Contra el cambio de nombre de Eldorado

El acto de nombrar o de suprimir un nombre, como sabemos, no es un acto banal. Un país que no respeta y guarda los símbolos de su identidad carece de elementos para pensar, discutir y reelaborar un proyecto de nación. EXIGIMOS, por tanto, que se derogue la disposición legal por la cual se cambia el nombre del Aeropuerto Internacional El Dorado de Bogotá por Aeropuerto Internacional Luis Carlos Galán.

Septiembre 7 de 2009

Honorable Senador Javier Cáceres Leal

Presidente Senado de la República de Colombia

Honorable Representante Edgar Alfonso Gómez Román

Presidente Cámara de Representantes de Colombia

Respetados doctores Cáceres Leal y Gómez Román,

Nosotras, profesoras universitarias y personas interesadas en la reflexión sobre la cultura nacional, protestamos de la manera más vehemente por el cambio de nombre del Aeropuerto El Dorado aprobado el 25 de agosto de 2009.

Queremos explicarle de manera breve la gran carga de significado del nombre de El Dorado en su relación con la construcción simbólica de Colombia, para que quede claro por qué no apoyamos dicha decisión. El mito de El Dorado, EL MITO FUNDANTE de nuestra nacionalidad, es producto del mestizaje cultural: se nutrió tanto del mito del paraíso como del de la Edad Dorada, cantado por Hesíodo y de los mitos nativos americanos.

En efecto, el mito de El Dorado se relaciona con el del Paraíso Terrenal porque en el Génesis se describe al Jardín del Edén como bañado por cuatro ríos; con lo cual, se establece un paralelismo entre el agua, las lagunas en especial, y el oro. La existencia del oro en las arenas de los ríos maravilló a Colón y a los europeos que vinieron a América. Además de la vinculación del oro con el agua, se unió el hecho de que en la cultura muisca, las lagunas eran sagradas. Los descubridores se enteraron de la existencia de riquezas almacenadas y de que los nativos decían que guardaban tesoros en esas aguas, lo cual era considerado secreto. Por esta razón, dedujeron los europeos, debía existir un país, un lugar delimitado, en el cual estaban amontonados los tesoros; ello corroboraba el hecho de que en la época se creía que el oro era propio de las tierras intertropicales. Esta doble obsesión, de desentrañar el secreto y buscar el lugar lleno de oro, contribuyó a la formación del mito de El Dorado y a la continentalización de la conquista americana. Pero este mito también se vincula con el mito clásico de la Edad Dorada que asoció el bienestar y la concordia con los buenos salvajes: los hombres en estado natural de América, lugar donde era posible la utopía. En consecuencia, el mito de El Dorado poseyó una naturaleza dual: significaba la posibilidad de la felicidad sobre la tierra y el bienestar económico y material.

Al relacionarse con los referentes americanos, el mito de El Dorado se hace más denso y complejo. Traza un mapa de la memoria colectiva de América Hispana y del Nuevo Reino de Granada, ligada a hechos conflictivos y violentos innegables: empujó a la depredación del territorio y de las culturas nativas; pero también, como dijimos, recoge el legado mítico simbólico de las sociedades que habitaban el territorio de lo que hoy es Colombia, especialmente de los muiscas. La ceremonia que tenía lugar en la laguna de Guatavita, cuando el cacique Dorado se sumergía en sus aguas, rememoraba la relación de los seres humanos con el más allá. La balsa que evoca esta ceremonia es una huella del mundo espiritual de las sociedades nativas que habitaban el altiplano cundiboyacense. La orfebrería, elaborada pacientemente por artistas nativos, muiscas, quimbayas, taironas, sinús, calimas y muchos otros, muestra el oro como un referente sagrado: su brillantez lo asocia con la luz solar, fuente de la vida.

El Dorado establece, por ejemplo, un diálogo con las piezas del Museo del Oro, otro espacio vinculado a nuestra identidad. Evoca el pasado anterior a la llegada de los europeos, la llegada de ellos a nuestro territorio y toda una red de significados que permite al visitante leer los indicios de una memoria borrada o tergiversada que clama por ser restituida. En efecto, el mito y el nombre de El Dorado están convocados en los nombres de numerosos edificios, lugares, relatos, leyendas que confieren vigencia al mito fundacional. Habría que tener en cuenta que el mito de El Dorado se revivió en la época de la Independencia (que estamos rememorando por estos días) y se reescribe cada cierto tiempo para convertirse en catalizador de ilusiones nuevas; es por lo tanto, un buen punto de partida para generar proyectos políticos de renovación. Llegar al aeropuerto El Dorado, la entrada al país, conecta con lo anterior; así ha sido registrado en varios textos de autores latinoamericanos que analizan la cultura y se maravillan con ese nombre que conecta lo mítico con lo moderno.

No se debe realizar una acción que represente una violenta intervención en el espacio cultural como borrar el mito que da origen a nuestra nacionalidad asociado al aeropuerto de Bogotá. Es un crimen contra el patrimonio simbólico colombiano. El acto de nombrar o de suprimir un nombre, como sabemos, no es un acto banal. Un país que no respeta y guarda los símbolos de su identidad carece de elementos para pensar, discutir y reelaborar un proyecto de nación.

EXIGIMOS, por tanto, que se derogue la disposición legal por la cual se cambia el nombre del Aeropuerto Internacional El Dorado de Bogotá por Aeropuerto Internacional Luis Carlos Galán.

Hemos pedido a la Ministra de Cultura que se pronuncie al respecto de esta ley de honores en tanto el ministerio a su cargo es la entidad del Estado encargada de velar por el patrimonio de la nación.

Cordial saludo,

Angela Inés Robledo, Ph.D en Literatura, cc. 31262700

Betty Osorio, Ph.D en Literatura, cc. 25270229

María Mercedes Jaramillo, Ph. D en Literatura, cc. 25271338

Nota: Hemos enviado copia de esta carta a numerosos académicos y les hemos pedido que envíen sus adhesiones y comentarios a la señora Catalina Hoyos, directora de prensa del Ministerio de Cultura al correo electrónico

choyos@mincultura.gov.co

Respuesta

Sí, el nombre Eldorado, o El Dorado, también es Patrimonio

Celebro que alguien se oponga con la vehemencia que lo hace esta carta al cambio de nombre de El Dorado, o Eldorado, como un asunto patrimonial; y celebro que ante el atropello se pida el pronunciamiento y la acción institucional.

Desafortunadamente, además del atentado contra el nombre, se trata de un patrimonio edificado que está en peligro de demolición, con la diferencia que una vez borrado del mapa, el patrimonio construido no podrá ser restituido. Con el nombre, en cambio, tal como pasó con el nombre de la ciudad después del delirio santafereño de Jaime Castro, la posibilidad de recuperarlo queda abierta.

Además, asumamos que el proyecto sale adelante y el nombre se cambia para conmemorar a Luis Carlos Galán o cualquier otro que lo merezca. Si esto pasa, es posible que al público no le importe lo que diga el papel y lo siga llamando El Dorado, o Eldorado, y escribiéndolo como más le guste. Pero la puñalada de la demolición es memoria que se va para siempre.

Estoy de acuerdo que el nombre Eldorado, o El Dorado, es simbólico, tradicional y patriótico. Además es muy bonito, pero aún si se tratara de un nombre horrible, seguiría siendo un patrimonio. Y puede ser por provincianismo pero cada vez que me ha tocado aterrizar en un aeropuerto y oigo el nombre del héroe de turno, siempre he pensado lo mismo: ninguna cuidad tiene nombres tan adecuados, interesantes, y bonitos, para su estadio y su aeropuerto como Bogotá. A los ponentes de este proyecto habría que preguntarles qué es lo que estaba tan mal, o simplemente mal, con el nombre anterior, para que hubiera que cambiarlo. Parecería que en la Congreso están desocupados o mal informados.

Pero no es que en el Congreso estén desocupados sino que están ocupadísimos “viendo a ver” cómo hacen para manejar el entuerto de la dictadura populista que nos están amasando; y qué mejor que asuntos inútiles para distraer la atención. Esto, sin embargo, sería pensar mal. Si uno trata de pensar bien, podría ser que los proponentes crean, de buena fe y en sana lógica, que si a nadie le ha importado que tumben el edificio, a quién le va a preocupar una tontería como el nombre. O mejor, que si no va a haber edificio viejo, resulta un deber parlamentario encontrar un nuevo nombre y un nuevo símbolo, y eso es lo que están haciendo: cumpliendo un patriótico llamado al deber.

Personalmente, antes que apostar a las buenas maneras del patriotismo, prefiero apostar a los distractores del impositivismo y quedar expuesto a la retórica de las denuncias por injuria y por atentar contra el buen nombre de la institución y la buena honra de las personas.

A pesar de la importancia del nombre, el primer problema patrimonial con Eldorado no es que le vayan a cambiar, o le hayan cambiado el nombre, sino que lo quieren demoler a como dé lugar. Como quien manda cambiar una cerca en la finca, el Presidente Uribe ya dio la orden, y al Ministro Gallego le corresponde hacer lo que mande el Patrón. El impedimento que les pone la ley de licitaciones es algo que están resolviendo mediante un par de distractores adicionales que se llaman el “memorando de entendimiento” y los “amigables componedores”. Opaín, de su parte, está ansioso pero feliz con la posibilidad de la demolición porque ésta le representa el negociazo de doce años adicionales en el contrato de concesión. El otro interesado, la Aerocivil, insiste que sólo busca tener un aeropuerto verdaderamente moderno, sin aclarar que el área disponible después de la demolición, estará destinada al parqueo adicional de seis aviones.

Y por el lado de los expertos en patrimonio que deberían ser la Sociedad Colombiana de Arquitectos y el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, para ellos, al parecer, la cosa es simple: el patrimonio necesita pátina. O también, como dice el nuevo Presidente da la SCA: no han dicho públicamente nada al respecto, aunque tienen muchos expertos capacitados para hacerlo, porque nadie los ha invitado.

Ya quisiera yo que los arquitectos tuviéramos nuestras Ángela Inés Robledo,

Betty Osorio y María Mercedes Jaramillo, pero para argumentar en defensa del edificio. Tenemos, en cambio, la SCA, el IDPC y las facultades de arquitectura de las universidades de Bogotá.

Juan Luis Rodríguez

3 comentarios

Apreciada Señora Catalina Hoyos,

Fuera de que apoyo cien por ciento la iniciativa de la no demolición del edificio del aeropuerto El Dorado de Bogotá (sus usos como patrimonio histórico y arquitectónico, si se quiere se pueden incluir perfectamente en las nuevas estructuras del aeropuerto), me adhiero también al no al cambio de nombre del mismo aeropuerto.

Cambiar de nombre al aeropuerto sería, a mi forma de ver, hacer honor a la muerte y al narcotráfico. Además, sería una pérfida bofetada para el mismo Luis Carlos Galán, cuyo vil asesinato, ha sido tristemente sumado a las miles de víctimas en nuestra trágica y solitaria guerra contra el narcotráfico.

El nombre «EL Dorado» es un nombre «positivo» y asociado a la profunda historia de nuestras raíces culturales y geográficas. Cambiarlo por otro, como el de «Luis Carlos Galán», por desgracia nos rememora innecesariamente el crecimiento de la muerte y el narcotráfico en Colombia. Una época oscura, llena de dolor, odio y mucha frustración para todo el país. El nombre de «Luis Carlos Galán» por desgracia está unido a este periodo de nuestra historia y creo que como nombre para un Aeropuerto, definitivamente no es deseable.

La guerra contra el narcotráfico sigue y el dolor de los colombianos continúa. Por esta sencilla razón NO es aceptable que un nombre «positivo» sea cambiado por otro «negativo». Loar a la mafia con onomásticos de este tipo, es revivir en cada uno de nosotros el fantasma del que intentamos deshacernos: la propagación de la muerte y la corrupción con el dinero fácil del narcotráfico.

Por este motivo, prefiero seguir conociendo el aeropuerto con un nombre que me evoque una historia profunda y llena de imágenes «positivas», a tener que relacionarlo siempre con el horror diario en la que Colombia todavía vive inmersa. Ya de eso tenemos mucho dia a dia en los noticieros.

Un cordial saludo desde Suiza,

Víctor Escobar
CC 79.417.766 BTA

Siendo tercero en el debate, pues vivo en Lima donde el aeropuerto se llama ‘Jorge Chavez’, me gustaria con todo respeto compartir una reflexion sobre nombres originales o cambiados.

Personalmente prefiero el nombre ‘El Dorado’ al de Luis Carlos Galan, no tengo idea de quien sera ‘Luis Carlos Galan’, no me dice nada, no significa nada mas que un grupo de sonidos para mi memoria y para la de millones que pasen por alli (igual que con el nombre Jorge Chavez o cualquier otro nombre de alguien tal vez notable para el lugar pero para nadie mas)

Por eso prefiero como extranjero un nombre que signifique para todos, no solo para la fuerza aerea o los militares locales, o algo asi, creo que esos localismos son ridiculos en nuestros tiempos de globalizacion donde haremos mejor en mencionar conceptos universales, o al menos ideas conocidas por mas gente. Frente al aeropuerto ‘El Dorado’ podrian hacer una plaza o alameda de heroes o notables donde se pongan esculturas conmemorativas del sr. galan y de otros muchos mas, eso seria mejor.

Por otro lado y defendiendo ambas posiciones, hablar de la originalidad del nombre me hace recordar un grabado que cuelga en mi biblioteca, de 1670, un mapa holandes que consigna «Norte America o Mexicana, Sur America o Peru» ¿alguien hizo lío cuando a una parte de Perú le cambiaron de nombre y aparecieron multitud de paises? (ecuador, colombia, venezuela, argentina, chile, brasil, etc) Creo que el cambiar o no de nombre es un habito creador en latinoamerica, nos guste o no, pero al menos los cambios deben ser inclusivos de mas gente, y no excluyentes, como el propuesto para el aeropuerto

Sergio