Acerado  

En la escalinata de acceso al Museo de Arte del Banco de la República el escultor John Castles propone un diálogo con el siempre problemático espacio público. Y lo hace muchísimo mejor que colegas suyos adictos a la ostentación espacial.

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Estudiantes sin docente a cargo departen al amparo de la obra Escalonado, de John Castles. Fotografía: Carlos Hurtado. Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá, 24 de octubre de 2016.

En la escalinata de acceso al Museo de Arte del Banco de la República el escultor John Castles propone un diálogo con el siempre problemático espacio público. Y lo hace muchísimo mejor que colegas suyos adictos a la ostentación espacial. Por una parte, porque supera con creces su simple vinculación formal con el tardomodernismo nativo; de otro lado, porque trasciende el análisis krausista promedio sobre el status del pedestal en esa clase de proyectos. De hecho, si se tiene en cuenta la proveniencia de su autor, Escalonado resulta bastante extraño en el panorama de la producción de obras de sitio específico local porque se plantea como una reflexión tridimensional cortés. En ella el artista intenta una relación arte-público que no concluye en un obstáculo que hay que mirar por obligación. Ni mata el paisaje ni se vuelve paisaje.

Simplemente es el apego por la prolongación de una línea horizontal. Con la que, además, su autor lee el contexto sin conjurar el fracaso (la indiferencia del público o su acogida como sede de micciones furtivas), ansiar la acogida semiestetizada (fondo de selfie  turística o lugar de contemplación) o politizada (reclamando un nuevo lugar para el rol del artista en la era post-lo-que-sea), y sin buscar incluirse en la historia del arte público colombiano (por medio de una metafísica silvestre desplegada en texto flojo de revista cultural floja).

De otro lado, con este tipo de obras Castles confunde a quienes siguen superficialmente su trabajo. Hay que pensar aquí que él no es sólo esculturas para sedes corporativas u hogares fancy. Desde sus comienzos se ha dedicado a ejercicios formales más serios, como la integración del suelo dentro del programa de sus piezas, los efectos de la ley de gravedad en sus estructuras o la incorporación de metáforas que son a veces facilonas, a veces exitosas. Las propuestas que mejor ilustran esto último serían las obras Esquina No. 8, -Center’s piece-(1983), Proyecto Cíclope (con que participó en el concurso para decorar la represa Riogrande, 1989) o Proyecto Gea (que postuló para el concurso Trisesquicentenario de Bogotá, en 1991). Estos dos, nunca se construyeron. Escalonado casi tampoco. Permaneció inédita durante dieciséis años y, como reitera el mismo Castles, proviene de dos bocetos. Uno elaborado para un encargo que no fructificó en 2000; otro, que desarrolló en respuesta a los recorridos que hace por el Parque de la Independencia. En ambos trataba de resolver la ubicación y estabilidad de una lámina de acero ondulada sobre un plano inclinado.

En esta oportunidad, Castles aceptó la invitación del Área de artes del Banco de la República para intervenir una de las áreas exteriores de su complejo cultural en el centro de Bogotá. Reunió y actualizó ambos proyectos para adaptarlos a las escalinatas de su plazoleta sur tratando de cumplir tres principios: 1.- que la pieza ocupara la extensión de la locación; 2.- que la obra se mantuviera horizontal con el anden que remata al norte del lugar; y 3.- que la pieza, como casi todas en su obra, no ocultara su proveniencia industrial. De este modo, postuló un trabajo que logra hacer parte del entorno donde se ubica, ha mantenido el interés de los asiduos a esa zona y (aún) no ha sido vandalizado.

Esto último no es lo menos importante. En momentos que el compromiso del Estado con la producción artística parece limitarse a un repliege permanente para dejar espacio a la iniciativa privada, este tipo de proyectos es de resaltar. Sobre todo porque a pesar de que la obra se promocionó como actividad alterna a la ArtBoweek, permite entrever un proceso que bien podría tener versiones adicionales. De igual manera, funciona como ilustración de lo que la escultura llega a ser cuando se aleja de la autosatisfacción mediática y aparece en un entorno sin tratar de vulnerarlo o minimizarlo. De hecho, y más allá de que se encuentre en un zona hipervigilada, la obra sufrirá pocos ataques físicos porque se encarga de darle la bienvenida a sus observadores, en vez de gritarles órdenes del tipo: “¡este el el arte que ustedes necesitan! ¡disfrútenlo (porque es lo que hay y para eso es que está)!”.

 

–Guillermo Vanegas