Arte Político Decorativo

Nunca una exposición de arte ha logrado que los espectadores salgan furiosos de un recinto, resueltos a romper vidrieras e incendiar bancos o edificios gubernamentales con la intención de protestar contra las condiciones sociopolíticas en las que vivimos. Nunca un coleccionista de arte político ha dejado de comprar una pieza para, con ese dinero, financiar algún tipo de revolución que resulte provechosa para quienes padecen. Ningún pobre tiene, decorando las paredes de su casa, un Miguel Ángel Rojas o un Doris Salcedo. Jamás algún sobreviviente de una masacre ha visto en el arte el bálsamo para enjugar sus heridas; algunos, tal vez mutilados en combate o por la acción de una mina, se dedican a pintar tarjetas navideñas o paisajes con la boca o con el pie, buscando recoger algo de dinero, pero ese es otro asunto.

Una buena parte, cada día más grande, de artistas en Colombia, aborda en su práctica profesional temas políticos o, más bien, politizados: en sus obras hablan de violencia, de miseria, de muerte y desplazamiento, de corrupción política y de narcotráfico. Critican al Estado y a los actores armados; rechazan la cultura traqueta y señalan el estado de corrupción moral en el que ha caído el país, haciendo las veces de emisarios de una supuesta postura ética. Esos son los temas de una exposición de arte promedio en el país y es ese “llamado ético”, de hecho, el eje que estructura la obra de los artistas nacionales de mayor reconocimiento institucional; reconocimiento que va de la mano con el éxito comercial. Los artistas asumen, supongo, que hablar de esos temas les permite considerar su práctica como un espacio de lo político, nutrir su obra con algo de “peso intelectual” y, a la vez, ganar prestigio y vivir con decoro. Lo político vende.

En la práctica, las obras de arte no son más que mercancías listas para el consumo. Mercancías como las que ustedes pueden ver en esta exposición de Lorena Espitia, cuyo título, Arte político decorativo, señala esa doble perspectiva de comercio y militancia, de teoría y decoración, de llamado a la acción y deseos de fama y fortuna mezclados en un espacio que no se ve ni muy homogéneo, ni muy propicio para hablar de esos temas.

Todo parece indicar que la obra de Lorena Espitia ha caído en esa contradicción, que ha empezado a sumergirse en el terreno cenagoso del arte político colombiano. No ha conseguido escapar de esa fascinación por lo “político” y no ha logrado zafarse de un interés por el comercio de su obra. No ha podido hacer unos cuadros feos, con escenas desagradables o con representaciones de muerte y miseria, así que sus piezas tienen un alto valor decorativo, un elegante sentido del gusto. Lo bueno es que, al menos, todo esto ha ocurrido de forma conciente y simultánea en esta exposición.

Lorena sabe a dónde irán a parar sus piezas. Lo sabe, lo acepta y lo dice. Ese es el tema de esta exposición: un recorrido en primera persona por el campo del popular arte político decorativo en Colombia. Un arte no tan popular, no tan político y sí, más bien, decorativo.

Una verdadera politización del arte implicaría pensar en los circuitos de su circulación, en el tipo de diálogo o en la fricción que las obras introducen en el vínculo social. Implicaría pensar en y con las víctimas, para que fueran algo más que una serie de actores naturales que exhiben su miseria para el ojo de artistas y público. Implicaría movilizar los problemas sobre el terreno, y no en los espacios cerrados de las galerías de arte y de las páginas sociales de las revistas de diseño y farándula.

Sin embargo, empezar a hacer conciencia de la situación es quizás el primer paso para que los artistas usen ese espacio de lo político con algo más de pudor, o para que, al menos, la miseria ajena pase de moda en el ámbito artístico pues, como están las cosas, toda esta ola de supuesta politización (que no es más que una estetización de la política, con todos los vínculos fascistas que señala Benjamin al final de “La obra de arte…”) confirmaría que, en este momento, la forma en que se dan la militancia y la denuncia política en manos de los artistas no es más que una lucrativa herramienta para la incorporación de lo político como forma por excelencia de la decoración de interiores: inofensiva, elitista e inútil.

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Víctor Albarracín Llanos*

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* Presentación de la exposición Arte Político Decorativo de Lorena Espitia en la galería Christopher Paschall.

1 comentario

Si la obra no ha logrado eso es, en la mayor parte de los casos, porque el artista no se lo ha propuesto.Cuando por medio de una obra se propone generar este tipo de reacción, esta debe dejar de ser lo que es. Una galeria no es en este momento, no se si lo fué laguna vez, un centro de activación de movimiento social; por lo que influir de manera diferente en la reacción de la gente implica modificar su comprensión y su actitud hacia lo que conocemos como «Arte». Esta actitud acentada en artistas y espectadores seguramente se debe a que mantenemos congelado el Arte y obstinadamente no le permitimos que evolucione, que se rejuvenezca para ponerse acorde con el tiempo, o cuando disfrutamos su mundo ligero, nos va dando modorra y nos quedamos en una apéndice «light» del Arte. En cualquiér caso por comodidad,por placidez y decoro,o porque nos volvemos viejos. Ese Arte Estático o esa apéndice «light» suya, no ha aceptado en su campo, algunas manifestaciones, algunas expresiones, algunas acciones, algunas actuaciones, algunas transmisiones, que de todas formas también dicen,incentivan, tientan e incitan, valiéndose de «otros métodos», de «nuevos experimentos»,corriéndo «otros riesgos», buscando nuevos impactos. Como lo haría el Arte.