analfabetismos

Acepto de entrada padecer los analfabetismos que menciona Gabriel Restrepo, curables al parecer mediante un par de libros que me sugiere. Le cuento, por si acaso, que en mi biblioteca reposan sin leer los «Diarios» de Thomas Mann y que hasta ahora estoy comenzando «The Things I Don’t Know», las memorias de Robert Hughes. Este último promete iluminaciones estéticas, además de una prosa maravillosa e inimitable, de modo que por ahora los libros sugeridos por el profesor deberán esperar, y si el riesgo es que yo permanezca analfabeto, pos ni modos. ¿La continua profusión libresca nos hace cada vez más analfabetos? No lo sé. Le dejo al muy erudito y muy alfabeto don Gabriel Restrepo ese trompo para que lo baile.

De veras que no entiendo la exasperación que producen las críticas y las ironías que unos pocos nos gastamos a costa de las poderosas retrovanguardias o vanguardias retro que hoy en día predominan en el mundo de las artes plásticas. Estoy perfectamente enterado de que mis puntos de vista son muy minoritarios en un ambiente como el de Esfera Pública y, para ser sincero, en eso consiste la diversión: en hablar de la desnudez del emperador en un entorno de cortesanos. Pero deberían de tomarlo con más humor. ¿No manejan toda la plata? ¿No deciden los hermanitos curadores todos los destinos académicos, todas las exposiciones, todas las publicaciones, no predominan en las revistas especializadas? Sin embargo, ante cualquier dardo se alteran como huevos movidos (así decía mi abuelita) y se exasperan y dan vueltas en redondo. Se dicen los depositarios de la tradición plástica, pero al menos en esto son los antípodas de Hogarth, Goya, Daumier, Félicien Rops, Grosz, Schiele y hasta de nuestro Ricardo Rendón, que vivían al margen del poder, condición que, a pesar de lo dura, les daba libertad. Eran ellos los que hacían la chacota, no al contrario, y en caso de padecer alguna, contestaban con ironías redobladas. Pero nuestros curadores, montados en la cima de la burocracia desde donde dizque van a cambiar el mundo, escriben textos entre bienpensantes e incomprensibles y, tornando coquetamente los ojos, se hacen las víctimas del poder. ¿Curadores? ¿De qué nos pensarán curar, si los espectadores no estamos enfermos? La palabra, entre otras cosas, tiene un origen bien gracioso. En Derecho Romano los curadores eran los encargados de administrar los bienes de los huérfanos menores de edad y de los locos. ¿Será que es así como los curadores del presente ven a los artistas, como menores de edad y como locos?

Don Gabriel, usted tiene la palabra.

Andrés Hoyos