Del Antimuseo, los (des) encuentros y las organizaciones de artistas

En enero del año 2015, el Antimuseo inició la publicación de una serie de textos en torno a la relación de espacios de artistas con instituciones del Estado, enfocando su reflexión sobre políticas y (des) políticas culturales en la escena artística. Posteriormente detonó con Brumaria un proceso de investigación, debate y propuesta sobre las políticas culturales para el arte contemporáneo donde artistas, colectivos y agentes independientes buscaron definir el marco de una gran reforma institucional. ¿Qué sucedió en el proceso y cual fue la respuesta institucional?, ¿en qué consistía la propuesta de crear un Fondo para las Artes?, ¿cuales fueron los puntos en común y cuales los desacuerdos? Tomás Ruiz Rivas, del Antimuseo, responde a estas preguntas en esta entrevista con esferapública.

En enero del año 2015, el Antimuseo inició la publicación de una serie de textos en torno la relación de espacios gestionados por artistas con instituciones del Estado, enfocando su reflexión sobre políticas y (des) políticas culturales en la escena artística. Posteriormente detonó con Brumaria un proceso de investigación, debate y propuesta sobre las políticas culturales para el arte contemporáneo donde artistas, colectivos y agentes independientes buscaron definir el marco de una gran reforma institucional. ¿Qué sucedió en el proceso y cual fue la respuesta institucional?, ¿en qué consistía la propuesta de crear un Fondo para las Artes?, ¿cuales fueron los puntos en común y cuales los desacuerdos? Tomás Ruiz Rivas, del Antimuseo, responde a estas preguntas en esta entrevista con esferapública. 

El Antimuseo es un proyecto de investigación sobre la institucionalidad del arte, tanto en el sentido del Arte como Institución, que incluye las ideologías, lenguajes y narrativas históricas, como referida a la estructura comercial, administrativa y académica que alimenta el amplio organigrama de quienes establecen valores, producen teoría, gestionan, educan, asesoran, etc.

En la primera etapa del Antimuseo (92/94), con el nombre de Ojo Atómico, desarrolló un programa de sitio específico en una antigua fábrica de Madrid. En la segunda (95/2000), sin sede propia, el programa de sitio específico se trasladó a distintos entornos: locales en desuso, viviendas, espacios públicos. En la tercera etapa (2003/07), con sede en la nave de Mantuano 25, Madrid, empezó a investigar sistemáticamente sobre modelos de participación y a contextualizar la obra de arte en tejidos sociales específicos.

En enero del año 2015, el Antimuseo inició la publicación de una serie de textos en torno la relación de espacios gestionados por artistas con instituciones del Estado, enfocando su reflexión sobre políticas y (des) políticas culturales en la escena artística de Madrid. (En esferapública publicamos varios de estos artículos dado el carácter transversal y sus coincidencias con situaciones en nuestro contexto).

Una vez había publicado cerca de veinte textos sobre la situación del arte en Madrid, que incluyó artículos, entrevistas y una valoración de los programas de los partidos de izquierda del 24M, el Antimuseo presentó, en el marco colaborativo de los encuentros de Brumaria en Medialab Prado, las primeras conclusiones de este proyecto.

El objetivo de la presentación consistió en detonar un proceso de investigación, debate y propuesta sobre las políticas culturales para el arte contemporáneo en y de Madrid, donde artistas, colectivos y agentes independientes no empresariales ni institucionales definamos el marco de una gran reforma institucional, reforma abiertamente escrutadora y no oficialista.

A continuación una entrevista de esferapública a Tomás Ruiz Rivas, fundador del Antimuseo, quien hace un recuento de este proceso, que incluyó una propuesta colectiva para la creación de un Fondo de las Artes y la creación de Plataforma, una organización asamblearia compuesta por más de cincuenta grupos, colectivos y cerca de 150 artistas que participan de forma individual, y cuyo objetivo principal ha sido trabajar por la creación de un Fondo para las Artes.

¿Qué ha sucedido con todo este proceso? ¿Han seguido trabajando en equipo para presionar la creación de programas o políticas que apoyen las iniciativas de artistas?

Tomás Ruiz Rivas, Antimuseo: El proceso que conduce a la formación de la Plataforma empieza en realidad mucho antes del Encuentro de Organizaciones de Artistas de septiembre de 2015. Yo volví de México en marzo de 2015, pero ya desde enero había empezado a escribir una serie de artículos sobre políticas culturales. Mi plan era publicar un artículo a la semana, hasta las elecciones locales de mayo de aquel año, para poner sobre la mesa diversas cuestiones sobre las que no se estaba hablando, y sobre las que previsiblemente no se iba a hablar durante la campaña electoral: ayudas a la creación, reforma institucional, inclusión social a través de la cultura, programas pedagógicos… Esfera Pública publicó en su momento alguno de estos textos.

No eran ensayos en el sentido estricto del término, aunque conozco muy bien los temas y en algunos casos entrevisté a especialistas. Lo que pretendía era despertar el interés de una comunidad artística que se había acostumbrado a convivir con las “despolíticas” culturales del Partido Popular.

En este proceso llega un momento en que el Antimuseo se alía con Brumaria para organizar el mencionado encuentro, que era más que nada una excusa para poner frente al público a los nuevos responsables de cultura en el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid. El encuentro fue muy agitado, por la diversidad de posturas que se hicieron visibles en el debate con el público. Además hubo una serie de desencuentros muy profundos entre Brumaria y el Antimuseo, en custiones metodológicas más que en los objetivos, que tuvieron como consecuencia una preparación deficiente del mismo. Por otra parte, los directivos invitados dijeron que sí a todo lo que se les planteó – estaban ante un auditorio lleno, más de 300 personas – pero luego no cumplieron nada.

Sin embargo de ese encuentro nació la Plataforma, que ha sido algo muy importante y muy “disruptor” en el arte de Madrid. Nos planteamos un objetivo muy limitado: las ayudas a la creación. Retomábamos una línea de acción que habíamos empezado en 2005 – cuando todavía nos llamábamos el Ojo Atómico –  junto con Liquidación Total, y que en su momento dio lugar a las Ayudas de Matadero, que beneficiaron a varios cientos de artistas y colectivos auto-organizados de Madrid durante los seis años que duraron. Había otros temas, algunos quizás con mayor calado, como la reforma institucional – Madrid no tiene un museo o un centro de arte contemporáneo enfocado a lo local, y eso afecta muy negativamente a la producción artística –. Pero no era realista abordar cuestiones tan complejas desde una plataforma asamblearia que buscaba además un amplio consenso.

La Plataforma creció deprisa. En pocos meses éramos 40 asociaciones y colectivos con proyectos auto-organizados (espacios alternativos, programas de residencias, publicaciones, festivales, etc.), con el respaldo de los más de mil socios que suman entre todas. También hay unas 150 personas que participan a título individual, aunque algunos son miembros de los mismos colectivos. Las asociaciones sectoriales pueden tener como mucho 300 o 400 socios, pero muchas son nacionales y su afiliación en Madrid difícilmente pasa de un centenar de personas. Es decir, la Plataforma es la representación más amplia del tejido creativo de las artes visuales de Madrid, y además está formada casi al 100%  por artistas, al contrario que otras que incluyen funcionarios, académicos, curadores, etc.

A lo largo de varias reuniones elaboramos el documento del Fondo para las Artes de Madrid, que toma como referencia distintos sistemas de apoyo a la creación de Europa, en especial el de Berlín, donde se destinan 23.000.000 de euros al año a convocatorias públicas, de los cuales más de 5.000.000 de euros son para artes visuales. En nuestra propuesta hay dos cuestiones clave: el sistema de apoyo en sí, sobre el que luego me extenderé, y la institución de un Fondo en el que participen las dos administraciones locales: Ayuntamiento y Comunidad.

Creo que es necesario explicar esto a los lectores de otros países: en España tenemos tres niveles de administración pública: el Estado, las comunidades autónomas, que son como estados federados, y los ayuntamientos. Las competencias en materia de políticas culturales locales corresponde a las comunidades autónomas, que recaudan y reciben recursos para este fin. En Madrid las dos administraciones locales se solapan. La mitad de la población de la Comunidad Autónoma reside en la capital, que a su vez genera la mayor parte del PIB y es sede del 99% de la actividad cultural. En consecuencia, Ayuntamiento y Comunidad tienen políticas coordinadas en casi todos los ámbitos, menos en cultura. El Fondo pretende acabar con esta situación absurda, que no tiene más objetivo que duplicar funciones para colocar a las respectivas redes clientelares. Hay que señalar que en ningún momento el debate está en si debe haber recursos públicos para la cultura, ni siquiera los más neoliberales discuten esto, sino en el modelo de gestión.

La Comunidad de Madrid rechazó enseguida la propuesta. Para el Partido Popular, que es quien la gobierna, la cultura tiene un valor representativo. Es decir, les interesa en la medida en que sirve para proyectar una imagen moderna del partido, que en el imaginario colectivo está enraizado en la España negra del Franquismo y carga una pesada herencia de persecución a artistas e intelectuales. El modelo que siguen se estableció en los años 50, cuando el Congress for Cultural Freedom – el brazo cultural de la CIA durante la Guerra Fría – introdujo en España el Expresionismo Abstracto. En aquel momento las políticas culturales de la dictadura, que estaban en manos de falangistas (los fascistas españoles) dieron un giro de 180º y se desprendieron de aquella extraña mezcla de elementos religiosos, folclóricos y moderno-fascistas, para sintonizar con las corrientes dominantes en el bloque occidental.

No pretendo desacreditar con esto a la generación de artistas que se benefició con aquel cambio, admiro a muchos de ellos, pero es interesante señalar que en ese momento se generó el pathos esquizofrénico que caracteriza al arte español.

La Comunidad de Madrid ha seguido este modelo sin grandes cambios. Se conceden apoyos discrecionales a agentes que tienen una proyección específica sobre el tejido creativo de Madrid y que pueden funcionar como líderes de opinión. En ningún caso hay convocatorias, ni se publican los criterios, presupuestos, objetivos… Ni siquiera los diputados de la oposición saben a quién se está beneficiando con dinero público, ni con cuánto. Puede decirse que es una operación secreta, y este secretismo permite marginar de manera discreta a los disidentes y tener bien sujetos a los fieles, que dependen de su “buen comportamiento” para renovar la ayuda. Para responder a las demandas de participación ciudadana que emanan del 15M se contrató a un asesor que proviene del tejido asociativo, Javier Martín-Jiménez, cuyo papel fundamental es ejercer un control de proximidad sobre la sociedad civil y dar una especie de barniz de democratización a la gestión cultural – esencialmente corrupta y perversa – de la Comunidad de Madrid. Vale la pena recordar que buena parte del organigrama del PP de Madrid está imputado por corrupción, incluido el último presidente de la Comunidad, que en el momento de escribir estas líneas duerme entre rejas.

Como anécdota, cuando se presentó el proyecto del Fondo nos explicaron que todo el mundo puede colaborar y llevar proyectos a la Comunidad, que sólo hay que “escribir un email a Javier”. Cuando les hicimos notar que de esta manera sólo quienes ya conocen a Javier pueden acceder a un diálogo con la institución, y que hacía falta un procedimiento administrativo que garantizase un acceso igualitario para todos los ciudadanos, insistieron en que no era necesario. Finalmente la Comunidad de Madrid no ha aceptado a la Plataforma como un interlocutor legitimado y no ha habido más contactos.

Con el Ayuntamiento el proceso ha sido mucho más complejo. En el Encuentro de 2015 Jesús Carrillo, entonces recién nombrado Director General de Actividades Cuturales, nos urgió a redactar nuestras demandas y reunirnos con él. Pero cuando tuvimos un borrador del texto, la comunicación se cortó para siempre. Ni recurriendo a los denuncias públicas en su perfil de Facebook conseguí que volviese a responder un email, y mucho menos concertar una reunión.

Había un problema de fondo: el nuevo equipo municipal quería abrir la gestión política a la participación ciudadana, pero nosotros éramos the wrong participation. Los nuevos responsables de cultura habían predefinido quiénes iban a ser sus interlocutores, y, paradójicamente, los artistas visuales estábamos excluidos del diálogo. Detrás de esto hay un debate sobre la llamada cultura popular que quizás sea demasiado complejo para incluirlo en estas líneas. Podemos decir, de manera muy general, que los grupos que forman Ahora Madrid, en especial los que provienen de Patio Maravillas y de Ganemos, habían recuperado la noción decimonónica de pueblo como sujeto central en su discurso, y habían construído en torno a él una idea confusa de cultura popular que no se opone a la industria cultural – televisión, videojuegos, música ligera, prensa rosa y amarilla… – como era habitual en las ideologías de izquierda, sino a la alta cultura (artes visuales, literatura, teatro, cine de autor, música experimental…), con la idea de que son expresiones elitistas que afianzan la hegemonía burguesa.

Los dos términos de la expresión (cultura y pueblo) son indefinibles, lo cual les daba total libertad para incluir o excluir de manera arbitraria. Por otra parte, esta cultura popular está concebida como una actividad de ocio, más relacionada con las fiestas populares (menos los toros, claro) que con una actividad “profesional”. Pongo profesional entre comillas, porque todos sabemos que ningún creador que trabaje en ámbitos experimentales se gana la vida con su obra. Un reciente estudio afirma que el 85% de los artistas visuales españoles no alcanzamos el salario mínimo interprofesional – menos de 700€/mes – ni considerando todas nuestras fuentes de ingresos en conjunto (enseñanza, free lances de diseño, asistencia en montajes, hostelería, etc.). Los adalides de la cultura popular, no hace falta decirlo, son doctores en filosofía, antropología, historia del arte…, con sus sueldos asegurados en universidades públicas y hablan del pueblo en tercera persona.

Entonces, en un contexto de tensión creciente entre una plataforma que representa muy ampliamente el tejido asociativo y auto-organizado de Madrid y el nuevo Ayuntamiento, éste convoca unos Laboratorios para discutir públicamente las directrices de las políticas culturales. Había pasado ya un año desde que ganaron las elecciones. Estos Laboratorios empezaron con una serie de ponencias de gestores de fuera de Madrid (¿Por qué? ¿No había nadie en Madrid que pudiese exponer mejor un diagnóstico de los problemas locales?), pero lo más importante es que no se permitía la participación de la Plataforma como tal. Debíamos apuntarnos a título individual, en un sistema horizontalizado donde las articulaciones ya existentes en la sociedad eran simplemente anuladas. La izquierda recurría a las tácticas de la patronal, cuando rechazan el diálogo con los sindicatos y los convenios colectivos y exigen que cada trabajador negocie por separado. Para rematar la jugada, no se invitaba a actores con una trayectoria ya reconocida o con una representatividad en el tejido creativo, sino que la participación estaba abierta a cualquier ciudadano. Los organizadores podían rellenar las 40 plazas disponibles con fieles, y ganar todas las votaciones, por así decir. En este punto se produjo una ruptura (http://antimuseo.blogspot.com.es/2016/05/politicas-culturales-la-participacion.html). Para terminar, se encomendó la organización de estos Laboratorios a Hablar en Arte, la asociación que hasta poco antes presidía el asesor de cultura de la Comunidad de Madrid, Javier Martín-Jiménez, lo cual hacía aún más confusa toda la estrategia que estaba siguiendo el equipo de cultura del Ayuntamiento.

Sólo la destitución de Jesús Carrillo y su reemplazo por Getsemaní de San Marcos pudo desbloquear la situación. La nueva directora general, proveniente de la escena de teatro independiente, puso como primer objetivo las ayudas a la creación que nosotros estábamos demandando e inició un amplio diálogo con los distintos sectores del tejido creativo de Madrid. En este sentido, y aunque la Plataforma ha sido un elemento clave en todo este proceso, que culminará dentro de una par de meses con la primera convocatoria de ayudas, creo que hemos tenido mucha suerte.

Las asociaciones sectoriales más importantes, como AVAM, MAV o el IAC, no han respaldado en ningún momento la propuesta del Fondo ni de Ayudas a la Creación, ni han querido explicar esta postura, aunque AVAM acaba de cambiar de Junta Directiva y es de esperar que ahora dé su apoyo.

La Plataforma es una entidad muy difusa, está formada por personas que quizás no comparten posturas sobre el arte y la política, y el único foco es el Fondo para las Artes, con todos los pasos previos necesarios, como pueden ser las ayudas del Ayuntamiento. Esto hace que sea muy inclusiva, pero también muy poco comprometida. Una vez que se hayan convocado las ayudas, los que estamos más involucrados esperamos que haya una reactivación. La competencia en cultura, como he señalado antes, corresponde a la Comunidad de Madrid, y hace poco el gobierno de España ha recibido una llamada de atención de la Unión Europea por la escasa participación de la sociedad civil en la cultura y las políticas culturales. La estabilidad y la amplitud de un sistema de apoyo a la creación como el que estamos proponiendo depende por una parte del respaldo que tenga en la sociedad, que como hemos visto no es generalizado, y por otra parte de que tenga un carácter no partidista, de que haya un acuerdo entre la izquierda y la derecha sobre la imporancia del mismo. Estamos muy lejos de esto, la verdad, y tengo mis dudas respecto a la capacidad del tejido creativo para ejercer la presión necesaria.

Por último, voy a explicar brevemente los dos argumentos a favor de las ayudas para artistas. El primero, obvio, es facilitar la supervivencia de los artistas y la producción de obra, desde el punto de vista de que la cultura es, además de un mercado, una esfera de producción de conocimiento, y que en esta medida contribuye al bien común y al desarrollo de la sociedad. Este punto es discutido por una sección de Ahora Madrid, qie considera que la cultura progesional es sólo un mercado, y que las instituciones deben atender sólo a la cultura como actividad de ocio que desarrolla toda la sociedad. Lo cierto es que en todos los países de nuestro entorno los creadores reciben ayudas públicas, dado que esa creación experimental es precisamente la que no tiene cabida en el mercado, y al mismo tiempo es la más importante en esos términos de producción de conocimiento.

El segundo punto no es menos importante: la democratización de la gestión de la cultura. Los modelos de auto-organización de artistas tienen sus raíces en el principio de la Modernidad. Pero es a partir de los 70 cuando se plantean como una forma de contrarrestar la creciente institucionalización del arte. En las sociedades avanzadas existe un tejido asociativo muy amplio y dinámico, que gestiona la cultura con más eficacia y libertad que las instituciones públicas. En Madrid, en España en general, hay un profundo atraso en esta democratización, que se consigue sobre todo a través de convocatorias públicas. Los resultados están a la vista: por un lado una actividad casi subterránea, que en Madrid no ha dejado de crecer desde 1990, y por otro lado programas institucionales sin contenido y sin más expectativas que representar la cultura ante un público pasivo.

En conclusión, la institución de un Sistema de Apoyo a la Creación tiene una dimensión política que va mucho más allá de los aspectos económicos relacionados con la producción de obra y la supervivencia de los artistas. Además, bajo el sistema actual los artistas sufren una dependencia absoluta de los cuadros técnicos de las instituciones, que son quienes deciden quien puede acceder a los recursos públicos por vía de exposiciones, residencias, etc. Pero estos cuadros técnicos tienen completamente interiorizada la naturaleza disciplinaria de las instituciones donde trabajan. En España para colmo la movilidad en estos cargos es muy pequeña, hay personas que llevan 20 años en el mismo puesto. Todo esto produce vicios, por muy buenas que sean las intenciones de los mencionados cuadros profesionales.

El debate debería estar hoy en día en una crítica del nuevo institucionalismo, un proceso de renovación que ha llegado a nuestros museos sólo como un barniz de apertura, sin afectar a la verticalidad de su gestión. Es decir, el arte madrileño, y creo que el español en general, sigue atascado en cuestiones propias de los años 70 ú 80, cuando se establecieron los sistemas de apoyo en otros países de Europa, y mientras la necesidades tanto de la creación como del consumo cultural avanzan al ritmo de nuestro entorno, las condiciones materiales y el tejido institucional no han dado un solo paso. El sistema colapsa por ello, porque de alguna manera es autosuficente: los mismos que lo construyen y mantienen son los encargados de evaluar sus resultados. Pero la sensación de fracaso ha permeado hace mucho todos los estratos del arte madrileño y se ha convertido en elemento indisociable de nuestras vidas.
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