. le preguntó a James T. Hart por la razón que había motivado a su grupo para entregar el trabajo finalizado. James T. Hart respondió: “Entregamos el trabajo porque era un trabajo sobre contratos, y si bien el acuerdo especificaba que usted como profesor debía hacer una revisión para aprobar un anteproyecto, también era claro que la finalidad del acuerdo verbal hecho en clase era entregar hoy un trabajo finalizado. El hecho de que usted inclumpliera con su parte del contrato no nos justificaba a nosotros para hacer lo mismo. Un contrato es un acuerdo entre dos partes y cada parte debe hacer todo lo que esté a su alcance para cumplir con el objetivo señalado”.

“Señor Hart” dice Charles W. Kingsfield Jr. “¿piensa usted que yo he incumplido con mi parte del contrato?”. En ese momento la cámara se acerca a los labios de James T. Hart y antes de que pueda decir algo, el programa de televisión se acaba.

“Entendámoslo bien y, para eso, expulsemos de nuestra mente las imágenes conocidas. El [maestro] atontador no es el viejo maestro obtuso que llena la cabeza de sus alumnos de conocimientos indigestos, ni el ser maléfico que utiliza la doble verdad para garantizar su poder y el orden social. Al contrario, el maestro atontador es tanto más eficaz cuando es más sabio, más educado y más de buena fe. Cuanto más sabio es, más evidente le parece la distancia entre su saber y la ignorancia de los ignorantes. Cuanto más educado está, más evidente le parece la diferencia que existe entre tantear a ciegas y buscar con método, y más se preocupará en substituir con el espíritu a la letra, con la claridad de las explicaciones a la autoridad del libro. Ante todo, dirá, es necesario que el alumno comprenda, y por eso hay que explicarle cada vez mejor. Tal es la preocupación del pedagogo educado: ¿comprende el pequeño? No comprende. Yo encontraré nuevos modos para explicarle, más rigurosos en su principio, más atractivos en su forma. Y comprobaré que comprendió. Noble preocupación. Desgraciadamente, es justamente esa pequeña palabra, esa consigna de los educados —comprender— la que produce todo el mal. Es la que frena el movimiento de la razón, la que destruye su confianza en sí misma, la que expulsa de su propio camino rompiendo en dos el mundo de la inteligencia, instaurando la separación entre el animal que busca a ciegas y el jóven educado, entre el sentido común y la ciencia.”

—El maestro ignorante

Jacques Ranciere

 

—Lucas Ospina

La promesa rota

«Las promesas están hechas para no ser cumplidas».

W.B citado por M.H.

Supongamos un estudiante de arte. Supongamos.

A nuestro estudiante de arte le prometen algo. En el momento en que firma ese contrato con la Universidad, ésta deberá hacer todo lo que esté a su alcance para cumplir ese contrato que es acompañar en el proceso de creación, guiar en el proceso de investigación, apoyar el aprendizaje, dar pistas, entre otros. Nuestro estudiante también deberá asistir a clase, hacer los ejercicios, leer, cumplir con un trabajo académico, con un horario. El profesor de arte, maestro y artista (en el mejor de los casos), consciente de lo difícil que es ejercer esa profesión, también debe por lo menos, «bajarse de la nube» y COMPRENDER que la posición de la academia (osea su posición, por metonimia) es privilegiada…que siempre piensa desde un lugar privilegiado, mientras, la Universidad ni se inmuta, elabora conceptos, hipótesis, cita a grandes obras, grandes libros, grandes autores de la historia Universal, a grandes maestros … y sigue pensando, desde allí. Por eso, la Universidad debe ser mas flexible, mas realista, no menos estudiosa, pero mas realista, mas del lado de la vida cotidiana que de la academia (digamos, ella, la Universidad, siempre seguirá pensando – nadie le va a quitar ese privilegio).

La Universidad HOY, creo, es consciente, sobre todo, y debe estar al tanto para re-inventarse y re-escribirse, para ser pertinente, de que las personas somos una combinación de conocimientos, que éstos no se adquieren como mercancias… y que el proceso pedagógico es complejo, de hecho es toda un área del conocimiento. Por eso creo, que la Universidad TAMBIÉN debe estar del lado del «conocimiento subyugado» del que hablaba Foucault, mas del lado del OTRO, del AFUERA. (Porque la Universidad no se va a ir para ningún lado, ella permancerá, sólida, inmutable). El profesor, maestro y ojalá artista, es tolerante, comprensivo, y «sabio». Por eso, decide acompañar al estudiante de arte en el proceso, servir de mediador, «encourage» him/her, desafiarlo, pero sobretodo, GRADUARLO. Aunque nuestro estudiante se tropiece, pierda una que otra materia, sufra, se indisponga, se maree, se enferme, goce, incluso, aunque no tenga talento. La escuela de arte, la Universidad, no es solamente para formar profesionales, tecnócratas… es para formar personas. Y eso no se no se nos puede olvidar.

«The Paper Chase»

http://www.youtube.com/watch?v=-qHEBABE6PU

Post-data: en el video se muestra un aparte de la serie citada por Lucas Ospina, The Paper Chase, atención a la pregunta del profesor: ¿Quién incumplió la promesa?

Y el ejemplo de la «mano peluda» parece una escabrosa metáfora.

María Posse
Docente de la región Caribe.

La alegría fue inmensa

Cuando te gradúes, se te cerraran las puertas.

La primera vez que regresé a Colombia, después de cuatro años en el exterior hice lo que cualquier artista joven en dichas circunstancias haría:

Fui y presenté una propuesta de exposición a un lugar reconocido a nivel local: el museo de la Universidad Nacional de Colombia.

Presto y optimista, llevé mi texto y las imágenes de una serie de pinturas que habían tenido ya la oportunidad de ser expuestas en Estrasburgo y en Paris, despertando en dichas ocasiones el interés en la comunidad académica francesa y en el público que tuvo la oportunidad de ver los trabajos.

En el museo de la Universidad Nacional, el comité de selección no dudó en informarme la buena noticia. Felizmente, mi trabajo pictórico había salido seleccionado para realizar una exposición individual. Un día soleado del año 2006, Gustavo Zalamea me llamó y con otros profesores me informaron sobre el interés por mostrar las pinturas.

Entonces, la profesora Martha Combaríza, quien dirigía en ese momento el Museo de la Nacional, me indicó la fecha tentativa de mi exposición individual: estaría confirmada para el mes de marzo.

¡La alegría fue inmensa! Después de tanto dudar estando en Europa, regresar a Colombia había sido finalmente una buena idea – me dije entonces.

Era cierto. El esfuerzo hecho durante los años en el exterior, sin ninguna clase de beca, barriendo, lavando baños, comiendo libros de mística y pintando en un galpón helado en las noches, comenzaban por fin a dar sus frutos. Mi mirada era entonces alegre y pretenciosa, andaba por las calles bogotanas con una de las cejas levantadas, para mis adentros me decía: «que mejor que exponer en la universidad donde estudié mi primer pregrado».

En los preparativos de la muestra, restaba un último detalle: faltaba que alguno de mis antiguos profesores de la Universidad Nacional, viniera a ayudarme a seleccionar las obras precisas que serían mostradas en mi exposición, con el fin de evitar disponer en la sala alterna del museo, más piezas de las necesarias.

Al otro día, según las indicaciones recibidas, me encontré con el profesor Raúl Cristancho.

Lo invité a mi casa.

En la calle cuarenta y cinco con carrera treinta, a la salida de la Universidad Nacional, abordamos un taxi, rumbo al lugar donde yo tenía las pinturas.

Una vez en el espacio, la reacción del docente fue completamente imprevista…

Sorpresivamente, Cristancho no solamente se negó a colaborarme en la selección de los trabajos de la exposición aprobada de antemano por el comité, sino que además apelando a razones sucintas, y con la habilidad que tiene una persona de su experiencia y de su edad, me indujo a que fuera y cancelara la muestra.

– «¿Viene del exterior?, de pronto…lo quieren descabezar…usted si que es bobo. Mejor dicho ¡váyase otra vez! ¡No sea tonto! ¡Váyase! ¡Váyase de aquí!» – me dijo un amigo importante en el medio, despidiéndose y cerrando la puerta de su apartamento, un día nublado, fechas después, cuando pasé a visitarlo.

Dimo García

Pd. Algunas de las pinturas las puse aquí:

http://www.exposiciondedimo.blogspot.com/

 

mauricio cruz y natalia ávila: el coraje de los que aún no han sido vencidos

Mauricio Cruz y Natalia Ávila le prestan un gran servicio a la enseñanza de las artes de nuestro país. Su experiencia personal es un indicador de que los procesos académicos artísticos en las universidades de Bogotá están divorciados de la pedagogía y dejan mucho que desear, –muestra que el Ministerio de Educación es poco lo que hace para garantizarle a la ciudadanía sus derechos. En un país que no cuenta con cultura jurídica, la conducta de los dos es ejemplar, así las políticas académicas y laborales de las instituciones hoy cuestionadas permanezcan inconmovibles, pues, bien sabemos que las llamadas Instituciones de Control de nuestro país, han sido creadas, precisamente, para legitimar los abusos de poder. De ahí que la lucha por la reivindicación de su pensamiento artístico sea mucho más meritoria. No todos tenemos el valor de iniciar un proceso tan desgastador como el que ellos han iniciado y que la opinión pública conoce hoy.

Al leer los últimos correos de Esfera, cualquier lector desprevenido quisiera creer que el desprecio por las esperanzas de los estudiantes y por las ideas de los maestros en una escuela de arte, se restringe a la Universidad Privada, –podría imaginar que sus abusos se podrían justificar ilegítimamente por su conocido afán de lucro. No obstante, en la Universidad Pública no escampa, el irrespeto a unos y otros es permanente. Inscripciones de altísimo costo para una selección arbitraria, muchas veces caprichosa, en el caso de las artes. Contrataciones laborales precarias que presionan psicológicamente a los maestros al menor esfuerzo, ésto entre muchas otras lacras. Por supuesto, damnificados son los estudiantes. Ojalá, poco a poco, maestros y estudiantes aprovechen esta coyuntura para filtrar en Esfera las inconsistencias en los programas de artes de Bogotá, en especial para exigirle al Ministerio de Educación, por este mismo medio, un cambio en los criterios que tiene en cuenta para otorgar la ansiada Acreditación: que se acredite menos las innovaciones arquitectónicas y tecnológicas de los edificios con que se deslumbran a los estudiantes y a los padres de familia: que se asegure que los programas evaluados no son letra muerta: que la “sabiduría” de sus maestros sea articulada en el proyecto pedagógico del respectivo programa: que la pedagogía sea institucional y no una colcha de retazos de experiencias empíricas de los contratistas a destajo, es decir, ruedas sueltas. ¿Cómo justificamos hoy el que una cátedra universitaria le sea otorgada a un profesional recién salido de pregrado, y, por supuesto, sin ninguna experiencia artística ni pedagógica? Por su bajo costo, por tráfico de influencias, o por clientelismo burocrático o erótico.

Con seguridad, buena parte de los maestros en las universidades son competentes para desempeñar sus funciones. No obstante, no existen puentes naturales entre el pensamiento artístico y el pensamiento pedagógico. Debemos crearlos, –pensarlos de manera institucional, –nunca orientarlos por la gana o el ego del pensamiento artístico, que en algunos artistas es vana ostentación. Las universidades nunca han prestado atención a la importancia que tiene el contar con un proyecto pedagógico para alcanzar los fines de los programas académicos. Nunca han pensado que la alta tasa de deserción escolar y el represamiento de grados, se debe a la ausencia de un proyecto pedagógico, o a su inoperancia. En primer lugar, porque construir y mantener un proyecto pedagógico demanda gastos importantes y lo que menos quieren nuestros gerentes escolares es ésto, pues, se cuestionaría su eficiencia administrativa; en segundo lugar, porque algunos artistas consideran que no es necesaria una formación pedagógica para orientar a un estudiante universitario: consideran que si un estudiante no logra los objetivos del maestro, es que los estudiantes no tienen talentos, son ignorantes o incompetentes. Este profesor despistado ignora que una reflexión pedagógica mínima, nos muestra que son muchos los talentos que hombres y mujeres podemos desplegar si los administradores de la creatividad nos dan la oportunidad.

Finalmente, no me extrañaría que los proyectos pedagógicos de artes en las universidades bogotanas, se limitaran a un resumen de teorías pedagógicas sin ninguna relación con la historia de vida de sus estudiantes y maestros. Sería irresponsable. Insisto: no me extrañaría, si con ello los responsables cumplen a cabalidad el imperativo de nuestra época: reducir costos para que las instituciones sean rentables.

Los estudiantes de arte de Bogotá podrían arriesgarse y preguntar por el proyecto pedagógico de su programa, antes de que sea demasiado tarde.

Jorge Peñuela

Otra posdata

… Quisiera precisar que no ha sido el mío un “proceso tan desgastador” como Jorge Peñuela se imagina a partir de mi relación de los hechos en “bajos instintos”, el caso que envié a esferapública. Yo escribí la carta en su momento y ya, lo dejé de ese tamaño. El de Natalia en cambio, complicado hasta la pesadilla. Tampoco me estoy lamentando de haber padecido algún tipo de obstrucción o censura a mi desempeño académico. Al contrario, siempre he gozado de gran libertad y autonomía en todas la universidades o centros docentes en que he participado pues nunca he tenido que dictar nada que no proveniera de mi propio interés y manera. La experiencia docente siempre la he disfrutado -sobre todo por las gentes particulares que uno intercepta; la cuestión intelectual, sicológica; los problemas de la comunicación, el feedback, las ideas. Ni tampoco quiero dar la impresión de estar insistiendo en obtener “la ansiada acreditación” como artista que jamás necesité (los diplomas se los otorgaban a quienes asistían a mis clases). No. Lo que en el fondo incomoda es la torpe intención, los pequeños ardides con que algunos evidencian sus vulnerabilidades secretas. Agradezco la intencionalidad solidaria que destila su texto y quiero que sepa que también me divierte su interpretación emotiva de todo este cuento -sobre todo la parte en que nos pone, a la “alumna” y a mí, en grado de ejemplar trascendencia, felicitándonos por una valentía aparente al intentar denunciar injusticias o errores- lo que puede llegar a sonar muy bonito y muy noble. Pero de pronto -en lo que a mí corresponde- la cosa es mucho más elemental, más prosaica: lo que pasa, sencillamente, es que no me gusta tener cuentas pendientes.

Mauricio Cruz
emciblog.blogspot.com

Error

La mayoría de programas que se usan para hacer tareas en un computador tienen una acción llamada “deshacer” que permite eliminar las consecuencias del último acto que se ha hecho sobre un documento. En algunos programas esta acción se puede aplicar sucesivamente hasta retornar al estado virginal donde todo comenzó. La función de la acción “deshacer” es permitir que en el documento final no quede el menor rastro de error.

Es cada vez más frecuente encontrar estudiantes de arte que ante las demandas de la imaginación respondan con la siguiente frase:  “no se que hacer”.

Una manera de posicionar el arte en lo académico consiste en anteponer lo que es pensar a lo que es hacer, ignorando que en arte hacer es una de las maneras de pensar. Como consecuencia de lo anterior son muchos los estudiantes de arte que han adquirido la costumbre de pensar excesivamente y de hacer poco; es como si se hubieran habituado solamente a leer, sin llegar nunca a pensar que ellos son lectores que escriben y no lectores que únicamente leen (un estudiante de arte es un lector con talento para escribir). Este manera mecánica de ver lo académico forma un estudiante más juicioso que inteligente, que asume lo creativo como la ejecución de una serie de acciones que ineludiblemente conducen a una respuesta: la obra de arte es la solución a una ecuación, la ilustración de una teoría o una manifestación de un problema social, político o emocional. Este procedimiento puede ser útil para ciertas áreas o inclusive para ciertas obras, pero no es afortunado para todas las áreas y todas las obras. Lo grave de esta manera de razonar es que apenas el estudiante detecta una fisura en la “construcción teórica” que fundamenta su obra, el hacedor asume la paradoja como un error y ante el temor a equivocarse (o a sacar mala nota) decide no hacer, o comienza a deshacer hasta que termina por retornar al estado inicial donde todo empezó; lo que sigue es decir: “no se que hacer”.

El efecto “deshacer” excluye el error, excluir el error en arte es un error. Un estudiante de arte esta en la universidad para cometer errores, no para pensar que puede “deshacer” lo que ni siquiera ha sido hecho.

(Leer lo anterior como un ataque a los computadores o como un rechazo a la teoría implica una falta de trabajo que recae en el escritor por comunicar sus propósitos de manera ambigua o en el lector por querer reemplazar una ficción, la de lo académico, por otra, lo de lo no académico)

“—¡He concebido, amigos míos, un asunto magnífico! –dice–. Quiero pintar a Nerón, a Herodes, a Calígula, a uno de los monstruos de la antigüedad, y oponerle la idea cristiana. ¿Comprenden? A un lado, Roma; al otro, el cristianismo naciente. Lo esencial en el cuadro ha de ser la expresión del espíritu, del nuevo espíritu cristiano.”

—El talento

Antón Chejov

En http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12706181925698273210435/p0000001.htm#1

—Lucas Ospina

a propósito de burros y tigres (éstos no de papel)

La moraleja que ofrece el tránsito inútil de Natalia Ávila por los corredores del palacio Tadesiano para legitimar su condición de artista es sencilla: Burro… no pelees con el tigre y menos si estás amarrado!!

No me queda muy claro en éste cuento el capítulo correspondiente a lo que pasó después de haber enviado la primer carta a la rectoría. La protagonista alega que no hubo ningún irrespeto en el contenido de la carta, sin embargo ese… «damos un plazo máximo de una semana para recibir la información que solicitamos junto con su respuesta a esta carta…»  me parece que contiene un tono amenazante, suficiente como para que el malvado rector se sintiera agredido en su sillón celestial. Provocó ésta carta que la Hechizera Zylbya fuera llamada a los confines de la rectoría para explicar hechos que nunca debieron trascender su reino? Creo que sí y ello la enfureció, lo que produjo como venganza un conjuro con mal de ojo, (Cuidado amigos: la ojeriza y el mal de ojo también los transmiten por e-mails) la que surtirá efecto durante cuatro tesis frustradas.

PD: Apreciado señor Lucas Ospina: estoy atento a su casta y bien acicalada respuesta al premio nacional de crítica de arte.

Gina Panzarowsky

sobre la tesis de natalia ávila y los estudiantes de la Tadeo (desde adentro)

La historia desafortunada de una tesis de grado se ha convertido en el chivo expiatorio perfecto para exorcizar los males de la Facultad de Artes de la Tadeo. En el proceso, los involucrados han sabido salpicar el nombre no solo de la Facultad, sino también el de los estudiantes y alguns otras personas, quienes no tienen por que soportar el malestar personal de gente como Victor Albarracin con la decana Silvia Escobar, como si su descontento se tratara de un tema que debiera importarnos a todos. Ante la obviedad de los problemas que por su administración acusa la Facultad, no podemos creer tan ingenuamente o aprovechar tan descaradamente cada situación que se presenta para vendettas personales.

Nosotras, en calidad de niñas bien vestidas de facultad de Artes de la Tadeo queremos expresar nuestro descontento con el tratamiento que se ha dado al tema de la tesis de Natalia. El tono en que se han referido a los estudiantes de la facultad demuestra un desconocimiento profundo de la situación real de los mismos. El hecho  de que ciertas personas se abstengan de participar directamente en semejante drama novelero en que se ha convertido esta discusión no quiere decir automáticamente que esten de acuerdo con el tratamiento que se le ha dado a natalia o con el manejo administrativo que la directora del programa (porque hace rato que no es decana) ha decidido para la facultad.

Esto lo decimos porque hemos leido detalladamente sobre el proceso de natalia, en especial el proyecto «Punto de Tensión». Desde nuestra breve experiencia y conocimiento, encontramos que la tesis ha sido desafortunada en cuanto ha sido planteada de una manera vaga. Además, las estrategias de registro y circulación (a lo que uno de los jurados se refiere como el tratamiento del espectador/lector) ha sido pobre y mal planeada, o por lo menos eso parece. Seguramente, con una ampliación de la bibliografía en cuanto a proyectos de ocupación de espacios públicos y de circulación, la tesista podría observar defectos en su planteamiento tales como: Utilizar los servicios del centro comercial elimina precisamente la tensión que según  ella quiere provocar. Otro, si la idea era no sesgar el ejercicio imponiendo cámaras para registrar, creemos que si es un proyecto de tesis, se pueden encontrar estrategias para resolver esto como comprar una cámara de vigilancia portatil, que es del tamaño de un botón y cuesta alrededor de 60 mil pesos en el mercado, y dársela a alguna persona que se encargue de repartirla a más personas, para que realicen el registro reduciendo al mínimo el impacto (sesgo) sobre la intervención. Puede que en la resolución de estos temas esté la clave para solucionar preguntas tales como, si esto constituye o no un proyecto artístico.

En la desición tomada encontramos motivos, sin ser nosotras unas expertas. Tal vez otras personas encontrarán otros problemas, pero a nuestros ojos hay vacíos en los aspectos fundamentales de la Tesis, y por ello damos razón a la decisión tomada por los jurados.

También creemos que se ha desperdiciado mucho tiempo preguntándose por  una cosa o la otra, en lugar de fortalecer el argumento del proyecto. Parece no estar claro cuales son los propósitos del proyecto. Esto no es evidente. Hay mucha ambigüedad en la formulación y vacíos en la estructura.

Este espacio de discusión aparentemente se ha dedicado con mucha pasión a registrar todo el asunto de las cartas y los derechos de peticion. A transcribir charlas entre jurados y tesista, y no a cuestionarse por las condiciones en las cuales fue presentado el proyecto de tesis. Adicionalmente, ha querido aumentar el malestar al incluir el asunto que tiene que ver con la salida de profesores. Si, todos lo lamentamos y estamos de acuerdo, en que alli hay un enorme problema a nivel de la direccion de la facultad, pero eso es tema de otra historia, aunque algunos quieran descargar su frustración en la misma llaga. El problema de la tesis de Natalia Avila se ha convertido en el chivo expiatorio de algunos para descargar su malestar. Pero en el proceso ha hecho que el general de los estudiantes de la facultad nos veamos como unos ingenuos. En su texto, Albarracin deja ver que su opinion del estudiante ideal de Arte es bastante TRASNOCHADA Y MAMERTA, resultando incluso en problemas de atuendo, moda y pose.

Como ocurre la mayoría de las veces, los problemas en los circulos del arte bogotano son de indole social (fulanita vs fulanito, avalado por fulanito, que es amigo de fulanito) y no de fondo. O acaso, de arte.

Niñas Bien Vestidas de la Tadeo

 

Pequeña reseña sobre una Historia de la Crítica en el Departamento de Arte de la Universidad de Wütendes

Los profesores de Artes de la Universidad de Wütendes se resistían a que su publicación desapareciera, pues era esa bandera a media asta constituida por el pasquín al que juiciosamente destinaban un presupuesto fijo dentro de su contabilidad anual, uno entre los muy pocos signos de que su modesto Departamento, otrora flamante Facultad, podría seguir asumiéndose como tal. Una cosa era que ellos, como profesores, no dieran la cara a las inquietudes planteadas por los estudiantes en todos los números del fanzine, pero otra muy distinta que los estudiantes dejaran de escribir cuán críticos se habían hecho gracias a la educación recibida en las aulas y talleres de Wütendes. Así que, tras planear rifas y ofrecer premios a los estudiantes más «críticos» (entre los cuales se destacaba la oferta de espacios de exhibición para la obra crítica de estudiantes y egresados en las oficinas administrativas del Departamento), aumentar el número de páginas de la revista y reemplazar las modest as fotocopias por papel esmaltado y policromía, y viendo cómo todo había resultado infructuoso, los preocupados funcionarios y profesores-artistas pagados por la Universidad tuvieron una idea.

Poco a poco empezaron a construir y a personificar una y mil nuevas identidades; a falta de estudiantes se hicieron estudiantes; no habiendo pensamiento crítico hicieron críticas a quienes criticaban la falta de producción crítica en Wütendes, haciendo de este ejercicio un escenario perfecto para dar lustre y visibilidad a su caduca institución en la que, mientras tanto, la mayoría de los estudiantes pasaban el tiempo viendo cómo todo se tambaleaba. Algunos desertaron para no ver el desastre y para que el polvo y las partículas del derrumbe no los hicieran llorar o se empolvaran sus vestidos. Otros, con el morbo aprendido durante años de educación «crítica» permancieron para ver impávidos cómo toda la institucionalidad «crítica» de un Departamento de artes que sólo entendía la crítica cuando se hacía de puertas para afuera, terminaba peluqueado por el tiempo, pero otros, aquellos interesados en sacar del estatismo y la falta de presencia crítica a la publicación del Departame nto de artes de la Universidad de Wütendes, aquellos que delataron la impostura de esta publicación producida en el campo de las puras apariencias, empezaron a ser censurados, perseguidos y acorralados por el conjunto más «crítico» de entre los profesores y directivos «críticos» de la Facultad de Artes en Wütendes.

La Historia de la Crítica consignó detalladamente, aunque mucho tiempo después, los traspiés de un Departamento de Artes en el que la vocación crítica se transformó en propaganda, los estudiantes en sospechosos y las iniciativas estudiantiles más arriesgadas y sinceras en páginas hábilmente suprimidas del heroico conjunto de la revista, cuyos números siguen empolvándose en el depósito de archivos muertos de la Universidad.

Hoy en día, el Departamento de Arte de la Universidad de Wütendes eliminó de la presentación de su programa académico cualuier huella en la que pudiera llegar a aparecer la palabra «Crítica»:

«El programa de Bellas Artes nació en 1967, y a través de los años la estructura de su plan de estudios y el contenido de las asignaturas han ido cambiando según las demandas del pensamiento estético contemporáneo. Esta constante preocupación por evaluar el programa para hacerlo evolucionar a la par con las coyunturas artísticas y lograr la excelencia hizo que el Programa mereciera la acreditación voluntaria de excelencia académica por espacio de tres años, otorgada por el Consejo Nacional de Acreditación en Enero de 2005.

Este programa siempre se ha caracterizado por estudiar con rigor las dinámicas y técnicas artísticas tradicionales, pero siempre inscribiendo el hacer artístico dentro de problemáticas y esquemas de pensamiento contemporáneos; por esta razón los contenidos de la formación académica se han planteado en un diálogo constante entre la práctica artística, el pensamiento estético y la historia del arte.

La filosofía de este Programa consiste en tratar al arte como un espacio de pensamiento que pone a artistas y espectadores en contacto con el mundo, como un vehículo cultural de conocimiento y como producción de pensamiento y memoria cultural.  En esta medida, el arte tiene una gran incidencia sobre el entorno social y la identidad cultural de un pueblo, y el Programa de Bellas Artes busca formar profesionales que sean capaces de desarrollar proyectos que puedan ser insertados de manera significativa en la cultura nacional.»

Más propaganda sobre el Departamento de Arte de la Universidad de Wútendes en:

http://www.utadeo.edu.co/programas/pregrados/bellas_artes/index.php

Víctor Albarracín

“¡Tan rico que es hacer arte!”

“Vanidad de vanidades —dijo el Predicador—; vanidad de vanidades, todo es vanidad»

—Eclesiastés 1:2

Una cosa. Una obra. Hacer y mostrar. El problema siempre va a ser mostrar. Hacer también es un problema, pero hacer corresponde a un lugar donde el talento y cierta disposición a la soledad son los máximos responsables. La labor del artista es hacer y es en este terreno donde él es único responsable. El público expresa una y otra vez la admiración que siente por hacer pero el que hace sabe que esa euforia se debe más a una naturalidad aparente en el talento que a la facilidad que supone hacer una cosa. Hacer es una apuesta donde la duda y la certeza están todavía dentro de los cálculos de un solo pensador: mostrar es permitir que otros hagan esos cálculos, no solamente otros espectadores —el espacio en que se muestra y el tiempo de la muestra también ayudan a hacer.  Mostrar evita que lo privado colonice la mente pues el que hace podría llegar a pensar que se puede hacer algo a partir de nada. Mostrar demuestra que nada es privado y que el artista tiene la posibilidad de desaparecer. Mostrar permite al hacedor ser espectador de lo que ha hecho y hacer lecturas que la seguridad de un lugar privado no permite. Mostrar indica que no todo lo que se hace es para mostrar y que bajo el filtro de una exposición es posible diferenciar ambos actos y dar a cada uno el tratamiento y las expectativas que merecen. El hacedor en su estudio hace y piensa que hace una obra, pero lo único que hace es un objeto: mostrar es jugar con la posibilidad de convertir ese objeto en obra. Hacer y mostrar. Una cosa. Una obra.

(Gran confusión entre hacer y mostrar causan los centros a los que se confía la enseñanza del arte. Los estudiantes inmersos en un mar de deberes académicos no tienen tiempo para hacer pues todo lo que hacen, lo hacen para mostrar. Cuando los estudiantes dejan de ser estudiantes y ya no tienen la obligación de mostrar, la mayoría deja de hacer.)

“Yo más bien he huido siempre del menor riesgo, y es por eso que tal vez nunca me decidí a publicar, a correr ese peligro infinito de una aventura literaria que presentía que podía contener no sé qué simientes de una peripecia realmente siniestra.”

El Arte de desaparecer

—Enrique Vila Matas

 

«Cuando yo era muy joven, un viejo escritor me explicaba: ‘Escribir lo que no has de publicar no es escribir. Escribir borradores no es escribir. Corregir no es escribir.’»

Escribir

—Adolfo Bioy Casares

 

—Lucas Ospina

 

el caso “natalia ávila” no es..

No, este caso no es un caso jurídico, aunque desafortunadamente pueda tener una salida jurídica; no es un gesto heroico; tampoco es un complot como ha sido recientemente interpretado por la dirección del programa de Bellas Artes; no es una vendetta personal, aunque lastimosamente haya tocado el terreno de lo personal, no es un problema de calificación, un intento por avalar o legitimar un proyecto de grado; si ese fuera el fin, acudiría a otros escenarios.

El propósito de reunir, organizar y colgar en el blog unahistoriadedesamor.blogspot.com/ la información de este proceso de más de dos años y de ser puesto en discusión en este foro es servir de botón (el de la muestra – y el detonante), para evidenciar un problema estructural en el programa de Bellas Artes de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Las instituciones educativas presentan dificultades de diversa índole, y la Tadeo no podía ser la excepción; tratar de negarlo sería ingenuo e irresponsable, es ahí donde radica la importancia de mantener una posición crítica pero abierta al dialogo desde adentro de la institución .Sin embargo los problemas a los que me refiero deben ser señalados desde afuera de la academia porque hacerlo al interior es uno de los problemas; me refiero a la inexistencia de un espacio de mutua confianza para llevar a cabo cualquier discusión en términos académicos que implique una posición crítica hacia el programa de bellas artes. El asumir una posición activa en este sentido trae como consecuencia la rotulación de persona “no grata” y esto a su vez trae consigo todo el peso del “poder” que se maneja al interior del programa de bellas artes, es vox populi, en mi generación que vio de forma silenciosa y pasiva, la historia de las personas que tuvieron que salir de la facultad debido a las presiones que hacían insoportable su permanencia al interior de ésta o quienes decidieron irse por considerar éticamente incompatible su posición frente a los procesos pedagógicos con la forma de operar de la facultad o peor aún por ambas razones.

Lo anterior para la dirección e la facultad no es un secreto, existen cartas entregadas a la dirección del programa donde se exponen razones por las cuales miembros del cuerpo docente se han retirado de este. Lo funesto es que la dirección del programa persista en mantener la fachada gracias al proceso de “acreditación” del programa (del cual hice parte) y que debería ser examinado con lupa. La facultad se escuda en cifras como los 30 estudiantes que presentarán sus trabajos de grado en noviembre, eso si omitiendo que en los últimos DOS AÑOS se han graduado 6 personas de las dos primeras promociones de créditos – hecho que tiene que ver directamente con el “comprometido” proceso de dirección del programa por ofrecer condiciones dentro de un marco académico para desarrollar los proyectos de grado por parte de los estudiantes (en el blog se encuentran copias de los primeros “reglamentos” o “reflexiones en torno al proyecto de grado” expedidos por la facultad para el sistema de créditos).

Otro problema basal en el programa de artes de la Tadeo es la incapacidad de quien esta a la cabeza de “comprender” los procesos y necesidades de los estudiantes al interior de la academia lo cual es evidente en la absurda burocratización del programa. Y es fundamental saber que una facultad de artes no debe ser vista desde la misma perspectiva que una facultad de economía, administración o comunicación sino que implica de un grado de conocimiento y sensibilidad para articular la academia con procesos ligados al arte y esa creo que es una falencia manifiesta en esta facultad.

Curiosamente la única participación por parte de la universidad (a pesar que he enviado correos directamente al mail de la dirección del programa y rectoría invitándoles a participar en el foro) es a través de las ” niñas bien vestidas de la Tadeo” quienes bajo ese seudónimo utilizan de forma sospechosa el tono, palabras y apreciaciones de una de las docentes del programa de bellas artes cuestionando y calificando o descalificando mi proyecto de grado (cuando repito, no es este el escenario), acusando a Victor Albarracín de aprovechar la situación para vendettas personales. Se cuestiona la perdida de tiempo “preguntándose por una cosa o la otra”, pues creo que es un señalamiento gravísimo en la medida en que preguntarse permanentemente es una condición indispensable para mantener una posición crítica.

Un proyecto de grado no es simplemente un requisito para acceder a un titulo, para ser legitimado por una institución cosa que ha sido mencionada en varias oportunidades en esta discusión al referirse a mi proyecto; considero que mi proceso durante el mes de diciembre esta completamente articulado con lo que ha sido mi “desafortunada” relación estos dos años con el programa de bellas artes de la Tadeo, puedo decir sin temor a equivocarme que la posición de “niñas” de la Tadeo no dista en absoluto de la posición que ha asumido el programa de bellas artes: todo se resume al complot entre :”una alumna con un desafortunado proyecto de grado, un ex profesor de la Tadeo resentido y un estudiante representante académico “hipócrita” y que dice cosas sin fundamento” una suerte de “tres chiflados” , las relaciones de poder comenzaron a hacerse sentir de nuevo en la Tadeo a raíz de algunos comentarios que aparecen en esfera pública a este respecto; es diciente el hecho de no encontrar opiniones de los estudiantes que se asustan o se indignan por ser llamados dóciles e ingenuos pero que no tienen conocimiento de la historia de programa y se conforman un presente maquillado y un futuro incierto.

En resumidas cuentas habiendo señalado el problema que me interesa e invirtiendo la ecuación del programa en bellas artes digo: El problema no es el caso Natalia Avila, ni el odio de Victor Albarracín, mucho menos la “hipocresía” de Edwin Sánchez. Sería reconfortante escuchar las voces de aquellos que sin ser nombrados aparecen a lo largo de este texto

Natalia Avila

PD: Señorita, Señora o Señor Panzarowsky, la lectura de su cuento casi logra robarme una sonrisa, pero le confieso me arrancó mas de una lágrima, porque mi “desafortunado transito” por los pasillos de la Tadeo buscaba algo mas sencillo (si lee con cuidado la documentación de mi blog), se dará cuenta que la mayoría de mis peticiones solicitaban algo que es elemental en la academia y era tener la posibilidad de “dialogar, discutir, debatir, llegar a acuerdos” de tener un interlocutor y de ser considerada un interlocutor válido, cosa que nunca sucedió (salvo en las conversaciones con Manuel Santana); si revisa las respuestas de la universidad podrá apreciar que todas ellas son referencias a capítulos y artículos del reglamento (como si yo lo desconociera) y las oportunidades de hablar con la dirección del programa resultaron espejismos, porque finalmente me di cuenta que era imposible establecer un diálogo honesto con la dirección del programa ya que las palabras se las llevaba el viento.

Y dejémonos de cuentos Panzarowsky que la cita que usted extrae de una de las cartas enviadas a la facultad … “damos un plazo máximo de una semana para recibir la información que solicitamos junto con su respuesta a esta carta… y que califica de “amenazante” no lo es tanto, si se tiene en cuenta que desde esa fecha (29 de agosto del 2005) hacía un año y tres meses (Mayo del 2004), yo estaba solicitando una respuesta con respecto a las condiciones para desarrollar mi proyecto de grado (derecho mínimo) sin recibir una respuesta concreta y mas adelante sin recibir respuesta alguna; hecho que considero irrespetuoso y grave. Así que este cuento resulta ser puro “cuento chino” y en términos “reales” este caso ha sido llevado al limite de afectar mi salud emocional; se supone que las relaciones al interior de la “Academia” eran otra cosa ¿No?

gesto, imaginación y memoria

Hace unos minutos leí la post data de Natalia Avila y quedé con una sensación extraña. La verdad no buscaba afectar su condición emocional con todo este affaire. Cuando me acerqué al primer informe sobre este tema fue cuando leí las conclusiones de su bitácora en «Donde Bogotá tiene corazón» y alcancé a esbozar dos páginas de un texto que giraba alrededor de los modelos de producción aplicados al mundo del arte. Veía en el caso de Natalia una presunción de incompatibilidad entre los modelos funcionales de calificación aplicados al mundo del arte y el objeto de calificación en sí o sea su performance (que de paso me parece muy interesante), pero cuando leí el contenido del otro blog ( http://unahistoriadedesamor.blogspot.com) quedé con la sospecha de que todo este asunto trascendía los límites de la burocracia educativa para quedarse en un problema de comunicación homogenérico.

Lucas Ospina escribe sobre el hacer y el mostrar, reduciendo la actividad artística en su etapa inicial (producción) a un problema de talento y disponibilidad para saber estar solo. Por unos segundos estuve pensando ante la LCD en ese término gaseoso, etéreo e inasible llamado talento y recordé que unos años atrás había escrito un texto relativo al acto creativo. Unos cuantos clicks y el disco duro rescataba para mis ojos ese viejo texto, que me atrevo a enviar a Esfera Pública para complementar las reflexiones del Señor Ospina. [1]

Gesto, imaginación y memoria 

Gina Panzarowsky

 

Líneas de investigación

“No hay gusto artístico más mediocre que el de los profesores. Los profesores echan a perder ya en la escuela primaria el gusto artístico de los alumnos, les quitan desde el principio a los alumnos el gusto por el arte, en lugar de aclararles el arte y especialmente la música y convertirlos en una alegría para sus vidas. Pero al fin y al cabo los profesores no son sólo, en lo que al arte se refiere, los obstaculizadores y los aniquiladores, los profesores, al fin y al cabo, han sido siempre en fin de cuentas los obstaculizadores de la vida y de la existencia, en lugar de enseñar a los jóvenes la vida, de descifrarles la vida, de hacer de la vida para ellos una riqueza realmente inagotable por su propia naturaleza, la matan en ellos, no escatiman nada para matarla en ellos. La mayoría de nuestros profesores son criaturas miserables, cuya tarea en la vida parece consistir en echar el cerrojo a la vida de los jóvenes y, en fin y final de cuentas, convertirla en una horrible deprimición. Al fin y al cabo, a la profesión de enseñante sólo acuden las pequeñas cabezas sentimentales y perversas de nuestra clase media.”

Maestros antiguos

—Thomas Bernhard

 

Tres líneas de investigación

Los profesores jóvenes intentan enseñar más de lo que saben.

Los profesores maduros enseñan lo que saben.

Los profesores viejos enseñan lo que es posible enseñar.

 

“Considerad, muchachos,

Este gabán de fraile mendicante:

Soy profesor en un liceo oscuro,

He perdido la voz haciendo clases.

(Después de todo o nada

Hago cuarenta horas semanales).

¿Qué les dice mi cara abofeteada?

¡Verdad que inspira lástima mirarme!

Y qué les sugieren estos zapatos de cura

Que envejecieron sin arte ni parte.

 

En materia de ojos, a tres metros

No reconozco ni a mi propia madre.

¿Qué me sucede? -¡Nada!

Me los he arruinado haciendo clases:

La mala luz, el sol,

La venenosa luna miserable.

Y todo ¡para qué!

Para ganar un pan imperdonable

Duro como la cara del burgués

Y con olor y con sabor a sangre.

 

¡Para qué hemos nacido como hombres

Si nos dan una muerte de animales!

 

Por el exceso de trabajo, a veces

Veo formas extrañas en el aire,

Oigo carreras locas,

Risas, conversaciones criminales.

Observad estas manos

Y estas mejillas blancas de cadáver,

Estos escasos pelos que me quedan.

¡Estas negras arrugas infernales!

Sin embargo yo fui tal como ustedes,

Joven, lleno de bellos ideales,

Soñé fundiendo el cobre

Y limando las caras del diamante:

Aquí me tienen hoy

Detrás de este mesón inconfortable

Embrutecido por el sonsonete

De las quinientas horas semanales.”

 

Autorretrato

Nicanor Parra

 

—Lucas Ospina

 

De cómo una institución se evalúa como corte y confección

Estimadas Niñas Bien Vestidas de la Tadeo:

En modistería, ustedes muy bien deben saberlo, el sesgo designa al corte en diagonal de una tela, generalmente por razones de diseño. Es decir que el sesgo permite resultados que, al cortar en los sentidos vertical u horizontal de la tela no se pueden conseguir. El sesgo es una herramienta de diseño en boga desde hace décadas que permite confecciones mucho más orgánicas. Su figura, puesta en 3D sería la de la transversalidad.

Más allá del odio o resentimiento que en mi caso pueda llegar a sentir por la directora de programa Sylvia Escobar, por sus superiores directos o por su patrimonio familiar (un significativo porcentaje accionario de la Universidad) o por lo «afectado» que según ustedes estoy, mi posición aquí debería ser entendida, como lo dije en primera instancia, como una mirada desde un umbral específico. Nunca he sido amante de las ambigüedades ni de las metáforas cuando se trata de expresar mi punto de vista, el cual no considero privilegiado de forma alguna, pero sí sintomático en este caso particular.

Habiendo aclarado esto de entrada, quisiera hacer algunas precisiones en torno a aspectos que ustedes, Niñas Bien Vestidas de la Tadeo (a falta de un nombre real con el cual me pueda referir a ustedes), han presentado en sus intervenciones sobre el «caso Natalia Avila» (que debería más bien llamarse Caso Sylvia Escobar), y sobre algunos otros aspectos del debate que me parece pertinente retomar:

1. Considero valiosas sus intervenciones en torno a los componentes académicos del trabajo de Natalia, aunque difiero de ustedes en sus observaciones, ya que aspectos como la documentación del proceso con cámaras u otro tipo de registro audiovisual fueron abiertamente dejados de lado desde la formulación del proyecto, y esta negativa está suficientemente sustentada en el texto inicial y durante la sustentación. Una sobrevaloración del registro con pretensiones de objetividad, en el caso particular de trabajos de intervención es susceptible de desplazar el «punto de tensión» de la acción hacia una más cómoda situación de contemplación y constatación. Por otro lado, habría más bien que preguntarse sobre el valor de un trabajo que intentó en su momento situarse en un esquema ajeno al del espectáculo y que precisamente por eso, que constituye su reflexión más profunda y valiosa, fue reprobado. Desde la perspectiva interna del trabajo, sus comentarios estarían «agarrándose de cada pequeño detalle para formular un argumento en contra que no acaba de convencernos.»

2. Evidentemente, el centro del trabajo ha cambiado tras la nueva reprobación del proyecto por parte de los jurados, y de ello se dará cuenta en próximas semanas durante su sustentación y socialización.

3. Aunque es loable su iniciativa crítica, se echa gravemente en falta un pronunciamiento de los (otros) estudiantes, docentes, directivas y jurados de la Facultad en este debate en el que, por si no lo han visto, la situación de Natalia Ávila es sólo un punto más en toda una constelación de anomalías a las que sus implicados debían responder para que toda la discusión tenga un asidero real, y ya que el «tema [es aquí] específicamente ventilar los problemas o dificultades de la facultad, [ustedes deberían estar] de primeras en la fila para participar» con nombre propio y argumentos que hagan explícito el que hay personas reales en desacuerdo con los manejos académicos y administrativos de la Facultad y no simplemente un grupo de enmascarados que buscan sembrar el caos a partir del odio a alguien que no lo merece.

4. El hecho de estigmatizar a una serie de interlocutores en este debate, asumiento que solo buscan, o buscamos, acudiendo a una posición «más que sesgada aprovecharnos del problema de [la] tesis [de Natalia Avila] para ventilar [nuestro] malestar» lo único que consigue es reproducir el esquema operativo de la Facultad por el cual, como si se tratara de una declaración presidencial, no se hace más que afirmar del otro que sólo intenta orquestar una conspiración. Si mi posición es sesgada, o la de otros en este debate, me encantaría que ese sesgo fuera evidenciado con argumentos que desvirtuaran mis o nuestras afirmaciones.

5. En tanto ya no tengo ninguna vinculación laboral con la Facultad, aunque sí un fuerte lazo afectivo, me permito devolverles la afirmación con que ustedes cierran su pasada intervención: para mí no está en juego nada. Pero para ustedes, lo está todo.

Un abrazo y… ¡Adelante con la moda!

Víctor Albarracín