Beatriz gonzález interviene los columbarios del Cementerio Central

En los columbarios del Cementerio Central de Bogotá, la artista Beatriz González ha cubierto los tenebrosos, solitarios y abandonados nichos de los NN con dibujos que invitan a acercarse. Al hacerlo se observan las figuras de cargueros, pero no de aquellos que durante el siglo XIX transportaban gente por trochas y precipicios. Los cargueros del presente cargan muertos.

Los temas de la artista bumanguesa siempre han detonado por alguna nota de prensa y este, titulado Auras anónimas, no es la excepción. En 2003, el proyecto de erradicación manual de plantas de coca en Vistahermosa (Meta) parecía un buen ejemplo de trabajo mancomunado entre campesinos y combatientes reinsertados, pero todo se vino abajo cuando fueron asesinados por la guerrilla. Solo un grupo de hombres se resistió al miedo y fue a buscar sus restos desperdigados.

Esa imagen, captada por la prensa, movió las entrañas de González, quien de ahí en adelante se dedicó a dibujarlos y convertirlos en íconos del presente de Colombia.

Los dibujos de estos hombres que cargan la muerte hoy decoran 9.000 lápidas olvidadas en el ‘cementerio de los pobres’ y restituyen su memoria. «Que sean tantos tiene una intención ¿explica la artista¿: en este país hay que repetir las cosas mil veces, pero con ojos de presente y no de pasado». Y es que para ella es muy distinto hacer un parque con estatuas neoclásicas, que no apelan a la memoria colectiva pues nadie puede reconocerse en ellas, a hacerlo con una imagen que es símbolo de una época triste y que no le es ajena a los colombianos.

Eso fue lo que, de hecho, ocurrió con el dibujo que hizo de la líder comunitaria Yolanda Izquierdo, basado en una foto que le fue tomada por un periodista mientras denunciaba el despojo de sus tierras. La gente intervino la obra, se apropió de ella, la volvió símbolo de una tragedia. «En lugar de morir en la basura luego de ser leía en el periódico, esa imagen, esta noticia, adquirió otra dimensión y se fue a otros ambientes más amplios ¿recalca González¿. Más que el artista como persona, es la obra la que resuena».

La doble faz

Pero más allá de ser un trabajo de arte público de dimensiones monumentales, Auras anónimas marca el final de un capítulo de la larga puja entre quienes buscan la conservación de los columbarios y quienes pretenden demolerlos para levantar un parque de recreación pasiva, destino idéntico al que corrió el costado occidental del cementerio, hoy convertido en el Parque del Renacimiento.

El tema se remonta a 2002, cuando ya habían sido retirados los restos humanos que quedaban y se había decretado que la estructura no sería más un cementerio. El cambio de uso dio origen a discusiones acaloradas entre funcionarios de la Administración Distrital y académicos, artistas y profesionales de patrimonio.

Los primeros decían que había que mirar la ciudad con ojos de progreso, aducían la debilidad de la estructura y seguían la recomendación del arquitecto Rogelio Salmona de demoler los columbarios porque carecían de valor arquitectónico y dejar solo los techos dentro de un parque. Los otros, por su parte, replicaban que no era admisible borrar de esa manera el pasado y argumentaban que bastaba reforzar la estructura para mantenerla en pie. Al final, fueron tumbados dos columbarios. Hoy sobreviven cuatro.

Indignada por la forma como el gobierno local pretendía arrasar con la memoria, la artista Doris Salcedo propuso destinar esa parte del cementerio a intervenciones artísticas que duraran de dos a tres años e invitaran a la reflexión. La idea tuvo gran acogida al comienzo, pero se fue diluyendo con el paso de los días. El único que realmente hizo algo artístico en dichas estructuras fue el entonces alcalde Antanas Mockus, quien escribió una frase que acompañó a los bogotanos por años: «La vida es sagrada».

De modo que los columbarios quedaron abandonados, se llenaron de pasto y se convirtieron en morada esporádica de uno que otro habitante de la calle. Incluso dieron origen a la leyenda de que había un hombre de negro que los cuidaba de forma espectral.

Un problema estructural

Sin embargo, la proximidad del Bicentenario de la Independencia ha inclinado el debate a favor de quienes quieren conservar las estructuras.

Conectada con la tendencia mundial de hacer monumentos que recuerden a las víctimas de las guerras y de los regímenes autoritarios, la Secretaría de Gobierno convocó a un concurso arquitectónico para construir allí el Centro del Bicentenario para la Memoria, la Paz y la Reconciliación. El ganador fue el arquitecto Juan Pablo Ortiz, quien diseñó un edificio que se levantará al lado de los columbarios, se incrustará en la tierra y penetrará las entrañas de un lugar que está lleno de memoria de la ciudad.

Según el director del centro, Camilo González Posso, es importante que este lugar sea reconocido e identificado como espacio de memoria y reflexión: «No puede olvidarse que allí fueron enterradas muchas personas por más de un siglo. Lo que queremos hacer no es invocar la tragedia, sino dignificar la memoria de los que se fueron».

Para él, la discusión técnica de si las bóvedas pueden soportar el peso de los años es un asunto que le concierne a la ingeniería y tiene fácil solución. «Desde la perspectiva de memoria es importante que queden bóvedas allí, y no solo hacer unos techos con columnas, que es lo que muchos pretenden ¿añade González Posso¿. Yo diría que si hay una tensión entre técnica y memoria, debe primar la memoria».

Una opinión plenamente compartida por Beatriz González, que de hecho la motivó a participar e inaugurar el proyecto. «La presencia de la muerte exige una ceremonia ¿puntualiza la artista¿. Querer borrarla de la memoria colectiva es ir en contra del ser humano que necesita preservar el recuerdo de sus muertos». Después de todo, piensa González, una ciudad que pierde sus lugares ceremoniales es una ciudad que borra su pasado. De allí la importancia de reiterar su existencia e importancia. Su obra en el Cementerio Central demuestra que, al menos por ahora, le han dado la razón.


Dominique Rodriguez / Cambio