Caballero y el final de la transgresión

La idea. Aparece y desaparece la sensación. ¿Qué habría sucedido entonces? Rozarla despacio antes que desaparezca. Cercarla. ¿Y si regresara? la primera aparición sucedió súbitamente. Venía precedida de algo así como una luz. Quizá un cosquilleo. Plenitud. Tendrá que volver, quizá regrese. O a lo mejor algo parecido ocurra y pueda remontarme a ese principio. Pintar en Bogotá otra vez, regresa la sed y el ansia. Quizá soporte otros cuatro días. ¿Y cuál era la idea?

«Mi pintura soy yo”. Luis Caballero, de una entrevista

La idea. Aparece y desaparece la sensación. ¿Qué habría sucedido entonces? Rozarla despacio antes que desaparezca. Cercarla. ¿Y si regresara? la primera aparición sucedió súbitamente. Venía precedida de algo así como una luz. Quizá un cosquilleo. Plenitud. Tendrá que volver, quizá regrese. O a lo mejor algo parecido ocurra y pueda remontarme a ese principio. Pintar en Bogotá otra vez, regresa la sed y el ansia. Quizá soporte otros cuatro días. ¿Y cuál era la idea? Hace frío, no recordaba esta sensación de viento helado. Pero sigue azul. Y los cerros. La idea. Debo concentrarme para intentar recuperarla. ¿Y si vuelvo sobre lo mismo? Esta mañana me asaltó de golpe la sensación. Tal vez funcione allí parado y todo regrese. La sensación. Puedo verlo de cerca, casi sentir el recorrido. No se, tal vez lo intente hoy. Pero las visitas. Quizá no estaba preparado para estas miradas. ¿Cómo comenzaba? Me asalta la sensación otra vez. Quizá con el agua. No, mejor un café. Hace frío. Estamos cerca de los cerros. En realidad el deshielo de la neblina me entumeció los dedos. Otra vez aquí. La sala sigue intacta. En Bogotá el tiempo no pasa. Es como si no hubiera sucedido nada ¡Qué exasperación! Mejor el agua. La sed regresa.

Esta mañana me levanté con una sensación diferente. Hoy es la visita. Anoche estuve buscando el catálogo de una exposición suya reciente. Mi padre los colecciona desde su época de estudiante. En el estudio dispuso de un archivador donde metódicamente va coleccionándolos. Ya van sumando cientos. Los míos en cambio se han ido acumulando desordenadamente en un canasto de mi cuarto. Algún día quizá inicie yo también mi colección. En poco tiempo será el examen de admisión. Cuento con entrar a la Universidad y poder dedicarme de lleno a pintar. Desde niño asisto a clases de pintura. Mi padre cuenta con migo para suplir su imposibilidad de hacerse artista, en su caso el abuelo lo desaprobó decididamente y hubo de dedicarse a otra cosa. Por eso su colección de catálogos de exposición es una forma moderada de mermar su nostalgia. Y desde luego la promesa de contar con un artista en la familia. El bus avanza bordeando los potreros. Vacas y más vacas repetidas. Detrás los plásticos que esconden los cultivos de flores. En poco tiempo estaremos entrando a la ciudad camino del centro, de la exposición.

Algunos alumnos piensan que mis talleres obedecen a un manual que he ido siguiendo metódicamente y que consulto y sigo con precisión buscando un resultado. Desconocen el vértigo que los ha precedido. En poco tiempo no sabré qué ruta seguir. Considero que cada día se extinguen las posibilidades. He trazado nuevas vías susceptibles de transformarse en otras, siguiendo las bifurcaciones subsiguientes, pero las posibilidades se agotan, también mi ánimo. Hace tres días me llamó la directora a su oficina. Quiso salir a caminar pero la retuve, no soportaría su llamado de atención caminando por la cancha de futbol mientras desde el salón algunos cuantos podrían presenciar la escena. Hasta hace poco trabajé por siete años en un colegio para niñas. En las mañanas dictaba español y literatura y por las tardes salía corriendo en una buseta para alcanzar el comienzo de la clase de dos, de mi cuarto semestre de carrera. A veces me canso. Por lo general suelo dormir solo tres o cuatro horas. Ya llegará un tiempo en que quizá pueda retirarme a escribir. La directora me mira, está preocupada por mis métodos, sugiere que vaya construyendo peldaño a peldaño los conocimientos y abandone de una buena vez esta idea de demolición, para ella todo consiste en la elección de un método, en una escogencia. De ninguna manera sospecha que se trata de una urgencia. Ya no podría plantear mis ejercicios de otra manera. Tiene razón, estoy al límite. En poco tiempo habré cruzado la línea. Me exaspera su discurso, bastarán tres o cuatro sesiones más, después de eso planeo mi retirada sin terminar el año escolar. No tiene sentido continuar, atrás quedó la ilusión de un espacio verdaderamente experimental. Aquí como en cualquier otro lugar se impone la convención, el lugar común, hasta el buen gusto. -No es formativo-, me dice molesta, -le pido por favor regrese al programa propuesto- Y sin embargo los talleres de mis clases que colgaban de las ventanas fueron los únicos vestigios de originalidad que encontró la visitante de España, delegada itinerante de colegios con alguna propuesta innovadora. La rectora disimuló su contrariedad cuando ella hizo algún comentario favorable para esos ejercicios de creación. Es extraño que hayan permitido esta salida. A veces todo es tan contradictorio.

Cientos de vacas rumiando su alimento, como los estudiantes, rumiando lo mismo, y el plástico incansable. Y todo por las rosas, por el capricho de la flor. Conocí a varias mujeres en Tocancipá dobladas literalmente por los tóxicos, las envejece prematuramente, se las lleva rápido. Dentro de poco remontaremos el recorrido que diariamente realizo desde el centro. Allí vivo, cerca a la amontaña. A los Andes. En un diminuto lugar donde el sol entra apenas unos cuantos días por año. Las vacas. Por fin un respiro. Poder salir. El colegio me asfixia.

Barreto parece un idiota con ese cuadernillo bajo el brazo. En poco tiempo se acabará todo esto y dejaremos por fin de perder tiempo. Es insoportable seguir estos ejercicios y tener que leer lo que escribimos. En general el colegio es aburrido. Hileras de vacas a lado y lado de la carretera, fincas lecheras, enormes cultivos de rosas protegidos por plástico. Faltan muy pocos kilómetros para la entrada a Bogotá, y luego el camino hacia el centro, nos espera un largo recorrido todavía. ¡Qué pereza!

Los veo aproximarse a la escalera, en poco tiempo estarán zumbando en derredor mío. La cámara puede ser un buen pretexto para limitar mis respuestas. ¿Qué podría responder? No atino a imaginar sus preguntas. Y el cansancio, me siento cansado otra vez. ¿En qué iba pensando? Tal vez me demore todavía esta semana. Pero voy al límite. Quizá me excedí otra vez con la tela. Demasiado esfuerzo. Es enorme. El blanco me separa del final. ¿Y si lo intento? No hay método. Avanzo con lo que pueda suceder cada día, mientras la idea me ronda de nuevo ¿de qué se trataría? Alguien se aproxima. Creo reconocer lo que lleva bajo el brazo, detrás de sus lentes me sonríe, -maestro- me dice, -quisiera saber-, sus palabras me oprimen, esta cortesía a la que me desacostumbré. Es bogotá, así somos. Tanta amabilidad. -maestro quisiera saber por qué empezó usted a pintar?

¿Cuál podría ser el límite de la escritura?. Esta mañana imaginé un taller imposible camino del colegio ¿Y si pudieran decir esos trazos con palabras precisas? no figurándolos como hace el crítico al remitirlos a la Historia, sino siendo capaces de reconducirlos a la experiencia originaria. A la circunstancia. El crítico habla de contexto. En realidad se trata de una falsificación de la experiencia que permanece sellada. Inmune al parloteo. Al encuadre. Y sin embargo al mirar encuadramos. Buscamos un ángulo de visión correcto que se enmarque en nuestro discurrir continuo. El encuadre crítico es equiparable al ansia de fotografía, a la destrucción de toda experiencia; el filósofo formaliza en su discurso, el crítico nos enseña su dicción, disecamos la experiencia, el ojo que mira en realidad está dirigido por esas cuerdas invisibles que alcanzan nuestro lenguaje. ¿Y si pensáramos una escritura en directo? Algo como irse aproximando a la tela en secreto. Imaginé esa danza imposible, esa performancia de un cuerpo que se niega a la palabra, y sin embargo habla. Regresar de la exposición, quizá cruzar algunas palabras con el artista, muchos se acercaron a pocos centímetros, ví a Carlos preguntándole algo. Entonces respondió y lanzó su vaso de plástico rosado que momentáneamente simuló caer como una rosa marchita. Y lo miró. No alcancé la respuesta pero vi la mirada y comprendí. Carlos quiere ser artista. Todos quieren ser algo. Y entonces apareció la idea y comprendí. Se trataba de eso ¿entenderían? Las instrucciones esta vez serían meticulosas. Podría funcionar, quizá sería el último. Después agarraría mis cosas y al final de la tarde sin que nadie sospechara nada partiría de ese lugar.

Entonces el método, hacer de sí una ficción. La Novela. Darle vueltas a la idea. La idea regresó como una fuerte sensación en mis manos, como las hormigas del sueño de Dalí traspuestas por Buñuel ¿o sería al revés? Me quedé mirando el reloj intentando discernir una manecilla inexistente. Dibujaba frenéticamente en el cuaderno de notas mientras el periodista intentaba otra pregunta. Y la idea se deslizaba otra vez inevitable. Rodando hasta perderse en un doblez de mi sensación.

Parecían no comprender lo que intentaba explicarles, era mi último día con ellos, pensé arrojarme, abrir la ventana y huir por el tablón inexistente, pocos días antes nos sentamos al sol para avanzar con El proceso, parecíamos en trance, entonces se borró toda convención y quedó flotando solo el ansia. Sin mirarnos apenas proseguimos como quien muy de madrugada se lanza por la playa desierta, y avanzamos siguiendo a K. imperdible. Entonces llegó el director y nos ordenó entrar. Entonces se destruyeron las palabras y terminó la experiencia.

2014, la exministra de educación del gobierno de Uribe Vélez toma el micrófono. Desde mi pantalla encuadro ese rostro tan familiar del que no logro recordar el nombre. Sé que ahora es la rectora de la Tadeo. Pero se ve más joven ¡tan casual! Toma el micrófono y anuncia el lanzamiento. A su lado una mujer chiquita y mayor con cara seria, la he visto encuadrarse siempre en estos mismos gestos, su nombre llega a mí como un relámpago pero me niego a traerlo a mi memoria y lo reservo en mi trastienda de olvidos necesarios. También están el editor, otro crítico, y algunos académicos. Supongo que la sala está atestada de estudiantes que han sido convocados previa asistencia para cumplir con otro requisito formal. De vez en cuando voces, las voces de los críticos que he aprendido a diferenciar cuando escucho conferencias absteniéndome de mirar la pantalla. De mirarlos. En un ejercicio del solo reconocimiento de las palabras. A veces es difícil distinguirlas, las palabras son las mismas, los conceptos, la jerga que se desliza en una cadencia impostada, y entonces el tono se traslapa en esta monotonía familiar. La Crítica.

Hablar sin palabras. Si se pudiera, pero ¿cómo formularlo?

-Si hablara no sería pintor-, le oí decir en una entrevista. Y luego la cita de Matisse “si quieres ser pintor empieza por cortarte la lengua”.
Hoy se habla necesariamente, por fuerza mayor, todo tiene que ver con los discursos. Son los tiempos del Arte Político.

Recuerdo que hace tan solo unos días apareció su archivo en la sala de exposición de la Tadeo, y ahora el libro, sus cartas. Demolición de las entrañas. El Arte encarna la más cruda supresión, el artista.

Perdimos la posibilidad de mirar esos cuadros otra vez, el lienzo de seis por seis de los noventa aparece y desaparece del almacén de mi memoria, conservo el librito de la exposición retrospectiva en la Luis Angel, y nada más. Mi época de profesor en los colegios. Recuerdo los límites, cuando decidí clausurar drásticamente toda experiencia. Había algo con una idea. No recuerdo, y la visita a la exposición. Hacia sol y un azul inaudito enmarcaba las Torres y los cerros. Sus ojos azules nos miraron con una cierta curiosidad, también nosotros fuimos observados por el artista, justo en el momento en que terminaba su tinto y lanzaba el vasito de plástico rosa suavemente, entonces imaginé una rosa marchita, abandonada a la gravedad del momento.

1994, Galería Garcés Velázquez. Un cuerpo iniciaba su caída. La daba por hecho silenciosamente. ¿De eso trataba la idea? A pocas cuadras de allí escudriñan su correspondencia. La que enviaste a Bogotá nerviosamente. Las cartas, inventar otro personaje distinto al que jamás conocimos, el que no tuvo lugar, en los noventas representaste otro papel, encuadrado en la Teoría General del momento, en la Cultura de entonces. La exministra sonríe casual, está sentada en el auditorio de una Universidad bogotana, no alcanzo a distinguirlo pero presupongo que es el Auditorio central, aquél diseñado por el arquitecto famoso.
¿Un desnudo directo? Es posible. La idea. Los noventa, estudiantes en un bus rumbo a la exposición, por la ventana el joven estudiante que quiere ser Tapies, mira las vacas e imagina la gloria. Tú en cambio paseabas el ansia. El nervio que te acompañó siempre. Pero cediste al momento por fuerza mayor, eran las convenciones de esos años, le creíste al profesor, te vanagloriaste con sus elogios, y ella que hizo de ti una estrella fulgurante. Pero la idea, iba y venía, se hacía imposible. Y crecía el ansia. Mejor viajar, hacerse anónimo en una ciudad famosa donde nadie podría saber quién soy yo.

-Era un niño llorón y un consentido-, dice la mujer mayor, la artista consagrada, mientras sin ningún pudor se dirige al auditorio sondeando a su hermana. Desciendes del pedestal. Te reinventan, hacen de ti un nuevo personaje, un papel nuevo que deberás representar en la próxima década. Ya no especulan escarbando entre tus trazos, la carne de tus cuadros permanece intacta. Alguna depredación momentánea por esos años te rasgó la piel, fuiste comentado y encasillado, te transformaste en tal artista, en tal tema, en tal denominación, ocupaste un lugar en la Historia del Arte Nacional, adornaste casas, te reprodujeron, te comercializaron, te repitieron hasta la saciedad, hasta hacerte repugnante, banal, kitch. No sé si sobrevivirías a tanto escarnio, a tanto manoseo, si tus uñas mordidas podrían resistir tanto nerviosismo. Y la idea en cambio se agazapó detrás del viejo bastidor. Y los jóvenes de vida, de calle se harían viejos, quizá conservarán todavía las viejas polaroid. Noches secretas en qué pensar, selladas a la curiosidad pública, a esta forma de divertimento circense al que llamamos inauguración, exposición, museo, cátedra de arte.

En Medellín se atrevió a leer tus cartas, las suyas las botaste. Desconocemos el motivo. Entonces la exministra las quiso para sí, para su Universidad que es donde ahora representa. Y entonces la cita, palabras que alguna vez escribiste a tu amiga, en secreto, ahora transformadas en libro. “pobre de mi no soy sino un triste pintor”. Imagino las monografías diligentemente dirigidas por profesores de arte calificados. Aparecerás en la bibliografía. Tú mismo serás tu propia cita. Has sido reinventado. Esta vez llevas el sello editorial de la academia. Allí donde se forjan los artistas del futuro. A pocos pasos de ese auditorio está la sala de exposición a donde han ido a para tus libretas. Las fotos polaroid. Y la idea ¿Encontrarían la idea?

Escriben su Novela. La ficción que pasaras a encarnar en estas próximas décadas. Te aclimatan para los nuevos contextos. Y entonces desapareces. El que habrías sido es solo un fantasma. El Arte se transforma en una guaquería inaudita, algo por inventar, hacer un engendro de ti, un monstruo. Entonces nos llevan a mirar sobre las mesas, allí disponen tus vísceras, y las disecan, pero toda fisiología desaparece, el cuerpo, algo que fuiste a buscar, y sólo queda esta sequedad de tu noche oscura del alma. Te pervierten. Impiden toda transgresión.

Te hacen hablar, tú que querías permanecer en silencio. Te hacen pronunciar discursos sobre Colombia, te obligan a consolidar la imagen crítica, a hacer solida una cierta tradición de la mirada. Consolidar el conocimiento, forjar el proyecto de ese nobel artista del futuro. Una profesión, un curriculum, tus cartas hacen parte del guión pedagógico. La universidad lanza sus redes sobre ti, te domestica de otra forma.

La artista consagrada insiste, -Marta Traba nos sigue dirigiendo espiritualmente-.

Entonces briega, como diría ella misma, a hacer de ti su discípulo. Tú que escapaste. El día del telón buscabas ser otro, regresar a la idea. Abandonar esta aldea que había hecho de ti otro artista consagrado. Entonces por momentos fue posible, allí en ese blanco, otra vez, la idea, lo imponderable.

¿Y si pudiéramos crear esa continuidad, y si el trazo restituyera esa línea perdida. Si restableciera los fragmentos? Hablaste de la galería como un espacio sagrado. Quisiste volver sobre tus pasos.

Quisiste asentir. Sí. Poder pronunciar este impronunciable. Como Molly Bloom. Sí. ¿Y si la línea fuera esa continuidad imposible? El ansia. Algo se pierde irremediablemente. Entonces el deseo de Muerte. La violencia. Ir hasta el límite. Rimbaud hablaba de una alquimia del verbo, pero desistió y se internó en otra violencia hasta perecer de verdad.

Ser esa verdad. Quitarse la ropa. Rimbaud sentó a la belleza en sus rodillas, y la sintió amarga. Cuerpos sin rostros. Color. Sangre. Sade ideó un Método preciso para alcanzar la continuidad del ser. Toda salida de sí es precisa, una aritmética, una ciencia gradual para hacer de sí una Ficción. Apatía ascendente. Entonces aparece el libertino, el santo, también el yogui. Dejar el Mundo en la trastienda. Abandonar el mundo. Buscar la vida que yace oculta en otra parte. Lo mismo buscaba El Maestro de Escuela, décadas después fue nombrado escritor consagrado en un acto protocolizado por el expresidente Uribe velez, y él que había bandonado toda ficción se consagró sin querer. E hicieron de Otra Parte un Museo. Crearon un Contexto Cultural para La Violencia. La violencia de verdad. La desaparición.

Un nuevo contexto. El de la ética del artista. El de las palabras. “No representarás” es el imperativo, La Ley Mosaica del Arte del Futuro. La prohibición. La Ley. Que no admite transgresión alguna. Asimilado en su proyecto de vida, al amparo de su curriculum profesional, el artista ético trabaja. Adquiere un alto grado de respetabilidad.

El Arte del artista de la Multitud. O el Arte del solitario. Fín de una época. En los nuevos contextos, la mesa, el archivo, comprueban que trabajas. Y oponen esta Ley a la idea. ¿Recuerdas? Buscabas algo nerviosamente. ¿Trabajabas? La Violencia fue llevada a las costas del trabajo. El Arte también es un trabajo. Temperar la violencia. La multitud. La imagen. ¿Era la imagen lo que buscabas?
En un mundo sin pecado el erotismo desaparece. Se busca producir con poco gasto. Erotismo. Un arte aniquilado por el mercado.

Sólamente el camino de la degradación, sin mal solo esta novelita lumpen. El camino de Caicedo. Después morir arrasado por la tristeza. Queda el cuerpo abyecto. Y los cuerpos del horror lacerados para una violencia generalizada. La de Colombia. Ninguna transgresión posible. Temperar el horror. Llevarlo a las Academias de la mano de un político. Los artistas consagrados se prestan al juego. A ti la muerte te asaltó por sorpresa. La verdadera. Ninguna conciencia del pecado. Sin pecado, sin mal, se retira lo erótico. Se retira Dios. Se transforma en un motivo de la historia del arte. Y más que un motivo, en un cliché. Arte erótico. Sus tiempos han caducado. Ninguna verdadera soledad. La apatía de Sade, el ser soberano, transformada en simpatía. Los tiempos de la compasión. Todo el ser ha sido previsto. No hay escapatoria. Un libertino sería impensable. Moral abyección son los restos del naufragio. La novelita lumpen en que devino la ficción. Su sino necesario. Bolaño, Los Detectives Salvajes y luego las muertas, los cientos de mujeres muertas en el horror de la verdadera violencia. La que no puede estetizarse. Bataille tendría alguna respuesta para intentar nombrarla. Ningún martirio. Los que intuiste. Ningún desfallecimiento. Sólo la muerte escueta. Por eso Roberto bolaño solo pudo listar los cientos de mujeres muertas en el desierto de sonora. La masacre es inenarrable. Un imposible para cualquier representación. Después de ese listado su propia muerte. Escribir contra la muerte. Pintar contra la muerte. Y luego el silencio. La tela blanca en la sala. ¿Y entonces cuál era la idea?

La Muerte crea desorden. El cadáver. Los cuerpos. Entonces aparece la Ley. Que nadie transgrede. Ya no se trata de eso. Temperados en la ausencia de representación toda violencia desaparece y toda Ley. Somos conducidos a las mesas, al archivo, a tus palabras en forma de libro. Los cuadros desaparecen. Es banal. Existe otro personaje destinado a encarnarte.

Entre las azucenas olvidado.

Noche Oscura. San Juan de la Cruz

Claudia Díaz, Villa de Leyva,  agosto 19, 2014