como si 67 y 31 años no hubieran pasado

Lucas Caballero Calderón, más conocido como Klim, fue un reconocido columnista bogotano que escribió por cerca de 45 años para los dos periódicos más importantes del país. Dos de sus columnas, la primera «¡Nos fregamos!, dijo la lora» publicada el 7 de Noviembre de 1942 y «¿Por fin el Metro?» publicada el 6 de octubre de 1978 se adaptan perfectamente a la situación actual del transporte bogotano.

¡Nos fregamos!, dijo la lora

Lina Castañeda

7 de Noviembre de 1942

Donde usted, caballero, viva corrido de Chapinero hacia el Norte, y no tenga automóvil, es inútil que trate de explicarnos qué es lo que le pasa. Créanos que lo admiramos mucho más de la cuenta por el hecho de no estar más pálido ni tener las ojeras más grandes, y que para explicar su situación en sociedad todavía no se ha inventado una palabra adecuada, a no ser que se eche mano de las que solía emplear la lora del diluvio.
Embutirse cuatro veces diarias en un tranvía, después de haber caminado unas veinte cuadras a pie, es un hecho que tal vez se justificaría si usted no tratara de ir su oficina sino al cielo. Evidentemente, como compensación por cobrarle el pasaje mucho más de una vez, el conductor procura acomodarle varias señoras encima. Pero.?por qué, Dios Santo, por qué las señoras que montan en los tranvías serán tan feas? Es un arcano. El viaje de la Avenida de Chila a Bogotá es sencillamente interminable, eterno, pero realmente por sólo cinco centavos resulta bastante aceptable permanecer metido por espacio de tres horas en cualquier parte. Tenemos la certeza de que la conformidad será con usted si se pone a pensar en que, aunque le falta poco, aún no está en el caso del señor que se pasó a vivir cerca del Nogal hace algún tiempo. Pues bien: a ese señor todavía hoy le persevera el desconcierto inicial en tal forma que de lo único que da razón es de que trabaja en Bogotá, duerme en el tranvía y se alimenta precariamente de chocolatines. A ese pobre señor, en efecto, no le alcanza el tiempo para nada.
La realidad de las cosas es, mi querido amigo, que usted tiene que viajar todos los días en un tranvía para que la sirvienta y el mercado puedan viajar todos los jueves en taxi. Si usted siguiera el consejo de sus desalmados amigotes y se movilizara en taxímetro, con el mercado debidamente condimentado entre el estomago, obraría no solamente de acuerdo a la lógica sino con sus amigotes, pero sería tan desalmado como ellos. Y es que con buenos sentimientos en el corazón es completamente imposible dejar morir de hambre a dos tías, tres sirvientas, dos arrendajos, una lora que es una caja de música, y tres gatos. A pesar de todo, si los buenos sentimientos se pudieran cambiar por un automóvil, nosotros le aconsejamos que cambiara inmediatamente los suyos por un Chevrolet de año 24. Por desgracia, mi querido amigo, nos ha tocado vivir en una época en que los automóviles valen más que la fe, cualquier cosa más que la esperanza y la caridad mucho menos que una caja de galletas. Eso es lo que los italianos llamarían «!Oh tampora, oh mores!», y lo que la gente de hoy, tan huérfana de sabiduría, llama paladinamente «!una vaina!».
Por el momento, querido amigo, consuélese con no tener las ojeras más grandes ni el semblante más pálido. Y si lo que viene le sirve de panacea, mientras adquiere un automóvil, siéntese cada vez que le sea posible a la orilla de la estaca en donde se ventila la lora y escuche lo que ella, entre sopa y sopa de chocolate, repite. Pero si carece de una animalito tan útil y brillante, diga sencillamente nos fregamos, que es más o menos, con una pequeña variación lo que en situaciones semejantes han dicho todas las loras inteligentes del mundo desde el diluvio hasta nuestros días.

¿Por fin el Metro?

6 de octubre de 1978

Todo induce a creer que esta vez sí se está pensando seriamente en el Metro para Bogotá. Es decir, que no se trata, como en ocasiones anteriores, de un simple tema ocasional para alcaldes recién posesionados.
Eso fue lo que pasó, como todos lo recuerdan, con Bruno Bernardo. Bruno Bernardo hizo de entrada toda suerte de declaraciones cantinflescas sobre este tipo de transporte, sin saber en qué consiste, porque en Caparrapí, de donde él es oriundo, toda la movilización se hace el alpargate o en burro. Bruno Bernardo, pues, como era obvio, no salió con nada. Le pareció más fácil impedir que las parejas se hicieran el amor en los moteles, como si toda la ciudadanía estuviera sometida también a su santa regla. A su santa regla cartuja se comprende. Pero esto ya es historia antigua.
Hon el alcalde es Durán Dussán, un político y electorero de fortuna, más aterrizado que Bruno Bernardo pero mucho menos agradable. Es fachendoso y ha dicho que está dispuesto a cabalgar en todos los problemas de la ciudad y a dominarlos, para lo cual, pienso yo, van a serle de mucha utilidad sus experiencias como mayordomo y chalán en su próspero hato de Matupa. Durán dice, además que él desea hacer algo grande por su ciudad natal que es, aunque no se le note, Bogotá. Cuando Durán habla de esto forma un lío. La versión suya para la prensa es la de que él nació aquí, pero que siendo muy niño lo llevaron a educar a Neiva y que más tarde, para hacer dinero y política, se trasladó al Llano. Los llaneros admiten que Durán está vinculado a esa región, pero comentan que no saben exactamente cómo ocurrió y que en todo caso a ellos no pueden culparlos de nada. Los opitas, por su parte, declaran que Durán vivió en Neiva pero que su educación, si la tiene, debió adquirirla en otra parte. Y Bogotá tiene ya demasiados problemas como para que le preocupe el de haber sido también la cuna de Durán.
En todo caso, hay que reconocer que Durán se muestra sinceramente interesado en la construcción del Metro. Parece confirmarlo así el hecho de que ha estado recorriendo en un autoferro, puesto a órdenes suyas por la señora directora de los Ferrocarriles Nacionales, los tramos de carrilera que pueden utilizarse, verbigracia el trayecto que une a Bogotá con Bosa. La TV, llamada por Durán para publicitarse y perennizar el momento, nos lo ha mostrado en todos los noticieros habidos y por haber comentando con la ilustre dama de la belleza desolada de los alrededores de Soacha, qué digo, de Bosa. La trepidación peculiar del vehiculo le sacudía graciosamente los abundantes cachetes, como dos moldes de Gelatina Royal, mientras el autoferro avanzaba y se iba rezagando el paisaje. Y claro, en el sitio destinado a os equipajes, no se sabe si como invitado de honor o como colocado especial, asomaba la cabeza de nuestro máximo experto y teorizante en transportes, Fernando Restrepo Maldonado. Tengo la esperanza, como bogotano, de que Durán no se conforme con esto. Y que del Metro no solo nos quede a los bogotanos, grabado en video-tape, el recuerdo de esta folclórica escena de sabana, autoferro y trepidantes cachetes.
Quiero ser sincero. Yo no conozco personalmente a Durán Dussán ni falta que me hace. Pero tengo de él una idea nada buena. Como funcionario, porque hizo como tal un funesto Ministerio de Educación, y el concepto no es mío sino de los estudiantes y maestros. Esa vez Durán se limitó a pasar por ese despacho repartiendo alegremente carnets de periodismo entre quienes no eran periodistas, sino validos y recomendados del gobierno. Y como persona, porque fue el mandadero del presidente de entonces, interesado en distraer la atención nacional de sus pingües negocios, para ir al Senado a infamar torpemente la memoria de gente ya muerta y muy cercana a mi afecto. Puedo estar equivocado, pero un papel así me parece sencillamente repugnante, impropio de señores y de personas decentes. Esto, desde luego, no es obstáculo para hacer la obra del Metro.
El cual es tan indispensable para la ciudad que lo importante es que se haga, no la persona encargada de hacerlo. Además dentro del mundo del transporte bogotano, parece ser que nunca está de más cierta dosis de patanería.

6 comentarios

Lina, si tienes algo que decir del transporte en público en Bogotá ¿porqué no lo dices directamente, en vez de recurrir a resucitar dos columnas que estaban muy bien donde estaban, o sea en el olvido?

Carlos: las dos columnas estaban muy bien donde estaban, o sea en el olvido. Al parecer, no tuvo caso haberlas resucitado para tratar de demostrar que la situación del transporte público en Bogotá sigue casi igual desde hace 67 años, no vale la pena darnos cuenta que no mejoramos, que las cosas siguen igual o peor, es mejor cerrar los ojos y meterse horas en un tranvía, digo en un transmilenio, con varias señoras encima. Tanto Klim como yo, hemos perdido nuestro tiempo.

Respuesta al comentario que hace Carlos Jiménez a Lina Castañeda (utilizando tendenciosamente el contexto abierto hace una semana por un escrito de Lucas Ospina)

La postura de “en vez de resucitar [cosas] que estaban muy bien donde estaban, o sea en el olvido” para tratar algunos asuntos (como, por ejemplo, la movilidad en una ciudad o -lo que constituye el motivo de este mensaje-, las penosas demostraciones de poder que se hicieron en el marco de la Plaza de Toros durante la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla), funciona muy bien para aderezar conversaciones o estimular la malignidad de las posiciones políticas de algunas personas. Eso piensan algunos.

Para otros, volver a un documento que estaba “muy bien donde estaba, o sea, en el olvido”, podría funcionar para comprender mejor o sorprenderse mucho antes ciertas reiteraciones que se dan a lo largo de la historia (como, por ejemplo, el abuso de poder). Veamos.

Decía John D. Martz en un libro publicado en Bogotá hacia 1969, que la ruptura de la estrecha relación que había mantenido la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla y la institución eclesiástica colombiana no se presentó “sino hasta que el régimen se complicó en uno de los episodios más increíbles de sus anales. Este escándalo, conocido como la “Masacre de la Plaza de Toros”, fue precipitado por los hechos del domingo 26 de enero de 1956. Durante la primera corrida de la temporada, Alberto Lleras Camargo, un dirigente principal del sentimiento anti-rojista, llegó a la Plaza de Santamaría y fue saludado con vítores durante diez minutos. Instantes después la hija del Presidente, María Eugenia, la cabeza de SENDAS (1), llegó en compañía de varios funcionarios y de su esposo, Samuel Moreno Díaz, editor del “Diario de Colombia”, que estaba a favor de Rojas y pertenecía a [Gilberto] Alzate Avendaño. Al entrar al palco presidencial se los recibió con silbidos llenos de resentimiento. Después de que el primer toro fue dedicado a María Eugenia el público protestó ruidosamente, por lo que ella y su comitiva se retiraron furiosos del circo. Expresiones periódicas de aplausos espontáneos y de estrepitosa aprobación por Lleras Camargo lo obligaron repetidamente a ponerse de pie para agradecer la aclamación. El torero que había intentado dedicar su primer toro a la señora de Moreno se retiró finalmente para que lo reemplazaran el diestro venezolano Girón y un visitante español, Chicuelo. Lleras Camargo, por no aventurarse a provocar un serio disturbio, se retiró prudentemente mucho antes de que terminara la tarde.

“Información” fue el único periódico que mencionó el incidente a la mañana siguiente y, antes de acabar el día, recibió instrucción de pasar todo el futuro material antes de publicarlo a la censura. El acontecimiento era una afrenta a Rojas Pinilla y a su familia, y difícilmente se compaginaba a las mejores tradiciones colombianas. Un editorial de “El Catolicismo” condenaba expresamente tal demostración y vituperaba “tal manifestación de un nivel mínimo de cultura […] una mujer siempre es digna de respeto, mucho más cuando su título o posición es como para dispensarle consideraciones especiales”.

El gobierno no hizo comentarios hasta el siguiente sábado 4 de febrero, cuando previno siniestramente que se tomarían “medidas adecuadas” contra la “manifestación política” del domingo. El mismo día, el Presidente pronunció un discurso en Barranquilla y advirtió que por cerca de dos años no se convocaría a elecciones, añadiendo que su régimen usaría la fuerza, de ser necesario, para asegurar “la tranquilidad pública y la viabilidad fraternal”.

El sábado, 5 de febrero, llevó brutalidad bestial y muerte a la Plaza de Santamaría. El relato más vívido apareció en un informe del [periódico] “Time”. Antes del día de la corrida, el gobierno había comprado la cantidad de $15.000 en puestos y los distribuyó a miles de policías y personal de inteligencia. El domingo pasaron por los torniquetes sin ningún problema, en tanto que los verdaderos aficionados fueron requisados y, una vez dentro, los Rojistas principiaron a vitorear al Presidente. Pronto los no entusiastas dejaron traslucir sus sentimientos por su silencio o réplicas punzantes. “Cuando los oposicionistas fueron identificados plenamente, los rufianes se descubrieron. Rápidamente sacaron cachiporras, navajas y revólveres, y atacaron con furia vandálica. En medio de sus alaridos, las víctimas eran arrojadas por encima de los pasadizos de salida; muchos otros eran derribados dentro de la arena. Las pistolas detonaban. El número de víctimas: por lo menos ocho muertos, cincuenta heridos…”

Otros relatos variaban el número de víctimas. “Visión” anunció ocho muertos y ciento doce heridos, en tanto que los despachos de la United Press fijaban el saldo de muertos en nueve. La brutalidad desde el principio hasta el fin fue extrema. Un testigo contaba lo siguiente: “buscando cualquier pretexto, por no haberse unido a los “vivas” del gobierno, o porque alguno no habló, sin respetar mujeres, adolescentes o niños, veinte o más rufianes saltaban sobre una de las indefensas víctimas. […] Entre las escenas que recuerdo está la de un hombre, que había caído en un charco de sangre y yacía absolutamente solo en medio de las gradas de cemento, al ser arrastrado por los pies hasta el suelo, mientras su cabeza golpeaba de grada en grada.”

El régimen calló los informes de la carnicería. Sólo con la salida de visitantes extranjeros los días siguientes llegó a conocerse ampliamente la historia. Un solo periódico, “El Colombiano” de Medellín, publico un relato y sufrió las consecuencias porque el gobierno trasladó su oficina de censura a un sitio distante tres millas de la ciudad, lo que hizo casi imposible la relación de noticias, pues había que llevar todo original fuera de la ciudad para la aprobación de los censores.

Una vez, el mismo Rojas Pinilla se refirió brevemente al incidente en un discurso en Vélez, Santander, y declaró que “en el futuro, los medios necesarios para asegurar que no ocurrirán acontecimientos semejantes serán puestos estrictamente en vigor”. Además, caracterizó el episodio como “demencia colectiva que brota de los estratos bajos de las grandes ciudades”. “Semana” dio a esto una respuesta más sucinta al llamar [a] la declaración una expresión de “líbrame Dios de mis amigos, que yo me libraré de mis enemigos”.

No hay prueba de la responsabilidad directa de Rojas Pinilla en la matanza. Indudablemente, parece notable que aun el inconmovible soldado no pudo dejar de ver el perjudicial revés sufrido a causa de tan enorme brutalidad. Y a lo largo de su régimen, aunque los ataques verbales se dirigían a los grupos políticos, la represión se ejercía usualmente contra los infractores individuales. Se puede suponer que él no ordenó directamente la actuación tan extrema que tuvo lugar. Sin embargo, irritado por la ofensa a su hija, sin lugar a dudas exigió alguna forma de represalia, en lo cual se basaron sus subordinados, que en su inhumano celo se excedieron en actos que el mismo Rojas Pinilla hubiera condenado. El incidente, a más de ilustrar la crueldad de la maquinaria dictatorial, es notorio, pues marca el principio de una ruptura completa entre Rojas Pinilla y la iglesia católica romana. Por primera vez ésta habló contra él en términos duros.”(2)

Notas:

1.- María Eugenia Rojas de Moreno Díaz había sido nombrada como directora del Secretariado Nacional de Asistencia Social (SENDAS), por su propio padre a la edad de veintiún años. Sobre esta organización, Martz aclara que “su manifiesta emulación de la Fundación de Eva Perón en Argentina era insensata. Debemos decir, aun a riesgo de parecer poco caballerosos, que la joven María Eugenia no poseía ni la inteligencia, ni la inclinación personal, ni las gracias que Evita Perón había puesto al servicio de su labor en Argentina.” Véase, John D. Martz, Colombia. Un estudio de política contemporánea, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1969, pág. 248.

2.- Ibíd, págs. 277-280.

Guillermo Vanegas

participación relacionada >

Torear la ley >
http://esferapublica.org/nfblog/?p=1498

La verdad es que no esperaba para nada desencadenar la polemica que se ha desencadenado a raiz del breve comentario que hice a la decisión de Lina Castañeda de resucitar un par de columnas de Klim. Yo quería en realidad era invitar a Lina a pensar y exponer porqué aqui y ahora el problema del trasporte público en Nogotá – que padecen incluso los que en la vida han oido hablar de Klim – sigue sin resolverse efectivamente despues de tantos años. Supongo que ella tendrá su propio análisis como yo tengo el mío, que incluye en la fuente del problema a los empresarios privados del transporte público, cuya torcida manera de defender sus intereses particulares sigue siendo uno de los principales obstáculos para la solución racional del problema. Tengo tambien en la cabeza la forma inconveniente para decir lo menos como Peñalosa y la familia Pastrana resolvieron el problema de la constitucion y la estructura de propiedad la empresa del Transmilenio. O sea, que para mí, el análisis del grave problema del transporte público en la capital incluye factores que no fueron tomados en cuenta en las dos columnas de Klim citadas por Lina Castañeda o porque entonces no existían o no existían en su forma actual o simplemente porque los pasó por alto.
Lo de Guillermo Vanegas, en cambio, es otra historia: es una exageración rayana en el delirio. Afirmar como él lo hace en el encabezamiento de su comentario que yo utilizo ¨tendenciosamente el contexto abierto por un escrito de Luis Ospina ¨, me parece demasiada valoración de Ospina y muy escasa consideración de lo que efectivamente pensé y escribi a propósito de la decisión de Lina de republicar las dos columnas de Klim. De hecho, todavía me sigo preguntando ¿qué contexto? y ¿cuál escrito? Y cuando afirmo que su comentario raya con el delirio me refiero al hecho de que solo desde la suplantacion de la realidad por los productos de la imaginación se puede deducir de mi comentario a Lina mi propósito o mi intencion de acallar o impedir qiue se recuerde la matanza de la Plaza de Toros. ¿Qué tendrá que ver el culo con las témporas? ¿ Los problemas del transporte público en Bogota con esa matanza? Pues, si, hombre, no te hagas el pendejo: tiene que ver porque el autor intelectual de esa masacre no resolvió de una vez y para siempre el problema del transporte público de la capital ! por andar matando gente ¡ Hombre, visto así, hasta tienes razón Vanegas.

APRENDER DEL PASADO PARA AFRONTAR EL FUTURO

La microhistoria es una especialidad de la historia en la que antropólogos, sociologos e historiadores se dedican al estudio de cualquier personaje ( el lotero, el embolador, etc) , la vida cotidiana ( en las ciudades , por ejemplo) cualquier acontecimientos de «mínima cuantía» (“Información” fue el único periódico que mencionó un incidente de Rojas Pinilla) que desde otra óptica, simplemento no existirían. Coincido con Justo Serna y Anaclet Pons cuando afirman que «Cuando queremos representarnos una obra de arte, ésta constituye un todo, un conjunto, un sistema dotado de partes, de elementos, de porciones. Si conocemos efectivamente la totalidad, las partes que la constituyen son detalles de la misma; en cambio, cuando esa totalidad se ignora, esas partes son fragmentos. Por ejemplo, cuando de un lienzo se nos da una reproducción fotográfica parcial, hablamos de detalle; por contra, cuando de una obra de arte que fue un todo sólo ha subsistido alguna de sus porciones (un resto de vasija, pongamos por caso), entonces hablamos de fragmento. Un detalle es un corte, una sección que se hace de algo entero; un fragmento, que procede del latín frangere, alude a algo que se ha roto: no es una sección artificial, deliberada, es una fracción circunstancial, accidental, una fractura fortuita. Si no contamos con todas las fracciones, la totalidad está in absentia, y si queremos reconstruirla procederemos tentativamente, añadiendo partes y completando vacíos. El propósito es el de conocer el conjunto al que pertenecía y, por tanto, la meta es la de relacionar esos restos entre sí.»

En el Caso paarticular de Colombia, la historia esta aún por contarse y los archivos privados revisten de especial importancia para este cometido. El estudio de testamentos, cartas , partidas de bautismo, así como de antiguas escrituras públicas pueden ser un buen comienzo para adentrarse en la historia desde lo micro.

Entiendo la repuesta de Carlos Jiménez como un problema de comprensión de lectura respecto a la manera en que utilicé las referencias de Martz y de Ospina para volver sobre el asunto que, creo entendí (o, creí entender a partir de la lectura que hice de ambos autores).
En ese sentido creo que debo comentar lo siguiente:
Considero autoritaria la postura del autor cuando insiste en “olvidar” los testimonios que dejaron otros. Muy sinceramente deseo que sus acercamientos hacia la historia del arte no resulten del mismo talante.
El uso tendencioso del texto de Ospina correspondía a mi actuación. Es decir, yo utilizaba tendenciosamente un artículo de prensa que daba un contexto sobre la relación entre arte y toreo en este país, para ampliarlo hacia el escenario mismo donde se presenta semanalmente este rito a comienzos de año. Mi interés consistía en mostrar las graves demostraciones de poder que han tenido como contexto, o se han servido de lo que sucede habitualmente en, ese lugar. En este sentido, creo que la respuesta sobre “¿qué contexto?”, está dada.
Respecto al interrogante “¿cuál escrito?” Creo que la lectura que hice del texto de Ospina denota una valoración alta de parte mía, tanto como para utilizarlo, repito, tendenciosamente, para deslizar un comentario sobre la familia del actual alcalde de Bogotá.
Ya sobre las otras arandelas de esa respuesta (“delirio”, “suplantación de la realidad por los productos de la imaginación”, deducir que en el comentario de Jiménez se trataba “de acallar o impedir que se recuerde la matanza de la Plaza de Toros”, la relación entre “los problemas del transporte público en Bogotá con esa matanza”, o que “el autor intelectual de esa masacre no resolvió de una vez y para siempre el problema del transporte público de la capital”), pues… insisto en que se trata de un problema de lectura.
Ante la imagen de “el culo con las témporas”, la verdad declaro no entender tan eminente prueba de conocimiento de un argot al que no tengo acceso por el momento. Lo siento.
Finalmente, agradezco que se me de la razón, a pesar de que la argumentación de quien lo hace me parece de un –para usar los mismos términos de la retórica de Jiménez- “delirante”. ¡Gracias, Maestro Jiménez!