Seis anotaciones sobre
arte y conflicto armado
1. Masacre
Un jurado extranjero fue
nombrado para seleccionar a los artistas que debían participar en un Salón de
Artistas. Luego de la selección, el jurado extranjero le dijo en una entrevista
a un periodista que el resultado de la escogencia había sido “toda una masacre”.
Un artista local al oír las declaraciones del jurado extranjero mostró públicamente
su malestar por el uso de la palabra “masacre”. El artista local decía que usar
esa palabra en un país donde la matanza de personas es un hecho frecuente era
un acto intolerable y añadió que el jurado extranjero debía pedir disculpas por
su incorrección.
El comportamiento del
artista local es frecuente y afín al peculiar activismo social que promueven
muchos de los integrantes de este gremio de individuos. Para el artista local
es una labor apremiante denunciar el uso incorrecto de la palabra “masacre” o
del lenguaje violento. El artista local ha firmado un contrato con el
compromiso social que lo lleva a buscar una condena. Esta actitud inscribe al
artista local en una costumbre que concibe una violencia con fines justos o
injustos. El artista local al perpetuar la distinción entre un uso justo y un
uso injusto de la palabra “masacre” acepta tácitamente que hay fines justos y
fines injustos que permiten el uso o el no uso de violencia. Hay que tener
cuidado con la condena que emite el artista local, pues impedir un uso de la palabra
“masacre” por fuera del contexto que denota la costumbre, demuestra que no
solamente la personas son víctimas de la violencia, también lo son las
palabras. El artista local en su afán de responder al compromiso social perpetua lo que pretende denunciar y olvida —tal vez— lo más
importante para su condición de hacedor: la potencia de su arte no radica en
manifestar con urgencia una opinión, sino en evitar que la capacidad generativa
de su actividad se vea afectada por un uso monolítico del lenguaje.
2. Color local
En su texto El
escritor argentino y la tradición Jorge Luis
Borges dice que uno de los detalles que confirman la autenticidad del libro del
Corán es que el libro sagrado de los musulmanes no menciona los camellos.
Borges dice que esta ausencia prueba que el libro es árabe. Dice que Mahoma
como escritor del libro, “no tenía porque saber que los camellos eran
especialmente árabes: eran para él parte de la realidad, no tenía porque
distinguirlos; en cambio, un falsario, un turista, un nacionalista árabe, lo
primero que hubiera hecho es prodigar camellos, caravanas de camellos en cada página;
pero Mahoma, como árabe, estaba tranquilo: sabía que podía ser árabe sin
camellos”. Creo, parafraseando a Borges, que los artistas locales podemos ser
locales sin abundar en color local, y para el caso de Colombia, podemos, si la
necesidad no lo exige, no tener que decir violencia o conflicto armado. La
fascinación que nos produce el patetismo de la violencia induce a que muchos
artistas recurran al rojo de la sangre para hacer de sus obras un caso
interesante, algunos hablan del conflicto solamente para tener algo que decir.
Muchos artistas erigen un arte socialmente comprometido como un acto puritano
que redime y remueve la culpa que produce la oportunidad de poder practicar un
ocio creativo.
3. Color
Una vez un diseñador gráfico
llevó ante la Ministra de Cultura una serie de propuestas de avisos para un
evento de arte. La portada roja fue desechada por la funcionaria con el argumento
que de ese color representaba a un partido político, lo mismo sucedió con los ejemplos
azul y amarillo. Al final, el color de fondo del afiche fue el magenta. El diseñador
se dio cuenta que la Ministra de Cultura sufría de un mal parecido al
daltonismo, pero en vez de confundir un color por otro, confundía los colores
con partidos políticos.
4. Sobre los paramilitares no se me ocurre nada
La frase “Sobre Hitler no se me ocurre nada” se atribuye a Karl Kraus y ha sido interpretada
como una frase anecdótica y satírica del escritor vienes. Kraus
fue un escritor que publicó en Austria desde 1899 hasta 1936 una revista
llamada La Antorcha. El escritor Rafael Gutierrez
Girardot en su ensayo Karl Kraus y el lenguaje como sátira pone
en contexto la frase de Kraus y se la toma en serio. Gutierrez Giradot cita un texto
de Kraus publicado en su revista: “Sobre Hitler no se me ocurre nada. […] Tengo conciencia […] de
que con este resultado de larga meditación y diversos intentos de captar el
acontecimiento y la fuerza que lo mueve, me he quedado considerablemente atrás
de las expectaciones. Pues éstas fueron tal vez más altamente tensas que nunca
ante el polemista de la época, de quien un malentendido popular pide la hazaña
que se llama toma de posición… Me siento aturdido y cuando, antes de estarlo,
no quisiera bastarme con parecer tan atónito como lo estoy, obedezco a la presión
de dar cuenta sobre un fracaso, aclaración sobre la situación a la que me ha
llevado una tan plena subversión en el ámbito de la lengua alemana; de dar
cuenta sobre la atonía personal durante el despertar de una nación y el
establecimiento de una dictadura que hoy lo domina todo excepto el lenguaje”.
Evitar hacer una
referencia directa al conflicto es interpretado como una muestra de indiferencia,
“no se puede ser indiferente” se nos dice una y otra vez. El silencio de un
artista no debe ser mirado únicamente bajo la óptica de una falta de compromiso
social, el silencio hace un contrapeso a esa “hazaña que se llama toma de
posición”. Gutierrez Girardot nos insiste con este
ejemplo en que Karl Kraus
no fue seducido por la urgencia de opinión del momento, por esa incontinencia
de efusividad crítica que hace que el lenguaje funcione bajo el mismo ritmo de
pensamiento con que se genera una nota informativa en los medios de comunicación.
La “atonía” de Kraus, su cansancio, se debe a su
malestar por intentar poner a la par el lenguaje o el arte como una reacción
directa a la actualidad histórica, evitando de esta manera cualquier noción de
distancia, lentitud, maduración o perspectiva, quedando unidas las obras del satirista, o del artista, al objeto de su ataque.
Sobre los paramilitares
no se me ocurre nada. Sobre los guerrilleros no se me ocurre nada. Sobre el
gobierno no se me ocurre nada. Sobre los medios no se me ocurre nada.
5. Artilugio
Un artista manifestó que
mediante su obra criticaba el uso oportunista y estereotipado de la violencia
que hacían los otros artistas. Su obra consistía en unas figuras ampliadas de
pequeños muñecos de juguete disfrazadas con atuendos arquetípicos del país de
Colombia: paramilitares, guerrilleros, secuestradores, etcétera. Para la
temporada de diciembre el artista imprimió un portafolio con una serie de fotos
de los muñecos y ofreció una promoción a sus clientes: antes del 31 de
diciembre la obra tendría un precio fijo pero a partir del 1 de enero la obra
se vendería un tercio más cara. No hay
certeza sobre si esta transacción económica también formaba parte del mensaje
de la obra. No se sabe si el artista al especular con el precio de la obra quería
dar a entender a su público que en la inflación económica también se refleja un
arquetipo de violencia (tal vez comprando esa obra el público entendería el uso
oportunista de la violencia que hacen los artistas). Es posible que el artista
al lucrarse con el uso oportunista de la violencia que hacen los otros artistas
nos quiera decir algo, pero es difícil saberlo; los artistas hablan mucho del
sentido de sus obras, pero son parcos al hablar de sus precios.
6. Hambre
Hacia el final de su
cuento Un artista del hambre Franz Kafka escribe el siguiente diálogo entre el artista y el
capataz del circo donde se da el espectáculo.
—“Yo siempre quise que
ustedes admiraran mi ayuno” –dijo el artista del hambre.
—“Y así lo hacemos”
–dijo el capataz complacientemente.
—“Pero ustedes no lo
deberían admirar,” –dijo el artista del hambre.
—“Bueno, entonces no lo
hacemos,” –dijo el capataz– “pero ¿por qué no lo
debemos hacer?”.
—“Porque yo tengo que
ayunar, no lo puedo evitar,” –dijo el artista del hambre.
—“Bueno, pero no
entiendo,” –dijo el capataz– “¿por qué no puedes
evitar hacerlo?”,
—“Porque,” –dijo el
artista del hambre alzando un poco su cabeza como si con los labios buscara un
beso, hablando cerca al oído del capataz para que nada se perdiera–
“porque nunca he sido capaz de encontrar un tipo de alimento que me agrade. Si
yo lo hubiera encontrado créeme que no habría armado este lío y me habría
comido mi ración de la misma manera que tu y todos los demás”.
Un artista me decía que
uno se daba cuenta de que era artista tarde en la vida, cuando ya no se podía
hacer otra cosa. Si un artista no puede evitar hacer lo que hace su condición
no puede ser motivo de admiración. Los llamados del arte son paradójicos, todo
arte es exageración (como lo es el arte de un artista del hambre que quiere
ayunar indefinidamente), pero el tono del arte siempre es sutil. Hacer
demasiado ruido no contribuye a la condición de la mayoría de las obras de
arte; se entorpece la acústica y lo representado parece ser más grande que la
vida misma y cuando el arte se intenta fundir a la vida, al final siempre sobra
el arte. Muchos de los artistas atribuyen a su arte una labor primordial de
denuncia, de condena, de comunicación o de memoria, pero parecen desconocer que
para que una obra de este tipo sea política no basta con darle la categoría, es
necesario que la obra adquiera antes una dimensión política. Exponer en una
galería una serie de gestos que denuncian una situación social conflictiva
puede hacer llegar la obra al público, pero si el artista considera que la
denuncia es tan apremiante, es extraño que su acción no comience en un juzgado
haciendo un llamado ante la ley. Es entendible que por la estupidez de la mayoría
de los periodistas, por la corrupción de la mayoría de los políticos o por la
incapacidad de la mayoría de los jueces, los artistas sientan que deben decir
lo que no se dice (es sabido que los medios tiene más poder por lo que no dicen
que por lo que dicen), pero creo que las buenas intensiones plásticas no implican
que una acción o un comentario lleguen a ser relevantes. La sensible percepción
iluminada de muchos hacedores hace que confundan la política práctica del
activismo con la labor mesiánica y apocalíptica de algunos profetas, dándose
una situación que si bien es seductora en términos míticos resulta inoperante
en acciones que tengan un alcance social concreto. Además esta situación sirve
para que muchos de los actores que participan del conflicto usen a los artistas
y a sus obras como estandartes publicitarios para representar un falso
compromiso. Se da el caso de bancos que compran arte que crítica el libre
mercado o de galerías manejadas por publicistas donde se expone “la manipulación
a la que nos someten los medios”. Se da un gran despliegue periodístico a un artista–héroe que denuncia con sus pinturas las torturas de
una guerra, pues de esta manera los medios periodísticos matan más de dos pájaros
de un tiro, y con un solo reportaje hablan de actualidad, sociales, gente cultura, y a la vez se eximen de entrevistar,
por ejemplo, a los representantes de las organizaciones no gubernamentales que
emprenden día a día acciones sociales y legales concretas para evitar que lo denunciado
grandilocuentemente por el artista–héroe se vuelva a
repetir.
El artista como lo decía
el cotizado pintor Jasper Johns
“es la elite de la servidumbre”. Y también como lo decía Bob
Dylan en una canción que causó deserción entre su fanaticada, el artista es un servidor: “Puedes ser
un predicador con tu orgullo espiritual, puedes ser un concejal que recibe
sobornos, puedes estar trabajando en una barbería, puedes saber como cortar el
pelo, puedes ser la amante de alguien, puedes ser un heredero, pero vas a tener
que servir a alguien, si, es cierto, vas a tener que servir a alguien, si,
puede ser el diablo o puede ser el Señor, pero vas a tener que servir a
alguien”. Pero aún cuando la condición humana es lo que es, es importante tener
claro que el talento de un artista esta al servicio del lenguaje de su arte, y
el lenguaje como quimera inagotable genera un hambre permanente, un estado
insaciable. Para terminar repetiré el último diálogo de un artista del hambre:
—“Bueno, pero no
entiendo,”–dijo el capataz–“¿por
qué no puedes evitar hacerlo?”,
—“Porque,”–dijo el artista del hambre alzando un poco su cabeza como
si con los labios buscara un beso, hablando cerca al oído del capataz para que
nada se perdiera–“porque nunca he sido capaz de
encontrar un tipo de alimento que me agrade. Si yo lo hubiera encontrado créeme
que no habría armado este lío y me habría comido mi ración de la misma manera que
tu y todos los demás”.
LECTURAS
—Para una crítica de la violencia, Walter Benjamín.
—Naufragio, capítulo de Una historia del mundo en 10 capítulos y medio, Julian Barnes
—Fascinante Fascismo, Susan Sontag
—Los letrados, en http://agaviria.blogspot.com/2006/02/los-letrados.html
—http://www.geocities.com/nadinospina/Colombia_land_intro.html
—Arte para militar, en http://www.esferapublica.org/arteparamilitar.htm
—Arte para militar II, en http://www.elobservatorio.info/elogioalmaquillaje.htm