Anzuelos e instituciones

La polarización coyuntural de los que están en contra o a favor de la dirección de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño antepone la política al arte, la bulla que genera un activismo pueril anula todo el trabajo de personas que, a pesar de la precariedad del espacio, han logrado darle un dinamismo y apertura que ya desearían tener otras instituciones vecinas.

Las siguientes intervenciones circularon por esferapública entre el 5 y el 7 de mayo de 2008. Para esa época, la discusión tomaba forma a través de la lista de correo. La plataforma migra de lista de correos a la plantilla de WordPress en el 2010.


El anzuelo preocupado por la salud del pez

Las instituciones siempre serán una cantera inagotable, un fácil blanco para los que se ensayan (nos ensayamos) —y ensañan (nos ensañamos)— en la crítica institucional, es obvio, ¿qué sería de la crítica institucional sin instituciones?; pero a la vez, por más que al interior de las instituciones se den casos aislados de errores o sólidas cadenas de despropósitos, es importante para la salud de las instituciones mismas que la crítica también sea capaz de señalar sus aciertos; no hacerlo ayuda a que en estos espacios se perpetúe una imagen débil, apocada y pusilánime, que los convierte en castillos feudales aislados, vulnerables al vaivén de los caprichos del gestor cultural de turno o a las astucias de unos profetas que, en eterna reelección, se bastan de un delirio mesiánico para invocar hecatombes y evadir cualquier confrontación argumentada bajo los juegos instituidos por el concierto de la razón.

En la Fundación Gilberto Alzate Avendaño y bajo la iniciativa de Jorge Jaramillo, el mismo funcionario que desde la Galería Santa Fe estableció las sólidas bases del Premio Luis Caballero, se han hecho, en menos de un año, tres exposiciones que se destacan por hacer memoria y a la vez por ser espacios abiertos para la oportunidad.

Las exposiciones y catálogos de “Demostraciones: Bursztyn / Salcedo”, curada por Jorge Jaramillo y asistida por Guillermo Vanegas; “Plástica 18” (Judith Márquez), curada por el grupo “En un lugar de la Plástica” (Jorge Jaramillo, Guillermo Vanegas, Luz Eliana Márquez, Carmen María Jaramillo, Nicolás Gómez, Julían Serna, Natalia Paillié y Felipe González); y la última, inaugurada el 30 de abril pasado, “Lucy Tejada, Años Cincuenta”, curada por un grupo conformado por Jorge Jaramillo, Alejandro Valencia, John Castles y Nicolás Gómez, son ejemplos concretos de cómo un funcionario público ha sabido confiarle la narración del arte a un equipo curatorial, teniendo claro que para hacer este tipo de exposiciones es fundamental articular de manera integral la gestión cultural con la capacidad de acción de una comunidad pensante e inquieta de individuos.

Si, es necesario criticar a las instituciones con todo el radicalismo posible, pero también es necesario sopesar las ideas recogidas en sus exposiciones con una argumentación que esté a la par de esas iniciativas. A tal observador no le espera una tarea breve: deberá armarse de un aparato crítico de igual o mayor envergadura del objeto de estudio. Si se quiere criticar “en forma” a la institución se debe al mismo tiempo contemplar el conjunto de sus labores, incluidas, por supuesto, sus exposiciones. Habría que trabajar a partir de una maquinación capaz de convocar en un sólo texto todos los elementos ahí presentes: crítica, curaduría, historia del arte, museografía y diseño. La polarización coyuntural de los que están en contra o a favor de la dirección de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño antepone la política al arte, la bulla que genera un activismo pueril anula todo el trabajo de personas que, a pesar de la precariedad del espacio, han logrado darle un dinamismo y apertura que ya desearían tener otras instituciones vecinas.

—Lucas Ospina

Personas e instituciones

Uno de los grandes problemas con las instituciones locales consiste en que no pueden ser desligadas del nombre de funcionarios particulares. Así, cuando se cuestiona el nombramiento de un funcionario, por ejemplo, no es a la institución a quien se interpela sino a quien, dentro de la institución tomó la decisión. Y eso aplica para lo bueno y lo malo. Es por eso que, mientras se pone en entredicho la tarea que está llevando a cabo la directora de la FGAA, no puede dejar de reconocerse el importante papel que ha jugado en la consolidación, profesionalización y democratización del campo artístico el gerente de artes. No cabe duda del hecho de que ha sido en parte gracias a su gestión durante la última década, en distintos espacios e instituciones, que una buena cantidad de procesos se han hecho dinámicos y transparentes, facilitando hasta cierto punto el trabajo de artistas y otros profesionales de la industria cultural en la ciudad, lo que, supongo, ha contribuido a la consolidación de algunas nociones de comunidad y al enriquecimiento de los modos y variables de la práctica artística.

No es, entonces la gerencia de artes el objeto de las críticas, porque, el gerente mismo es totalmente consciente de la necesidad de plantearse cambios y asumir nuevos objetos sociales que hagan pertinente la acción de su gerencia. En ese sentido, Lucas Ospina tiene toda la razón en su texto. Es más bien el hecho de que esta gerencia dependa de la FGAA lo que me parece problemático, en tanto sitúa su gestión en un terreno no muy bien regulado (porque, a fin de cuentas, ¿qué es la FGAA? ¿Es una institución pública, mixta, privada? ¿Es una súper-gerencia? ¿Es una sub-secretaría? ¿Por cuánto tiempo lo será? ¿Hasta cuándo seguirá siendo dirigida por su actual directora? ¿Hasta qué punto la buena gestión de la gerencia de artes empuja las calificaciones de una fundación cuya gestión no es del todo transparente y no responde a las necesidades del medio artístico -o es que acaso el medio necesita que se apoye el fortalecimiento de una institución viciada como, digamos, el MamBo?)

¿Qué pasaría si, en este momento, el gerente de artes no fuera el que es sino otro? ¿Si no fuera su buen criterio el que primara al momento de tomar decisiones o impulsar este o aquel proyecto? ¿Qué pasaría si otra persona fuera puesta en su lugar, como fueron puestos y removidos otros funcionarios dentro de la Fundación? ¿Podríamos confiar en que el buen criterio estaría presente en la ejecución de unas políticas que se han venido trazando durante más de una década? ¿O deberíamos temer que esas políticas fueran desmontadas, estancadas, tergiversadas o puestas de lado?

Por eso, quizás, terminamos hablando de Ana María Alzate y de Bernardita Chique. Por eso se precisa hablar de Jorge Jaramillo por un lado, y de Gloria Zea por el otro. No hemos sido capaces, a pesar de todo, de empezar a entender qué es la FGAA, o hasta donde llegan la Gerencia de Artes, la Galería Santa Fe o la Secretaría de Cultura. Nos ha dado pereza pensar en políticas culturales, en la historia de los espacios de exhibición y en el objeto social de una u otra institución. ¿Qué las une? ¿Por qué se separan? ¿Cómo se funden y se refunden?

El problema particular está entonces en pensar cómo una institución que, se supone, está en proceso de desaparición, es la encargada de hospedar y administrar, en un tránsito sin parámetros temporales claros, a una gerencia cuyo trabajo no debería depender de ella y, más allá, en el hecho de que esa, como otras instituciones, sigan siendo interpretadas por particulares que aplican sus criterios de lo privado sobre lo público, poniendo en primera persona lo que no ha podido llegar a ser formulado como construcción colectiva. Una institución debería poder entenderse desde perspectivas ajenas a la buena o mala suerte de que uno u otro funcionario la dirijan porque es, precisamente por eso, que se llaman Instituciones.

Víctor Albarracín

Anzuelos sin corte, pesca poco abundante (mala subienda)

Alguna vez circuló el rumor de que Aby Warburg al final de sus días estaba escribiendo un libro sobre artistas que buscaron construir bajo cualquier circunstancia una autonomía para su práctica profesional. Sin contemplar la paradoja evidente de hablar de un cuerpo gremial sin dependencia de patrones, se decía que el conocido historiador del arte estaba tras la consecución de un pequeño cuadro realizado en Flandes, de autor anónimo, donde aparecía un pintor (un hombre de cuya capa sobresalían dos pinceles de casi 50 cms. de largo, untados de pigmento azul y amarillo respectivamente), pagando, en una despensa empobrecida a un ingratamente sorprendido tendero, el valor de dos bolsas de harina con un cuadrito de una naturaleza muerta. Así mismo, se comentaba que Warburg estaba obsesionado por obtener una copia del Libro de asientos de la Real Casa de España en la época de Felipe IV, donde se nombraba Ugier de cámara al pintor Diego Velásquez. Esta búsqueda, se decía, trazaría un arco argumental desde la época de la pintura de corte hasta llegar a comienzos del siglo XX. Para ilustrar esta parte esperaba conseguir información documental sobre los procesos de instrucción artística que se desarrollaron a finales de la primera guerra mundial en lo que quedó de la infantería del ejército alemán, puesto que consideraba que la labor de enseñar arte a la soldadesca implicaba una particular configuración del discurso artístico adaptado a fines pedagógicos.

Para estos estudiosos (de quien nadie sabe a ciencia cierta sus nombres), Warburg trataba de demostrar que la actividad de todo artista estaba necesariamente vinculada con cualquier forma de patronato y, en parte, una evidencia de su genio creativo podría verse expresada en el modo como pudiese imponer una modificación consciente y calculada de los modelos imperantes en la representación de un tema o en la manera en que introdujera una innovación técnica o formal, sin sufrir ninguna clase de ataque por su atrevimiento. Para este historiador alemán, por ejemplo, dicen que reconocía en Velásquez al artista paradigmático de este tipo de negociaciones, toda vez que hizo lo propio con una pintura como Las Meninas, produciendo esta obra bajo la protección de la corte española cumpliendo con todos los requisitos que podrían exigírsele a un retrato de grupo, pero incorporando en la imagen una sutil reelaboración del campo visual del espectador. Este último ejemplo le resta total validez a la historia de la búsqueda de artistas-radicalmente-autónomos que se atribuye a Warburg: Las Meninas es un cuadro que fue pintado en la época tardía del artista, cuando no tenía presupuestos estéticos qué demostrar ni su lugar en la corte estaba sometido a cuestionamientos.

Si se concede que esta historia es cierta, entonces hay que decir que infortunadamente, Aby Warburg falleció sin dar por concluida esta obra y sin poder dar fin al lugar común del artista como un sujeto históricamente sometido a una graciosa y elegante caridad por parte de mecenas (mezquinos o desinteresados). Muchos lamentan que eso no hubiese sucedido, pero otros, de hecho la mayoría de quienes han escuchado este relato, han pensado que se trata más bien de una anécdota sin fundamento, de una ficción que nada hace a favor del noble investigador alemán. En realidad, muy pocas personas dan fe del propósito (o incluso de la existencia) de esta empresa. Toda vez que la fecha de estas investigaciones no coincide precisamente con su fase productiva. Probablemente, si él hubiese llevado a término esa indagación habría arrojado nuevas luces para quienes suelen encontrar motivos de incomodidad respecto a la intervención institucional dentro de la práctica artística, crítica o teórica; y a los modos como ese tipo de intervenciones no pedidas o no deseadas pueden llegar a afectar los resultados de una obra ya finalizada.

Incluso, si esa investigación inexistente hubiese contemplado la manera como las instituciones encargadas (por mandato o por convicción) de promocionar el arte conforman un problemático discurso de regulación administrativa por fuera de los lineamientos o reclamos que se les hacían desde su campo artístico inmediato, muy posiblemente se podría dignificar de manera mucho más adecuada la labor de sujetos particulares que fueron capaces de negociar con (la ignorancia de) sus superiores la realización de una exhibición de piezas de arte o la adquisición de una obra necesaria para darle coherencia a una colección institucional. Es factible afirmar, pues, que esta lucha no habría sido desatendida por alguien como Warburg, puesto que es bien sabido que sus indagaciones buscaban rescatar los sujetos singulares de la maraña de patronazgos y mediaciones que obstaculizaban su labor. Puesto en otros términos, de haber realizado este estudio, Warburg habría puesto el énfasis en la soledad y desazón constantes que agobian a esta clase de trabajadores de la cultura, tanto para reconocer sus logros como para evaluar sus alcances.

El problema es que nunca la hizo.

Guillermo Vanegas