Andrés Matute y el régimen modernista*

Andrés Matute participó en la IX Bienal de Bogotá, en 2006, se dejó tentar por la leyenda del Vellocino de Oro, el Arte Moderno. De nuestros hogares tan llamativos, fue la idea que articuló sus inquietudes con respecto al arte de nuestra época y la sociedad que deja traslucir. Emplazó un televisor en una ventana del sector oriental del segundo piso del Mambo. Parte del emplazamiento era externo, el vidrio de la ventana mediaba entre la amplitud del entorno circundante y la cavidad del museo, el agujero negro que ha absorbido la vitalidad de sus mejores artistas. Para la penetración del muro del Mambo, Matute tomó precauciones extremas, supongo que el artista no quería correr el riesgo de desaparecer o contraer algún virus letal: el vidrio de la ventana fungía como preservativo; la cohabitación, problema planteado por los curadores, en estos términos  devino  truculenta, no obstante, no dejaba indiferente al espectador contemporáneo; un espectador contemporáneo que de por sí es indiferente a todo y con todos, pero que sin embargo, y paradójicamente, ha recuperado una sensibilidad propia de los pueblos primitivos, de los pueblos atemorizados,  una sensibilidad por lo inteligible, por las ideas. No me quedó claro si Matute en este emplazamiento estaba, inútilmente,  luchando por penetrar con violencia el Mambo, o si lo abandonaba con hastío y estupor, después de haber compartido su lecho en un momento de flaqueza. Esta duda me fue aclarada por una obra suya posterior.

Recuerdo otro estudio de Matute. (Por pudor ya no deberíamos hablar de proyectos, deberíamos recuperarnos de nuestra enajenación en el lenguaje de la ciencia y la tecnología). Lo presentó en un Salón de Arte Joven en el Mambo, si no recuerdo mal fue en 2007.  En esta oportunidad, el museo le dio acceso a su Colección Permanente y le permitió realizar una selección de pinturas para darles un uso diferente;  las conminó a  que nos dijeran algo interesante, algo inteligible para esta época de terror. El talento encarnado en las pinturas seleccionadas fue emplazado en el mismo lugar en que emplazó De nuestros hogares tan llamativos, inconscientemente completaba esta obra. Las pinturas fueron obligadas a servir para algo. Fueron tomadas como elementos de reciclaje para la construcción de un Cambuche. En la cabeza de Matute aún resonaba la pregunta sarcástica que se planteó en la IX Bienal. ¿Qué hace que nuestros Cambuches estéticos aun sigan siendo  tan llamativos para el arte contemporáneo? Cambuche es una infrahabitación que improvisan, más allá de la historia y  en cualquier parte, muchos infraciudadanos e infraciudadanas que han sido excretados por las sociedades de las  grandes ciudades de nuestro país. Podemos plantear que lo que acontece con estos ciudadanos también lo padecen algunos artistas contemporáneos, que no tienen otra opción que construir Cambuches en las goteras del arte de galería.

La metáfora de Matute cumplió con su deber, realizó su función, causar un corto circuito al pensamiento y mostrar que De nuestros hogares tan llamativos ya anticipaba su obra posterior. Sugiere que las razones que llevaron a un artista contemporáneo a construir un Cambuche  en el Mambo, no se diferencian en nada de las razones que mueven a  miles de hombres y mujeres a construir sus Cambuches en las goteras de nuestra bella ciudad, unos y otros son desplazados. Por diversas razones los dos han sido excretados del entramado social y cultural que otorga humanidad a hombres y mujeres; unos por el régimen capitalista, otros por el régimen modernista, el de los esteticistas talentosos. No nos vamos a entretener con anécdotas, pero debemos comentar que algunos Amigos del Mambo, la noche de la inauguración del Salón de Arte Joven mencionado, como hermandad que se respete, se rasgaron las vestiduras y al unísono vociferaron: ¡ha blasfemado! A partir del día siguiente, Matute tuvo que desmontar con discreción su Cambuche. La sensibilidad de los Amigos del Mambo había sido lastimada.

Los estudios de Matute no son el resultado de un talento innato otorgado por alguna deidad. Todo lo contrario. Muestran la incertidumbre de la época, reflejan sus miedos e incoherencias, su frustración de estar en un mundo enlodado por los mercados y que  no vale la pena embellecer. Como los estudios de otros artistas contemporáneos, los suyos son actos desesperados por reconfigurar la realidad social, contando sólo con sus ideas, pero sabiendo que es inútil su esfuerzo; de ahí que al igual que las primeras vanguardias, nuestras neovanguardias fracasen también en el intento fastidiar al capital. Debemos notar que el arte contemporáneo hace tiempo  logró sacar de su léxico esta palabra que en el pasado tuvo la  pretensión de decir tanto que finalmente no dijo nada. En efecto, el talento vende cuando encarna en arte de galería o de museo pero deja indiferente al espectador, lo cual no es interesante  para un artista contemporáneo. Los artistas contemporáneos no dejan indiferente al espectador contemporáneo porque  sus inquietudes suscitan en su mente ideas,  la basura de la que se quejan los apósteles de Greenberg, porque intuye que la falta de ideas nos ha amalgamado, y que, quizá la única  manera de romper el encierro que han construido para nosotros  los talentosísimos de las sociedades capitalistas sea por medio de Cambuches Estéticos, de estudios arriesgados en las goteras estéticas del arte de museo y galería, así dichos estudios sean ignorados con base en  la aristocrática –ingenua– afirmación de que carecen de talento.

La soledad del artista moderno y sus pedagogos, del artista de galería, del artista para el mercado, consiste en no haberse dado cuenta de que el lenguaje que usa ha perdido significado, de que sigue haciendo circular palabras que han perdido su denominación. Al contrario de lo que plantea María Iovino, los talentosísimos(sic) de América Latina no tienen un lugar en las prácticas artísticas contemporáneas, no porque sean artistas insondables como la misteriosa naturaleza que les otorgó sus dones, sino porque son ideas lo que urge  a nuestras sociedades amedrentadas con los curriculum vitae de sus administradores. Con seguridad, los artistas que han sido nombrados en el debate que Andrés Matute ha instaurado en Esfera Pública tienen muy buenas ideas, el asunto es que sus espectadores han de tener sensibilidad para lo inteligible y no sólo para detectar talentos. Por supuesto, Iovino al haber atendido y respondido las observaciones de Matute ha actuado, como corresponde, con generosidad, ha mostrado no ser un burócrata más de aquellos que acallan las quejas de ciudadanos y ciudadanas con silencios sublimes.

Jorge Peñuela


* Fotografía cortesía de Ernesto Monsalve, Departamento de Fotografía Museo de Arte Moderno de Bogotá.