Barbecho

Si todo (le) sale bien (al gobierno de Juan Santos), a finales de marzo se firmará el fin de la guerra civil colombiana. (En teoría) se recuperará la esperanza y comenzaremos a preocuparnos por otros problemas: inequidad (ajá), destrucción de ecosistemas (ajá), corrupción (ajá), desempleo estructural (ajá). Nos desbordaremos de arte postconflictivo y miles de comunidades serán revictimizadas por artistas (indolentes) armados, valga la expresión, de cámaras fotográficas (o sus sucedáneos portátiles), billetes para aplacar a los menos dóciles, buenas intenciones y toneladas de autojustificación (jurados de cualquier premio, prepárense).

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Gabriela Pinilla, Yarumales. De izquierda a derecha: Antonio Duque Alvarez, delegado del gobierno, Antonio Navarro y Carlos Pizarro, representantes del M -19, Bernardo Ramírez, delegado del gobierno y Álvaro Fayad, M19. El Ramo de olivo que no germinó. Galería Valenzuela Klenner, 18 de noviembre 2015 – 13 de febrero 2016, Bogotá.

Si todo (le) sale bien (al gobierno de Juan Santos), a finales de marzo se firmará el fin de la guerra civil colombiana. (En teoría) se recuperará la esperanza y comenzaremos a preocuparnos por otros problemas: inequidad (ajá), destrucción de ecosistemas (ajá), corrupción (ajá), desempleo estructural (ajá). Nos desbordaremos de arte postconflictivo y miles de comunidades serán revictimizadas por artistas (indolentes) armados, valga la expreisón, de cámaras fotográficas (o sus sucedáneos portátiles), billetes para aplacar a los menos dóciles, buenas intenciones y toneladas de autojustificación (jurados de cualquier premio, prepárense). La historia seguirá siendo contada con el mismo enfoque. (Como siempre) el consenso será moneda corriente entre medios de comunicación, directorios políticos y opinadores. Todos reconocerán que hubo bandos, pero omitirán progresivamente los nombres hasta que terminemos por creer que todo salió de la mente chueca de alguien que se defendía de algo con motosierras de alguna marca, fin.

Gabriela Pinilla viene pensando hace bastante tiempo en este problema y para oponérsele ha fabricado máquinas del tiempo: fanzines biográficos (Camilo Torres, María Cano), novelas gráficas + animación (Barrio Policarpa, en Bogotá). Sin desprenderse del lenguaje de las publicaciones de propaganda revolucionaria (ilustración figurativa, iconografías, relato de hechos memorables, elusión del minimalismo o la abstracción) presenta la última etapa de su proyecto, esta vez en forma de óleos sobre cobre sobre pared pintada de azul cielo. Añade manualidad a la investigación para ofrecer puntos de vista sobre acontecimientos cuyo estudio solemos dejar en manos de académicos y/o periodistas.

Ahora presenta el cuarto informe de avance respecto al conflicto local, organizado en un proyecto de largo aliento denominado La Venganza de la historia. Comienza en el desastre sociopolítico que significó la muerte de Jorge Eliécer Gaitán más el asesinato de dos representantes liberales a la Cámara en 1949, y termina en la desmovilización del M-19 en 1990 y la firma de la Constituyente de 1991. Organiza entonces series de retratos a partir de imágenes tomadas en prensa e investigación de archivo, para repintarlas en el lenguaje deliberadamente ingenuo de esa tradición de pintoras colombianas que ponen un pie en el dominio técnico de la pintura y otro en la documentación histórica. Junto con Débora Arango, la Beatriz González de las pinturas valiosas y Ethel Gilmour, Pinilla continúa esa tradición añadiéndole más sinceridad que erudición solapada de critica política.

En este caso, publicó tres cartillas con coplas dedicadas a cada una de las etapas en que dividió su indagación: “Guadalupe Salcedo y los Guerrilleros del llano”, “El M-19 y las amnistías del gobierno colombiano” y “El movimiento armado Quintín Lame”. Allí presenta su posición personal sobre el devenir político del país sin temor a perder objetividad. A diferencia de aquellos periodistas ultraobjetivos que nos alegran las mañanas, Pinilla no dice la verdad, sino su versión documentada de una realidad no tenida en cuenta. Como sabe que la mayoría de nosotros ignora casi todo sobre el conflicto, nos tiende la mano. Entonces, más que burlarse de que no sepamos quiénes están ahí, qué hacían en el momento de ser retratados, a qué organización pertenecían, qué loguitos diseñaron o si instrumentalizaron la presencia femenina en sus filas, nos dice mejor que quienes hicieron la guerra en algún momento seguían objetivos superiores (que divulgaban bastante), cometían errores (que reconocían poco), se comprometieron en acuerdos públicos y fallecieron (casi todos más bien pronto). Y nos los describe: grupos de campesinos armados, guerrilleros intelectuales, presidente-poetas pusilánimes, pocas mujeres.

El asunto se complica un poco cuando opta por decorar el montaje de los cuadros con una capa más de sentido a un discurso suficientemente cargado. El mural escenográfico distrae de lo demás, de lo verdaderamente importante, de la relación imagen-texto que marca desde el principio. Mejor hubiera puesto sillas.

 

–Guillermo Vanegas