arte ingreso seguro

lucasiovinolow

Así como el Ministerio de Agricultura creo el Programa Agro Ingreso Seguro con el objeto de “promover la productividad y competitividad” y  “reducir la desigualdad en el campo y preparar al sector agropecuario para enfrentar el reto de la internacionalización de la economía”, la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, ejecutora del presupuesto de artes plásticas de la Alcaldía de Bogotá, creo “Consonancias”, un programa de residencias artísticas con el “fin de propiciar encuentros, de ampliar y consolidar las relaciones e intercambios” y “fomentar que se establezcan relaciones fuertes entre los artistas y curadores de Brasil y Colombia”. Para esto lanzó una convocatoria pública de “residencias artísticas internacionales” en el año 2008.

Las residencias artísticas son una actividad cada vez más frecuente en el mundillo del arte, son programas que le permiten a los artistas ser unos trotamundos, visitar y residir en ciudades ajenas en un lugar que, por sus condiciones espaciales —un taller— y relacionales —buenos contactos y diálogo—, propicia la creatividad. Es usual que muchos artistas, después de prestar su servicio militar universitario, se dediquen a saltar de una residencia a otra, algunos como tarzanes profesionales pasan de liana en liana sin tocar nunca el suelo, ni la realidad; otros las ven como una oportunidad para concentrarse en un trabajo serio que hace parte integral de su trayectoria. La gran mayoría de residencias son manejadas por organizaciones sin ánimo de lucro que reciben subsidios de fundaciones culturales, son una especie de oenegés del “arte por el arte”. Por lo general, piden “un proyecto de creación para ser desarrollado en alguna de las […] ciudades […] objeto de la […] convocatoria”, como era el caso de la que realizó la Fundación Gilberto Alzate Avendaño para, en este mismo caso, “otorgar diez (10) becas de residencias artísticas de cuatro semanas de duración, en colaboración con la Galería Vermelho y con el Atelie Da Imagen, en las ciudades de Sao Paulo y Rio de Janeiro en Brasil”.

Pero de las diez becas ofrecidas por “Consonancias” solo cinco fueron otorgadas y cuando en enero de este año Andrés Matute, uno de los 39 artistas rechazados, pidió amablemente en un correo una “retroalimentación” sobre la supuesta falta “de solidez formal y conceptual” de su propuesta, su pedido fue respondido por Jorge Jaramillo, funcionario de la institución y también jurado, con un resignado “debemos esperar a ver si responden nuestra solicitud”. Jaramillo se refería a los otros tres jurados que habían participado en la selección: los brasileros Eduardo Bueno Brandao, Patricia Gouvea y la colombiana María Iovino, que no solo participaba como juez sino que era parte del programa: fue la persona contratada por la Fundación Gilberto Alzate Avendaño para “gestionar y realizar un programa internacional de exposiciones y residencias artísticas”.  Iovino, además, había participado con anterioridad en actividades de la Galería Vermelho y también tenía claros vínculos laborales con los cinco artistas seleccionados para las residencias. En marzo, como nunca recibió una respuesta, Matute publicó un texto en esferapública.org titulado “Caso Iovino-alzate-consonancias: ¿corrupción o coincidencias?”. Iovino, algo enardecida, le respondió a Matute en el foro: “usted se expone a una demanda por injuria y por calumnia”, y terminaba, “tranquilícese, malentender también es una forma de comenzar a entender. Sólo tiene que comprender y corregir la distorsión que hace. A veces eso sucede en la cárcel.”

Iovino en su respuesta centró su defensa en la calidad de las propuestas de los artistas seleccionados, sin entrar a detallarlas, y basó su argumentación en la humanidad y trayectoria de los escogidos: “Me declaro orgulloza (sic) de tener un excelente e inteligente diálogo con cada uno de ellos. Lo que ha sucedido con sus carreras después de que he insistido en sus nombres me prueba el acierto de mi señalamiento”. Pero esto no era lo que estaba en cuestión sino una serie de inquietudes que Matute había planteado y que quedaron sin resolver: la inexistencia de actas de selección que justificara con argumentos de valor la disparidad abismal entre los 5 proyectos seleccionados y los 39 rechazados, y el hecho de dejar 5 puestos desiertos; el porqué de escoger una galería privada con un programa de residencias incipiente sobre otros ofrecidos por instituciones sin animo de lucro y con programas de residencias más fundamentados; y otra más, la negación de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño a revelar un presupuesto de los gastos de producción de la convocatoria. La respuesta que obtuvo Matute fue: “El presupuesto de la convocatoria Consonancias fue de $100.000.000 Cien millones de pesos de los cuales se asignaron $50.000.000”.

El asunto quedó ahí pero dejó gran sinsabor: se hizo evidente cómo una acertada política pública, un programa de residencias internacionales y de intercambio para artistas, se ponía al servicio de una gestora cultural y una galería privada; además fue molesto ver cómo un funcionario, Jaramillo, se hacía el de la vista gorda, y un jurado y contratista, Iovino, no tenía el menor problema en amenazar a un ciudadano que buscaba algo de claridad sobre el proceso de asignación de dineros públicos.

Iovino argumentó que la escogencia de los artistas se hizo bajo una criterio de “excelencia” y le decía con sarcasmo a Matute: “Supone usted que Eduardo Brandao, Codirector y Curador de la Galería Vermelho, uno de los espacios dedicados al arte contemporáneo más reconocidos en el mundo en la actualidad, es un estúpido que hace lo que yo le diga”. Además, sobre el “nivel” de la escogencia, decía: “Jorge Jaramillo le podrá atestiguar que fue el propio Eduardo Brandao, después de que hicimos juntos la primera lectura de las propuestas, impresionado por el escaso nivel en diversos aspectos con que se respondió a la convocatoria, quien primero expresó enorme preocupación. Fue muy directo en reiterar su interés en empezar a desarrollar proyectos con Colombia, pero aclarando que su Galería y su proyecto de residencias CISA, se abría a la excelencia. Insistió en que después de haber trabajado tanto tiempo con enorme esfuerzo por defender independencia de pensamiento con excelente nivel, no estaría dispuesto a bajar ni un poco la referencia que había construido.”

Al parecer el programa de residencias “CISA” solo existe en la mente de Iovino y de Brandao (ni siquiera aparece en la página de Internet de la galería). La historia cuenta que en un comienzo la Galería Vermelho pensó en usar parte de sus espacios para ofrecer residencias pero relegó esta área improductiva para hacer productivas exposiciones. Luego tuvo a su alcance una casa vecina a la galería para hacer las “residencias”, pero nunca llegó a un acuerdo concreto con los propietarios que hasta el día de hoy solo alquilan cuartos. Para los artistas colombianos que llegaron a Sao Paulo no hubo acompañamiento y cada uno debió arreglárselas como mejor pudo en base a una incipiente lista de contactos; efectivamente el programa de “residencias” logró “propiciar encuentros”, “ampliar y consolidar las relaciones e intercambios”, pero esto se limitó al trato con taxistas, meseros e improvisados arrendatarios: los artistas “en residencia” vivieron en cuartos arrendados esparcidos por esa megalópolis, piezas en casas y apartamentos de otros artistas (unos amables, otros no tanto). En cuanto al desarrollo de los proyectos propuestos, estos quedaron al libre albedrío pues si las condiciones de alojamiento eran precarias, el espacio para trabajar, concentrarse o dialogar, era incierto.

A la Galería Vermelho y a Iovino lo que pareció importarles desde un comienzo fue que los artistas colombianos hubieran traído en su equipaje las obras para una exposición colectiva “de excelente nivel” que estaba planeada de antemano y que incluía el trabajo de otros 13 artistas colombianos, una muestra que estuviera a la altura de la alta “referencia” que la galería “había construido”. Esta intención se refuerza con un “mico” que estaba colgado desde el comienzo en el texto base: “Entre los artistas que atiendan esta convocatoria se seleccionarán participantes en el Programa de exposiciones. Así mismo, podrá recomendar la inclusión de concursantes no seleccionados para las residencias en las exposiciones que surjan del intercambio entre los dos países.” (y efectivamente incluyeron a 13 artistas adicionales). A la luz de estas astucias, se vio que las tales “residencias” eran solo una fachada altruista, lo que importó desde el comienzo fue “realizar un programa internacional de exposiciones”, esto era explícito en el contrato de Iovino con la Fundación Gilberto Alzate Avendaño pero apenas era mencionado en la convocatoria de “Consonancias”. Es revelador el nombre que le dio Iovino a su exposición: “Asimetrías y Convergencias», pues la verdad, en lo de las “residencias” hubo bastante de “asimetría” en la escogencia y desarrollo, a la vez que se dio una gran “convergencia” de intereses y exclusión. Y para más asimetrías basta leer el texto de Iovino para la exposición, un pastiche de generalizaciones, que revela que la gestora puede tener un buen gusto adquirido pero a la hora de traducir imágenes a palabras pela el cobre con su descuidada y sosa redacción, un fragmento: “La información es múltiple e inabordable en todos los campos, mientras paralelamente aumentan a diario las posibilidades de generar imagen y texto, así como los canales a través de los cuales ello se puede hacer. En un panorama como éstos, dejó de entenderse lo fundamental e inclusive, la misma lógica de las cientos de propuestas que surgen a diario. Entretanto, ganó lugar un hábito ingenuo con la sobreabundancia, en el que es inevitable que reinen la confusión y el desconcierto, y en consecuencia, el extravío.” Efectivamente, la palabra es “extravío”, la redacción de los textos de Iovino da cuenta involuntaria de eso mismo.

“Asimetrías y Convergencias» fue abierta en septiembre con algún impacto, la inauguración salió registrada en Vogue Brasil, ahí se ve a algunos de los artistas y a la curadora, ella parece estar contenta y tenía razones para estarlo: en términos sociales el programa “Consonancias” funcionó, la galería comercial se benefició de un subsidio del estado colombiano para posicionar su marca, la gestora cultural Iovino sumó una exposición más a su hoja de vida y los funcionarios de Fundación Gilberto Alzate Avendaño sumaron un indicador más a su informe de gestión (“Artistas bogotanos exponen en Brasil” fue como la institución publicitó la gesta). Y los artistas que hicieron uso de este subsidio pudieron bajarse a Brasil, pasar un mes en Sao Paulo, sumar una experiencia más a su fugaz carrera y asistir a una inauguración donde algunos espontáneos asomaron a ver a sus “coleguinhas latinos”. Este grupo de artistas colombianos pueden ser muy críticos en sus obras pero no harán públicas las críticas que tuvieron sobre la “residencia” o sobre la incomodidad de sentirse usados, saben que uno no muerde la mano que lo alimenta, así el alimento en esta ocasión haya salido de dineros públicos y para que la ropa sucia pudiera ser lavada en casa se dejaran de otorgar subsidios a “extraños”.

Es paradójico, este tipo de programas de asistencia terminan agravando los problemas que intentan resolver, si las quejas en el medio del arte local son su provincianismo, su falta de circulación y oportunidades, su clientelismo, su impostura ética, esta iniciativa incentiva esa percepción y, peor aún, la internacionaliza. Tenemos políticas públicas por un lado pero notorias preferencias por el otro y en aras de una supuesta “excelencia”, o de facilitarle a una galería privada materia prima para su funcionamiento comercial, o de entregarle a una gestora cultural los recursos para coronar su exposición, o de que la Fundación Gilberto Alzate Avendaño lave a punta de cultural la imagen del político Gilberto Alzate Avendaño, se exige, a riesgo de amenazas, una tolerancia inusitada (sobre todo para la crítica). Pero este caso solo involucra cincuenta millones de pesos, más los gastos extra que no quisieron ser revelados, una tormenta en un vaso de agua comparada con la aguas caóticas del mar de las políticas públicas; a fin de cuentas, este es solo el estado del arte. Al final, blindados a toda crítica, todos tan contentos…

Lucas Ospina
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