Arte, drogas & mafia

Como en el deporte, el narcotráfico entró con mucha fuerza al mundo del arte. La gente al principio no le importó y después terminó involucrada en mayor o menor grado con los mafiosos…

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Se acaba de publicar Una línea de polvo. Arte y drogas en Colombia, del crítico Santiago Rueda: el primer estudio extensivo que se publica en el país sobre la histórica relación entre narcotráfico y artes plásticas.


Por: María Alejandra Pautassi

No es la primera vez que el crítico de arte Santiago Rueda habla de la relación —a veces estrecha, otras controvertida— entre narcotráfico y artes plásticas en Colombia. Cuando estudiaba Arte en la Universidad Nacional, a mediados de los noventa, vio las primeras obras que usaban la imagen de Pablo Escobar en el Salón Cano; obras que se perdieron con el tiempo o quedaron como estudios preliminares de un fenómeno que años más tarde se convertiría en fuente de las más agudas críticas sociales y controvertidas obras de arte que se producirían en el país. Poco después, siendo un estudiante de maestría de la Universidad de Westminster en Inglaterra, comenzó una investigación fotográfica sobre las mulas y presos en cárceles extranjeras. Había leído la obra de William Burroughs, había estudiado con juicio investigaciones sobre el impacto social de narcotráfico en el país y el tema se le había vuelto una obsesión.

El resultado, sin embargo, llegaría años después: Una línea de polvo. Arte y drogas en Colombia, Premio de Ensayo Histórico, Teórico o Crítico sobre arte en Colombia de 2008, el libro que Rueda presentó hace unos días en la Fundación Gilberto Alzate Avendaño de Bogotá. Además de ser un ensayo histórico sobre la estrecho vínculo entre el arte colombiano y el narcotráfico, el suyo es un estudio sobre cómo el fenómeno afectó el mercado y la producción artística a finales de los ochenta y principio de los noventa, su tardía aparición en las artes plásticas (tardía, si se compara con el cine y la literatura) y el reciente surgimiento del arte político. Y, a diferencia de la mayoría de estudios recientes sobre arte, Una línea de polvo habla sobre la sociedad en que se produjeron las obras y es un análisis de historia reciente del país visto desde las artes plásticas.

Arte y mercado

Rueda parte de la tesis de que la tardía expresión del fenómeno narco en las artes plásticas se debe a la búsqueda formal de los artistas a finales de los setenta. Aunque admite que Marta Traba cumplió una función muy importante en el arte en Colombia y apadrinó a un grupo de seis artistas —Obregón, Botero, Grau, Ramírez Villamizar, Negret, Manzur—, para Rueda sus juicios fueron demasiado sesgados y un grupo de artistas políticos quedaron por fuera. Su influencia fue tal, que para mediados de los noventa las universidades seguían enseñando pintura, los temas sociales eran vistos con escepticismo, y artistas como Miguel Ángel Rojas, Luis Alejandro Restrepo y Óscar Muñoz, que empezaban brillantes carreras conceptuales, vivían a la sombra de los modernos.

A finales de los ochenta el narcotráfico había disparado los precios del arte, que “todavía sigue siendo muy caro porque si los galeristas o los marchantes o la gente que tenía obra veían que les iban a pagar más no les importaba a quién le vendían. De hecho hay varios casos de personas en el mundo del arte que fueron robadas o estuvieron en la cárcel. Como en el deporte, el narcotráfico entró con mucha fuerza al mundo del arte. La gente al principio no le importó y después terminó involucrada en mayor o menor grado con los mafiosos. Una gente lavaba, otra falsificaba”.

Aunque el libro de Rueda menciona uno que otro escándalo —el conocido caso de la estatua de John Lennon que le encargó Carlos Ledher a Rodrigo Arenas Betancourt para su Posada Alemana y la polémica instalación de cocaína y sangre con la que Fernando Arias le responde a Gloria Zea por no financiarle una obra para la V Bienal de Arte en 1996—, el suyo no es un anecdotario de “los grandes dramas o los grandes escándalos del narcotráfico”. “Yo no quise entrar ahí por varias razones. Uno, porque no quería caer en esas versiones tan sensacionalistas. No quería hacer un anecdotario más. Por otro lado, no me quise meter ahí por una cuestión metodológica: uno tiene que cotejar las fuentes y ese no era mi proyecto”. El suyo es un estudio de cómo ha evolucionado el problema del narcotráfico y la lucha contra las drogas, y cómo cambia la visión del narco en el país.

Narcoestética

A finales del 2003 se realizó en Francia una exposición titulada Narcochic-narcochoc, sobre cómo la cultura popular mexicana recuperaba la iconografía del folclor narco, entre otras cosas, usando la imagen de Malverde, el santo de los traficantes. En su libro, Rueda se pregunta si “una muestra igual o similar pudiese haber sido realizada en Colombia, donde la mojigatería y la doble moral sobre el tema de las drogas raya en lo ridículo”. Hace unos meses, sin embargo, la Galería Valenzuela & Klenner inauguró la exposición Tráquira con objetos del artista Víctor Escobar que parodiaban la estética narco en la sociedad rural colombiana, una de las primeras exposiciones de su tipo en el país.

Entonces, ¿por qué las artes plásticas se han demorado tanto en mostrar el fenómeno de la estética narco en Colombia? “Hace unos diez años, después de Andy Warhol, Jeff Koons, del arte pop, algunos curadores se empiezan a preguntar por el arte de otros países. Eso influye fuertemente en el arte colombiano —dice Rueda—. Por otro lado, hace diez años se cerró el ciclo de la violencia narco en Colombia. Es curioso, de todas maneras, que esa iconografía popular no se miraba tanto. Quizás el arte estaba pegado a narrativas más heroicas”. Narrativas heroicas que, más que mostrar o parodiar la entrada de la estética narco —el análogo plástico de la literatura sicaresca—, denunciaban el problema social de la lucha contra las drogas con obras de fuerte contenido social. Es el caso de la serie de fotografías de Jaime Ávila, La vida es una pasarela, de 2005, en las que adictos al bazuco posaban ante la cámara remedando poses de modelos; y de la serie de esculturas y pinturas Colombia Land en las que Nadín Ospina hace figuras de Lego en forma de guerrilleros y narcotraficantes.

Reciente surgimiento del arte político

El surgimiento del arte político en Colombia parece estar relacionado con la censura. En el 2000, Wilson Díaz —uno de los artistas cuya obra ha generado mayor polémica en los últimos años— viajó a Curazao como invitado especial a un taller internacional de arte. Antes de montarse en el avión se tragó 30 semillas de coca que había recolectado en Cali y apenas llegó “las defequé en una huerta de Curazao y las regué. Para los organizadores fue lo peor que les podía pasar: que un colombiano les llevara coca en el estómago”, como le contó el artista a El Tiempo en el 2000. Según Rueda, quién se entrevistó con Díaz en el 2008, los organizadores estaban tan molestos que incluso llegaron a preguntar que si lo que Wilson estaba haciendo era tráfico de estupefacientes. “Eran solo semillas, pero era tanta la ansiedad con el tema, que su gesto generó polémica”.

Cinco años después Díaz protagonizaría otro escándalo. Su obra Los rebeldes del sur, un video en el que varios guerrilleros aparecían cantando y bailando narco-corridos, fue retirado de Displaced: Contemporary Art from Colombia, una exposición realizada en Londres en 2005. La comunidad artística puso el grito en el cielo, pues las razones que daban los funcionarios de la embajada era que la obra era una apología de la guerrilla. Un caso que ilustra claramente la mojigatería y doble moral que Rueda menciona en su libro o, en sus palabras, “un problema de comprensión muy grande”. Es decir, considerar que el video de Díaz es una propaganda a FARC, como lo expresó en su momento el embajador, es la acción de alguien increíblemente inculto y torpe, o bien de alguien que está sirviendo a un régimen dictatorial, donde se tiene que borrar el rostro del enemigo”.

La reciente polémica que desató el performance de la artista cubana Tania Bruguera en la Universidad Nacional es otro ejemplo que ilustra la forma como la opinión pública ve con malos ojos el uso de narcóticos en el arte. La de Bruguera, sin embargo, no se salvó en términos estéticos ante la crítica que la consideró “oportunista, sensacionalista, que buscaba el impacto mediático y se aprovechaba de las circunstancias políticas en las que se mostraba y el público ante el que se estaba presentando con muy poco conocimiento del país”. Con todo, vale la pena señalar que si la obra de Bruguera fue repudiada por la opinión pública y criticada por la comunidad artística el año pasado, usar narcóticos para ilustrar la complejidad del problema narco era algo que pasaba desapercibido a finales de los noventa con obras como las de Fernando Arias y Leonardo Herrera.

El arte político de los últimos años, de hecho, ha sido muy criticado. Algunos dicen que los artistas usan a las víctimas con fines estéticos, que “poetizan” su dolor. Aunque Rueda admite que el arte político enfrenta dos problemas —el auge del mercado y la ideologización—, cree que el arte colombiano siempre ha sido muy crítico: “Los artistas siempre han sido muy valientes y han querido hablar de esa realidad social. Está Chócolo, Antonio Caballero, están los grabadores, está Augusto Rendón. Incluso los ilustradores de la Expedición Botánica de José Celestino Mutis, que se unen a la causa independentista y los fusilan”. Su historia quizá sea la de un ciclo que se repite en el país.

publicado en Arcadia