Bienal

Fui a Medellín a tragarme mis palabras. Una a una. Antes, sin haber visto este 43 Salón (Inter)Nacional de Artistas –y habiéndome burlado del complejo oculto tras la partícula “Inter”-, estaba de acuerdo con las críticas que se le hicieron a su modelo curatorial. Aunque no dejo de pensar que los cuestionamientos esgrimidos tienen la fuerza suficiente como para mejorar/incrementar/dignificar la presencia de los artistas regionales en eventos de este tipo, las obras estaban ahí para decir otras cosas.

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Al fondo, Fredy Alzate, Geografías deshechas, 2013, Llantas, sonido amplificado. Jardín Botánico de Medellín Joaquín Antonio Uribe. 43 Salón Nacional de Artistas. Locación improvisada. Una fotografía que paga un viaje.

Fui a Medellín a tragarme mis palabras. Una a una. Antes, sin haber visto este 43 Salón (Inter)Nacional de Artistas –y habiéndome burlado del complejo oculto tras la partícula “Inter”-, estaba de acuerdo con las críticas que se le hicieron a su modelo curatorial. Aunque no dejo de pensar que los cuestionamientos esgrimidos tienen la fuerza suficiente como para mejorar/incrementar/dignificar la presencia de los artistas regionales en eventos de este tipo, las obras estaban ahí para decir otras cosas. Por ejemplo, que demostraban unas tesis que no tenían nada que ver con el planteamiento conceptual del evento (una versión desleída del juego del SÍ y el No). Es decir, lo más flojo de este Salón fue su marco de trabajo, hasta tal punto que las obras estaban ahí para apuntar en otra dirección. Y complicar la lectura.

Museo de Arte Moderno de Medellín. Una escultura blanda de grandes dimensiones dominaba la escena con la invitación a introducirse en ella (y dormir, si se podía). En cada nave del museo diversas formas de investigación de materiales, donde los artistas ponían  en juego su resistencia, su maleabilidad y sus usos habituales. La pregunta sobre la posibilidad de existencia de muchas de estas construcciones era el elemento común (“¿por qué no se cae?”, “¿cómo lo hizo?”, “¿qué conjunción tan oportuna”, “a mí nunca se me habría ocurrido que una… y un… pudieran…”, etc). Hubo collares de pitillos, puntillas soldadas para pinchar llantas (de camiones cargados de progreso), cerámicas enormes (altas, más bien), rieles sobre sillas de plástico, patrones de tela impresos, cintas rojas y negras que se podían manipular.  Cáscaras de huevo pintadas de colores puestas sobre un volumen de paja. Muchas piezas de tela de una misma persona junto a un ventilador lo suficientemente pegado a una pared como para romper su estuco. Papas que producían energía. Y letreros pintados que conminaban a la desesperanza. También dos videos que mostraban un ritual de iniciación (más relacionado con una temática indigenista que con la reflexión matérica).

Museo de Antioquia. Obras que se ubicaban entre el homenaje a la naturaleza artificial, el empleo de la sobreabundancia y la contaminación y nuevos modos de asimilación cultural. Es decir, ni saber ni desconocer. En este lugar, la pieza dominante se encontraba oculta tras una puerta apta para mi baja estatura: una pared de ladrillos de concreto crudo, que se podía rodear mientras la luz que la iluminaba se encendía y se apagaba. Acumulaciones de dibujo sutil (no podía faltar), performances que se toman muy, muy, muy en serio, columnas de faldas y dos excelentes esculturas. Es decir, esta y esta. Videos de reclutamiento y heavy metal Kuna. Tapetes de barro. Tallas de caza. Medicina alternativa. Obras participativas.

En la Casa del Encuentro un video espeluznante, una máquina de tortura, un tríptico primoroso, más paredes. Una fábula escultórica.

En el Edificio Antioquia una proeza de adaptación del lugar. Punto para la producción. Obras articuladas en torno a la destrucción controlada. Recordé esa escuela de pintores de ruinas que proliferó entre los siglos XVI y XIX. No lugar a la esperanza. Su reemplazo por el fracaso como combustible poético. Una nave espacial precarizada en caída libre, una amplia y versátil sala de reuniones, una pancarta del otro mundo, muebles en equilibrio (con su correspondiente identificación de procedencia), dibujos instalados y diarios, guitarras y graffiti pornográficos.

Jardín Botánico. Entrada gratis. Obras tridimensionales insertas en el contexto. Integración con el paisaje. Relación directa con los espectadores. No masa, ni audiencia: personas que van, miran, tocan, les sacan fotos y se sacan fotos delante de ellas. Ni relacionales ni comunitarias. Objetos para aprovechar como lo que son: hitos en el espacio.

Página web: el link más útil y con menos visibilidad de todo el contenido. Dominado por fotos de manos haciendo sombras. Horas recorriendo la alianza Salón Nacional-Universes in Universe.

Creo que de eso se trataba. En últimas, una buena exposición con título confundido, excelentes obras, intervenciones coherentes en el espacio público, altas tasas de participación y una ciudad que debería volver a tener su Bienal de arte –una capital que es la más y mejor en todo lo que se pueda imaginar y, por añadidura, no teme a la sobreactuación. Bienvenida la Bienal Nacional de Artistas en Medellín, su clima e infraestructura son de lo mejor con lo que cuenta el panorama institucional colombiano, hay que saber aprovecharlo y no, por favor, con una feria de arte.

 

–Guillermo Vanegas