Boris Groys y el espacio topológico del arte

Seis y siete de octubre del año 2016. Borys Groys pasa por Bogotá. Se trataba del personaje invitado a la XVIII Cátedra Internacional de Arte a celebrarse en la Biblioteca del Banco de la República. Me pregunto si su paso fue intempestivo. Si las circunstancias modificaron el acento de ese juego preciso que habría entrado a desglosarse en su perfecto mecanismo de relojería. Pero la lógica implacable del ahora demolió el cuidado de las circunstancias y dio paso al azar.

Interferencias de la política en el espacio topológico del arte

Seis y siete de octubre del año 2016. Borys Groys pasa por Bogotá. Se trataba del personaje invitado a la XVIII Cátedra Internacional de Arte a celebrarse en la Biblioteca del Banco de la República. Me pregunto si su paso fue intempestivo. Si las circunstancias modificaron el acento de ese juego preciso que habría entrado a desglosarse en su perfecto mecanismo de relojería. Pero la lógica implacable del ahora demolió el cuidado de las circunstancias y dio paso al azar. A lo imprevisto. Aquí se jugaban los últimos estertores de lo que la política sigue llamando nominalmente como Democracia, esa idea que alimenta el convencimiento general de que por fortuna continuamos siendo la más antigua Democracia de Latinoamérica. Todavía viva. Todavía en ejercicio. Por esos días de Groys.  De su arribo a Bogotá se vivía ese enrarecido ambiente del fracaso. Todo habría parecido encaminado hacia la realización de un protocolo del triunfo. Los Acuerdos de Paz con las Farc se habían firmado, el plebiscito por una paz estable y duradera habría ratificado esa paz política celebrada abiertamente por el ciudadano en ejercicio. El filósofo y  su paso por nuestra Democracia celebrarían la posibilidad de un arte que se hacía factible en su aparecer del aquí y ahora de la instalación. Y que culminaría de manera ejemplificante con una Plaza de Bolívar  cubierta por el blanco de los cientos  de pedazos de tela que  rememorarían en la ceniza, los nombres de las víctimas de nuestra guerra interminable. La paz de los ausentes Instalada por Doris Salcedo.  Sumando Ausencias, la tela cosida con los nombres escritos con ceniza celebraría esa paz. La haría factible  y contemporánea nuestra.  Esa tela anticiparía las glorias de un presidente que se catapultaba en la más reciente historia de los procesos de paz del convulso mundo reciente y que recibiría como medalla al mérito y al reconocimiento de sus esfuerzos y de los esfuerzos de un país,  el Premio Nobel de Paz. Pero sucedió lo imprevisto y se abrió una grieta en el guión acordado. Se abrió paso abruptamente con una serie de acciones discordantes y discontinuas que hacían pedazos el programa original.  Y fue así como la lógica política dio paso al error, a la fisura que permite observar de manera directa las entrañas de esa Democracia. El tema de la cátedra habría sido contundente. “El museo contemporáneo entre la colección y la instalación”. Así mismo la política con los Acuerdos de Paz y la ratificación de su implantación con el triunfo aplastante del plebiscito habría demostrado la salud de  esa Democracia  que además contaría con la posibilidad de renovar un estado de cosas que por tantos años había desdibujado el suceder de su curso normal. De esa misma manera el Arte Contemporáneo encarnado en la tela de los olvidados de Doris Salcedo entraría a modificar nuestra concepción de espacio artístico y de las posibilidades de contemplación de ese espacio y de lo que en él podría acontecer en esa inminencia condensada y convocada por la instalación. Arte y Democracia en suma habrían hecho factibles el principio rector que las anima. La participación. La relación de los ciudadanos. El fracaso en cambio nos llevó a la calle. Una vez más el arte vendría a conjurar la decepción. Algo parecido al ansia de un júbilo. De esa lozanía de un deseo de liberación. Entonces nos fuimos convenciendo y soñamos que la barricada se levantaba y que ondeaba la bandera tricolor mientras jóvenes ingenuos entonaban el regreso triunfal de esa sed de revolución. En la plaza.

dorisplaza

Tendríamos que comenzar a aceptar que algo así como El arte sucede, a pesar nuestro. Es decir. Algo sucede más allá de una voluntad. La de un artista, la de un crítico o la de un curador. El arte sucede. Pero también podría haber dejado de suceder. A pesar de nuestro parecer sobre un permanente poder referirse a algo llamado arte.

Quizá el proyecto de una presencia del arte, de un arte que finalmente se hace presente, tal como Boris Groys afirma es la definición de Arte Contemporáneo, sea sólo la suposición o la enunciación de algo que tendría que suceder, por definición, quizá por unas ciertas condiciones de la época presente, o porque podría predecirse que algo así como la presencia presente de algo que se espera y que se quiere, se realiza en el espacio, en un determinado espacio. Toda definición y expectativa pareciera apuntaba en esa dirección. Porque tendríamos que preguntarnos si ese presente finalmente se ha hecho posible como pensamiento de un arte que se pone de manifiesto como presente, un presente en tanto tiene la conciencia de presentarse como haciéndose presente. O sigue siendo una espera, una espera de un arte que finalmente nunca alcanza esa posición de ser presente. Y en esto habría una distancia con las posibilidades de presentación que habrían tenido tanto el Arte Moderno como el Arte Posmoderno en relación a ese presente, del que definitivamente se distancian.

La pregunta es si es posible que algo así como el presente de un arte se haga presente.

Podríamos pensar que un arte mediado por un aparato de producción curatorial es un arte inerme, desprovisto de cualquier territorio en tanto está a la espera de una mediación que pueda agenciar ese territorio.

Su posibilidad de hacerse presente está en directa relación con esa mediación, en cierto modo la mediación es su capacidad de hacerse territorio, la obra flota en el singular vacío de la espera de mediación. Así, es un inexistente, porque ese presente del arte en espera de sí, es apenas la espera de una gestión por venir.

La operación de reterritorialización o dislocación de la obra sucede en el espacio topológico del Arte Contemporáneo. Es la tesis de Groys. Esa potenciación es posible gracias a ese espacio, pero dadas ciertas condiciones que hacen posible ese paso. La producción del original puede hacerse gracias a la instalación como técnica de relocalización topológica de la obra como original. La instalación sería así  el reverso de la reproducción. La originalidad de la obra se establecería a través de su inscripción topológica.  Instalada la obra restaura su originalidad, su aura. Y su espacio es precisamente el de ser gracias a ese espacio topológico. En el Arte Moderno en cambio,  la pérdida del contexto en cuanto espacio único y fijo de la obra significaba su pérdida definitiva del aura.

Esa nueva auratización de la obra por la técnica de la instalación en el Arte Contemporáneo supondría la posibilidad de hacerse presente en un aquí ahora. Ese aparecer sería la instalación como posibilidad de efectivamente hacer surgir de nuevo en la obra su posibilidad aurática, en tanto encuentra y hace posible la posibilidad de ser vista otra vez en un espacio que hace factible esa aura. Se trata de una copia que deviene original precisamente por un contexto dado, por una decisión que puede tomarse en un contexto dado. Una decisión presente. Contemporánea. Y ese contexto lo da la instalación. Lo da el espacio topológico del Arte Contemporáneo.

El Arte Contemporáneo trastocaría toda la idea de contexto. A partir de esa manera de entender el Arte Contemporáneo como espacio topológico, es decir como el análisis de la posición, de ese arte en el espacio del arte.

La noción de Arte Contemporáneo como espacio topológico, como espacio de la posición, modificaría toda nuestra apreciación de la historia del arte. Modificaría las nociones del arte  desde la noción de contexto.

El Arte Contemporáneo como espacio topológico permite hacer asimilable el Arte Moderno dentro de ese espacio. No sería una cita cultural sino equivaldría al paso de un espacio a otro, del espacio moderno al espacio topológico hecho posible por esa transmutación del contexto en espacio topológico. Podría haber un paso del Arte Moderno al Arte Contemporáneo mediante una transformación continua y reversible, el cuadro y la instalación en ese espacio topológico del Arte Contemporáneo serían lo mismo. Serían iguales por equivalencia topológica. Si se considera como dice Groys que el Arte Contemporáneo es topológico no cabrían distinciones entre Arte Moderno, Arte Posmoderno y Arte Contemporáneo, en ese espacio de la instalación. Serían equivalentes. Una vez han entrado en ese espacio. Visto de esta manera el arte sería una cuestión de posición  desde ese espacio del Arte Contemporáneo. Y en ese espacio el Arte Moderno y el Arte Contemporáneo se harían correspondientes.

Me interesa el momento de esa decisión. El poder que hace que alguien pueda tomar esa decisión.

Porque se trata entonces de poder decidir qué es copia y qué es original, qué es nuevo, etc. Se trata de alguien que decide. Alguien tras la instalación decide incluir una obra, y al incluirla está creando una historia, una manera de ver. El material de la instalación es el espacio mismo. Es un ser en el espacio. Es decir es un ser material. Y puede incluir cualquier cosa. Por definición una instalación es presente, contemporánea. Requerida sin embargo de ese alguien que observa y se relaciona con ella, en un presente. Un observador. Al que llamamos público.  Que al mirarla hace estallar esa iluminación, esa aura. Y así la instalación es mirada. A esa mirada la llamamos práctica de flaneur, siguiendo esa tradición que se remonta a Benjamin, a Baudelaire, a Groys. Técnica de relocalización topológica, técnica que hace que una copia pueda ser otra vez un original, estar en el aquí ahora, pertenecer a un contexto. Un poder verse que significa un tener lugar del aura, alguien que puede verla aquí y ahora.

Pero lo político puede interferir ese espacio y contaminarlo. El espacio topológico no es impoluto, no está exento de la posibilidad de esa irradiación política. No está exento de la mediación. De esa interferencia. En el reverso de esa visión del  aquí y ahora estaría la mediación.

La mediación anula ese estado del aquí y ahora. Anula toda posibilidad de ese espacio topológico. Porque lo rarifica introduciendo un propósito que lo lanza en otra dirección distinta a él mismo. En el tiempo. En la obtención y definición de algo. De servir para algo. De tener que enunciar algo. La posición de la obra instalada por la mediación no está dada por esa posición misma que sería la instalación. Sino ha adquirido esa posición inauténtica que la hace ponerse en esa situación de la mediación. En la situación otra vez de tener que representar algo. Y al tener que representar de nuevo ese advenimiento del aura, de la instalación, estaría abandonando inmediatamente el ser presente, su aquí y ahora. Su originalidad. Su aura. La instalación como técnica no admite la mediación. Sería un contrasentido. Un desconocer el significado de su situarse como espacio topológico.

La mediación interfiere esa técnica aurática de la instalación porque enrarece el aquí y el ahora con su narración. Al hacerla vehículo. Al hacerla portadora de una finalidad. De un sentido. Una cualidad que proyectaría otra vez los contenidos del pasado. Del futuro. Las proyecciones de unos valores e intereses particulares ajenos a la instalación. La mediación trae la política. Destruyendo completamente las posibilidades de ese presente de la instalación. De ese instantáneo comparecer en el aquí y ahora del espacio topológico del arte. Esa energía en cambio queda menguada,  neutralizada por los enunciados y las expectativas de la mediación. Con los compromisos con que la mediación se compromete. Las expectativas políticas y económicas con que la mediación postula la obra en ese escenario de ofertantes públicos de la esfera pública.

Habiendo política desaparece la instalación. El aura. Ese relampagueo del aquí y el ahora. La interferencia de la mediación, en esa certificación de ese hacerse presente del aura a través de la técnica de la instalación, a través de lo contemporáneo, de ese espacio topológico del Arte Contemporáneo, no es nimia. Equivale a trastocar lo topológico. Y trastocándolo estamos otra vez en el Museo, en la Colección. En ese medio de lo que se ha hecho inerte e inoperante, sin ningún poder de irradiación. La mediación, la interferencia de la política. Del arte como lo definitivamente estéril, ha logrado desecar el dinamismo y vivacidad de la instalación.

Algo que se inventó para expresar el dinamismo de la época, de las circunstancias de la época, de ese ir en busca de su aquí y ahora. Perece. Tenemos entonces los restos de un naufragio. El naufragio del dinamismo de la instalación.

La instalación se desintegra cuando se incorpora primero a un entorno mercantil. Y político. Y luego, en un segundo momento, cuando al museificarse es despojada de su manera de estar como un resplandecer de ese presente fulgurante al que ninguna ideología y ningún valor habrían  podido  aprehender.

Si el arte mismo es su política como creación. La mediación, la curaduría, la institución, el mercado, la gestión, vendrían a añadir su propia política. Y sus propios intereses. Y así ese arte reduciría su política a la política de la mediación. Una reducción que significaría sustraerse de sí mismo para jugar su sentido y su valor simbólico al mejor postor.

La probidad del arte, su honestidad, entra en el  juego de la escena artística sólida. Un enunciado con que el arte nacional de nuestro tiempo  se consolida como un producto  para la internacionalización.

 

Claudia Díaz, noviembre 27 del año 2016