Bicentenario Y Artistas, Arte E Independencia (parte 1)

Al final del boletín de prensa de la Expedición del Bicentenario Gritos que cambiaron la historia se afirmaba que el “resultado de esta exploración histórica dará como resultado un conjunto de obras que se expondrán en Bogotá el marco de la celebración del Bicentenario de la Independencia en el 2010. Un regalo de los artistas Bogotá a esta celebración nacional.” El “regalo” fue una decepción. Calderón y Comba dijeron que el montaje de la exposición era bastante precario y que a pesar de que durante la expedición si había recursos para llevar a los acompañantes, al momento de pedir ayudas para terminar sus obras, los artistas recibieron un magro apoyo, apenas un dinero para unas impresiones, el préstamo de unos videoproyectores y unos televisores…

1. “¡Usted no sabe quien soy yo!”

 

“¿Quieres hacer plata conmigo malparido?”, le dice José David, un niño-hombre que flota en medio del río Magdalena al camarógrafo que lo filma a corta distancia; luego, el niño-hombre que flota con botellas que recicla entre la basura del río le arroja fango a la cámara, ahí termina el video.

Al comienzo de la filmación, antes de meterse al agua, se oye un diálogo en que el niño y otro compañero hablan de su pueblo ribereño y de cómo ahí todos los visitantes que llegan son “malparidos blancos hijueputas”. El camarógrafo no les filma la cara al par de impúberes, apenas los conoce, escoge filmar el suelo como señal no invasiva de respeto, un humilde gesto de reflexión del que filma. Se meten al agua, la cámara registra por momentos el fondo turbio, los tres personajes flotan con las botellas recicladas y el paseo finaliza antes de llegar al punto donde se vierte la mierda del pueblo al cause del río, es ahí donde el viaje termina y el niño-hombre suelta su rabiosa y aguda proposición.

Esto fue José David, uno de los videos breves que presentó el artista Elkin Calderon el viernes 13 de agosto pasado en la Fería del Libro en el Pabellón del Bicentenario, en una de las tertulias programadas en el “Café Bicentenario” en medio de ese parque temático organizado por la Alcaldía Mayor de Bogotá para estar a tono con el “invitado de honor” de la Cámara del Libro para este año: el “Bicentenario de la Independencia”.

No es casual que la palabra “bicentenario” se repita una y otra vez. Este año esa conjunción ha sido el “ábrete sésamo” de la gestión cultural: cualquier proyecto parece posible siempre y cuando se le meta “bicentenario”, y además, si a esto se le suma la palabra “artistas”, la gesta parece estar garantizada y ante tan oportuna alegría discursiva la boca de la cueva presupuestal queda jetiabierta, se descubre el tesoro y todo está listo para la ejecución presupuestal.

El año pasado ya hubo un abrebocas de esta situación cuando el 20 de julio la Alcaldía Mayor de Bogotá, para celebrar la independencia, se puso a echar globos en la ciudad y el poeta William Ospina, miembro del comité asesor, justificó el acto diciendo que “los globos son suficiente símbolo de fiesta, de lo que pueden el ingenio humano, y su capacidad de superar las limitaciones y de soñar con libertad.” Pero no eran “suficiente símbolo” y tocó invitar a “24 de los más importantes artistas plásticos de hoy” para que fuera suficiente. El resultado fue un fotogénico ballet de globos por algunas zonas de la ciudad, sobre todo del norte y hacia el norte, y unas insuficientes “curitas” donde iban estampadas las imágenes hechas por los artistas: en cinco millones de pesos valoró la Alcaldía la reflexión invisible de cada artista y el costo por los globos, financiados por la empresa pública y privada, fue de 3.500 millones de pesos. Para este año el poeta Ospina había prometido que iban a hacer entrar la Bogotá “al ejército libertador, esculpido en barro”, una emulación de los guerreros de Xian hechos en barro de Ráquira, pero la posible embarrada artesanal se quedó en arte conceptual.

Tal vez a la Alcaldía le quedó sonando esto de asesorarse de poetas y por eso la Secretaría de Recreación y Deporte contrató, vía la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, a otra musa, a la poeta Ana Mercedes Vivas y a su empresa Comunicaciones Vivas para que se cranearan algo. Ella salió con una expedición “multimodal” por el Río Magdalena, a bordo de un “barco creativo” cargado de “artistas, seleccionados por convocatoria pública, que desarrollarán un proyecto artístico alrededor el río y la celebración del Bicentenario”. La nave también iría cargada de “historiadores” y “representantes de algunas áreas artísticas que han desarrollado proyectos sobre los procesos de independencia”.

A la poeta Vivas se le hizo un contrato inicial de 50 millones que se modificó hasta llegar a 74 millones de pesos para que se encargara de ofrecer los “servicios para realizar el desarrollo del documento de venta, promoción, consecución de asociados, consecución de patrocinadores y proceso de acompañamiento en comunicaciones antes y durante la realización de la Expedición artística del Bicentenario (unir los dos gritos de independencia de Mompox a Bogotá)”. La poeta Vivas fue quien también moderó la tertulia con Elkin Calderon en el Café Bicentenario. Los acompañaba el historiador Giovanni di Filippo que hizo una larga y atractiva digresión sobre el río Magdalena, el correo oral de los bogas y algunos movimientos de independencia, como el de Cartagena, que actuaron con independencia de la independencia centralista de Santa Fe.

La poeta Vivas dijo en su introducción a la tertulia que la expedición era “un símbolo de reflexión multicultural que nos permite trazar la relectura de lo que fue la independencia”,  y no dudo en autocalificar su gesta cultural de empresa “titánica”, afirmó que había pasado nueves meses junto al historiador Carlos José Reyes empapándose de historia.

Elkin Calderon mostró ese día otro video llamado Perrita Criolla. Contó que lo había filmado en Barrancabermeja, al atardecer, a solas mientras el resto de la comitiva cultural pasaba la tarde con el Gobernador Horacio Serpa que según la agenda iba a conversar sobre “los gritos sociales y movimientos comuneros”. Calderón, menos gregario, prefirió ir al río y ahí se encontró con otro tipo de gritos y movimientos: en la orilla filmó un grupo de perros, dos de ellos pegados por la cola, que se contoneaban, luego, en la edición, sumó al video un audio escogido para amenizar ese perreo: la canción Río Magdalena, interpretada en inglés por Lyda Zamora, un alusión cáustica pero guapachosa a la sodoma imperialista y al vasallaje nacional, un tonada bastante apropiada para una tierra de fálos petroleros y bases militares colombianas y extranjeras.

Calderón condimentó sus proyecciones con breves reflexiones sobre el viaje, destacó el orden, la logística, los cronogramas, la organización, pero manifestó dudas sobre la comitiva acompañante donde no solo había artistas junto al historiador di Filippo sino una serie de personas que daban cuenta de la realidad “multimodal” de la expedición: la directora de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, su secretaria, el Gerente de Artes Plásticas, el Gerente de Audiovisuales, el encargado de exposiciones, el encargado de literatura, la jefe de prensa, el fotógrafo oficial, dos representantes de la filarmónica, un jurado de selección, una curadora alemana, una documentalista, un recreacionista cultural, un periodista de Canal Capital y su camarógrafo, un costeño que nadie supo quién era o que representaba (tal vez a la costa) y, finalmente, dos asistentes de Comunicaciones Vivas junto a su jefa, la poeta Vivas.

Calderón destacó la iniciativa de viajar por el río, la experiencia, la convocatoria abierta para participar, pero señaló que la andanada de eventos sociales y el paracaidismo cultural al que fueron sometidos durante los siete días de la expedición mostraba un escaso conocimiento de las condiciones para crear y hacer pública su producción (además de verle los bigotes a Serpa, asistieron a un homenaje a la fuerza a un homenaje a la Fuerza Aérea en la base militar de Palenquero y a un ágape con la alcaldesa de Cartagena). En vez de cócteles y salpicones culturales con la oficialidad de cada puerto un artista necesita de tiempo para vagar, mirar y comprender; en vez de asistir a eventos coreográficos donde las comunidades hacen gala solemne de su autoexotismo ante los ilustres visitantes, la expedición necesitaba de muestras itinerantes que le mostraran a los habitantes de esos lugares lo que los artistas habían hecho luego de la visita, un contacto posterior, a pesar de nueve meses de planeación y preproducción, se pensó en el rodaje pero poca cabeza se le echó a la postproducción.

“¿Quieres hacer plata conmigo malparido?”, el eco de la pregunta de José David, resaltada por Calderón, molestó a la poeta Vivas, que recurrió al sentimentalismo lírico para menguar la crítica. Ella afirmó que cada comunidad habló, que “las ciudades dijeron”, que por ejemplo todos habían podido ver como Barrancabermeja era “la tierra de la pollera colorá” y concluyó que ellos, todos los miembros de la expedición, habían “pagado la deuda” y que en términos de cumplimiento no había nada más que objetar. Además, ante algunas inquietudes de Jaime Leonardo Comba, uno de los artistas que participó, que estaba entre el público, que dijo haber disfrutado del viaje pero que le faltaron recursos para terminar su proyecto Tras las ondas del Mohán, la poeta Vivas le pidió que por respeto al público asistente no discutieran esos pormenores del asunto y le dijo: “espero que hayas encontrado al Mohán”.

Al final del boletín de prensa de la Expedición del Bicentenario Gritos que cambiaron la historia se afirmaba que el “resultado de esta exploración histórica dará como resultado un conjunto de obras que se expondrán en Bogotá el marco de la celebración del Bicentenario de la Independencia en el 2010. Un regalo de los artistas Bogotá a esta celebración nacional.” El “regalo” fue una decepción. Calderón y Comba dijeron que el montaje de la exposición era bastante precario y que a pesar de que durante la expedición si había recursos para llevar a los acompañantes, al momento de pedir ayudas para terminar sus obras, los artistas recibieron un magro apoyo, apenas un dinero para unas impresiones, el préstamo de unos videoproyectores y unos televisores.  Esto hizo que muchos de los participantes se resignaran a mostrar un boceto de lo que pudo haber sido, otros no exhibieron, aparte de la experiencia, no tenían nada que mostrar. Tal vez por eso mostrar el “regalo” que prometía el boletín de prensa o las “obligaciones” que exigía el contrato firmado por los artistas, se volvió opcional, bajo estas condiciones no era mucho lo que la institución podía exigir. La exhibición del “regalo” quedó para más tarde, por cuenta y riesgo de cada uno.

En ese momento hizo su intervención en la tertulia un funcionario de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, el encargado de exposiciones que había estado en la travesía; acepto que había problemas de coordinación en el montaje pero intentó justificar la abortada exposición, el reguero de propuestas inconclusas en un maltrecho corredor, con el sofisma de que “la indignidad” de las “condiciones museales” hace “que las obras buenas se defiendan solas”, además afirmó que ellos habían cumplido con alquilar los videoproyectores. Alguien entre el público afirmó que eso era lo mínimo, pero la poeta Vivas, micrófono en mano, moderó y repitió que “por respeto al público” dejaran de lado esas discusiones y que lo importante era que la expedición “había pagado la deuda” con todos, con las comunidades y con los artistas convocados.

Una vez terminó la charla, alguien del público se acercó a la poeta Vivas y la felicitó comedidamente pero no sin ironía por “haber pagado la deuda”, en ese momento, la contratista del erario público, la que firmó el contrato por los 74 millones de pesos, perdió la compostura y decidió lanzar su grito de independencia. La poeta Vivas salió con una frase que merecía otro video de Elkin Calderón, una expresión que muestra como a pesar del bicentenario y de mucha “reflexión” y “relectura”, es poco lo que ha cambiado en la mentalidad de muchos criollos ilustrados que hace 200 años dependían de la corona real y que ahora son vasallos del clientelismo cultural de la administración de turno. La poeta Vivas le gritó amenazante al miembro del público: “¡Usted no sabe quien soy yo!”, y muy “independiente” se fue.

(Publicado en Periódico Arteria #25)