Canonización

Su curadora, Helena Tatay, pareció entenderlo de ese modo. Construyó un relato exhaustivo (y por lo mismo, hiperfatigoso) para presentar treinta años de producción. Y, por lo mismo, revela bastante rápido las características de este volumen de obra: monocromía persistente, incremento de tamaño en los formatos a medida que pasa el tiempo, rigor investigativo, despliegue de virtuosismo (y horas de vida despierta) en labores obsesivas, apropiación de textos provenientes de fuentes oficiales (prensa y/o leyes y/o investigaciones médicas y/o lenguas en peligro de extinción), fascinación por la labor artesanal

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Johanna Calle, Libro Estampillas Casas informales, 2006. Johanna Calle, Silentes. Curaduría: Helena Tatay. Museo de Arte Banco de la República, 19 de Noviembre de 2015 – 7 de Febrero de 2016. Bogotá

Junto con José Antonio Suárez Londoño, Johanna Calle integra la pareja fundacional de la generación de dibujantes que campeó durante bastante tiempo en el panorama artístico local. Al contrario de José Antonio Suárez Londoño, ella no tiene entrada en Wikipedia. Como él, también ha diseñado piezas monetarias para el emisor. A diferencia suya, participó con su obra en las celebraciones del bicentenario de la independencia nacional. Entonces, la muestra que se le dedica actualmente en el Museo de arte del Banco de la República tiene todos los visos de una deuda saldada por parte de la entidad.

Si no fue así, su curadora, Helena Tatay, pareció entenderlo de ese modo. Construyó un relato exhaustivo (y por lo mismo, hiperfatigoso) para presentar treinta años de producción. Y, por lo mismo, revela bastante rápido las características de este volumen de obra: monocromía persistente, incremento de tamaño en los formatos a medida que pasa el tiempo, rigor investigativo, despliegue de virtuosismo (y horas de vida despierta) en labores obsesivas, apropiación de textos provenientes de fuentes oficiales (prensa y/o leyes y/o investigaciones médicas y/o lenguas en peligro de extinción), fascinación por la labor artesanal.

De otro lado, combina algunas condiciones propias de la consagración religiosa en el catolicismo para destacar (siempre) delante de cada obra las capacidades extraordinarias de la artista. Privilegia biografía sobre resultado, por medio de la insistente mención de su resistencia (se trata de un performance de tres décadas), su dedicación (a la causa de la producción de arte y por esa vía a las causas de los más desvalidos) y su piedad (por lo mismo). Pone el trabajo de Johanna Calle como el resultado obvio de una vida ejemplar. Es como la ilustración de una recompensa en tono de fábula monocroma sobre la necesidad/virtud de hacer arte contemporáneo en un país con guerra civil de baja intensidad.

Resistencia. Aunque duele, disciplinar el cuerpo ayuda. Todos lo sabemos, desde Freud más (por ese camino ingresamos a la cultura). En este caso, la curaduría enseña que la artista fue capaz de domesticar una pequeña serie de movimientos corporales para repetirlos bajo procedimientos cercanos al dibujo e ingresar bastante rápido en el canon del arte contemporáneo local. El paso de la costura a la perforación múltiple con pequeñas brocas, de la recopilación cuidadosa de noticias de prensa al lijado de superficies blancas o de la transcripción de textos a la creación de patrones, ha sido un conjunto de decisiones técnicas que configura una historia de triunfo profesional. No hay que olvidar que Calle comenzó muy pronto su carrera y que a lo largo del tiempo ha tenido pocos baches de producción. Muchos de sus fans aprendieron de ella las ventajas del trabajo constante. El problema es que, no fueron tan juiciosos. Quizá no podían.

Dedicación. Según el exagerado número de obras incluidas no deja de notarse que la artista (por convicción y solvencia) ha invertido la mayor parte de su tiempo en la producción de objetos de arte, sofisticando sus actividades anejas. Por ejemplo, sus métodos de investigación. Es el caso del conjunto de retratos conocido como Nombre propio (1997-1999), un modelo de trabajo tan eficaz que pronto se convirtió en academia. Así entonces, cuando se lee que para hacer esta obra Calle reunió durante un año las listas que el Instituto estatal de cuidado de la infancia publicaba en la prensa nacional, y que la obra en sí “registró los 1538 casos de niños abandonados” o que “el retrato de cada uno fue bordado con sus rasgos característicos y se conservaron los grupos familiares y los casos registrados cada mes”, lo que se muestra más es una lección productiva: Calle supo estereotipar sus procedimientos.

Piedad. Dice la curadora:

“…movida por la curiosidad y la compasión, [Johanna Calle] encuentra las cuestiones que desea ahondar: la fragilidad de los niños en medio de los conflictos que asolan a Colombia, el crecimiento incontrolado de los asentamientos urbanos, la indefensión de los campesinos desplazados, los atentados medioambientales en un país con una de las biodiversidades más ricas del planeta, la pérdida de riqueza lingüística y tantas otras.”

Quizá por dedicarse a una producción que maduró entre 1995 y 2015, Tatay consideró imperativo incluir el componente ético de la compasión por los más necesitados como combustible ubicuo de este trabajo. Siempre hay piedad para representar el dolor ajeno, parece decir. De hecho, la piedad la lleva a desatender la labor manual de la propia artista. Pareciera entonces que se limitó a callar y con esa actitud acompañarla en su apreciación positiva del silencio, de “la ausencia de decibeles, de exageraciones, de color [porque sus] gestos son silenciosos, prudentes [y sus] gritos no tienen voz.” Entenderla como poeta concreta en medio de una curaduría súper-respetuosa.

 

–Guillermo Vanegas